5.13. Larga espera - Condolencia

  • José Carlos Mariátegui

Larga espera1  

         Hace dieciocho días que estamos esperando que el señor Pardo nos diga si habrá o no habrá convocatoria a congreso extraordinario. Y hace dieciocho días que el señor Pardo nos hace vivir en la incertidumbre, en el desconcierto y en la indecisión más grandes, sin que nuestra ansiedad le conmueva.
         Se diría que el país entero está en la antesala presidencial, aguardando que el señor Pardo salga a anunciarle su determinación. Y que el señor Pardo, como todo un magnate, se hace esperar del país cuanto le viene en gana. Justo es que el país tenga paciencia, resignación y beatitud.
         Todos nos hallamos en la antesala del señor Pardo. Todos nos hallamos en espera de que el señor Pardo convoque a Congreso extraordinario o prorrogue el presupuesto de la república. Todos sentimos que es muy larga y fastidiosa la espera. Y todos, lo mismo que los peticionarios de las audiencias ministeriales, hacemos a la sordina profusos comentarios.
         Entran y salen los conserjes. Suenan los timbres. Suenan los teléfonos. Suenan las horas. Nos aburrimos. Bostezamos. Nos referimos unos a otros toda la curiosidad señoreada de nuestros espíritus. Y nos desesperamos de la espera. Pero no abandonamos sin embargo la antesala del señor Pardo.
         Hay momentos en que nos parece que las puertas de la cámara presidencial van a abrirse solemnemente. Hay momentos en que sentimos la inminencia de la voz del señor Pardo. Hay momentos en que nos persuadimos de que la voluntad del señor Pardo se ha pronunciado ya.
         Y luego nos desencantamos. Se abren las puertas, mas se abren solamente para que de la cámara del señor Pardo salga un áulico, un consejero o un personaje de análoga calidad. Y este personaje puede ser el señor Enrique de la Riva Agüero, el señor García y Lastres, el señor Solar, el señor Manzanilla, el señor Tudela y Varela o el señor Picasso.
         A veces nuestro atrevimiento es muy grande y les interrogamos:
         —¿Ha resuelto algo el señor Pardo?
         Y ellos nos responden:
         —¡Aún no ha resuelto nada el señor Pardo!
         Y torna a señorearse en la antesala el silencio. Y tornan a señorearse en nuestros espíritus la ansiedad y la incertidumbre.
         Como no todos los que esperamos somos discretos, mesurados, tranquilos y serenos, hay entre nosotros gentes osadas y traviesas que se aproximan a las puertas de la cámara presidencial. Y estas gentes aguaitan por las rendijas y por la cerradura. Y entre ellas se llaman y se dicen frases sórdidas y sigilosas. Nosotros, muertos de miedo, no nos movemos de nuestros sitios y tememos que repentinamente se presenten los conserjes del señor Pardo y se lleven a la cárcel a estas gentes que seguramente han incurrido en delito previsto en el código de justicia militar.
         Y estas gentes investigadoras y atrevidas que aguaitan por las rendijas y por la cerradura dicen impávida y risueñamente lo que está haciendo despreocupado y a solas el señor Pardo. Hablan de esta guisa:
         —Ahora está mirando el calendario.
         —Ahora se está riendo.
         —Ahora está revisando los periódicos.
         —Ahora está leyendo el Almanaque de Bristol.
         —Ahora se está mirando en el espejo.
         —Ahora se ha puesto colérico.
         —Ahora se está asomando al balcón.
         —Ahora está reflexionando.
         Y anuncian siempre que está haciendo cosas que no se parecen ni a la convocatoria de legislatura extraordinaria ni a la prórroga del presupuesto.
         En esta larga espera, nuestras energías se exhaustan, nuestro ánimo decae, nuestros nervios se laxan y nuestra hiperestesia se excita. Nos asaltan tentaciones locas de avanzar hasta las puertas mismas de la cámara presidencial, no para aguaitar aviesamente, sino para tocar en ellas. Pero luego nos arrepentimos asustados. Y es tan sincera y consternada nuestra atrición que de ella sacamos fuerzas para continuar resignados en la espera…

Condolencia  

         Los quebrantos, las vicisitudes y las zozobras de la campaña electoral han comenzado para el señor Rafael Grau antes que para ningún otro candidato. Y es que la campaña electoral del señor Grau era más vasta, más compleja y más grave que todas las campañas electorales posibles. El señor Grau no solo quería ser diputado nuevamente. Quería también ser alcalde del Callao. Y era, pues, un gran hombre enaltecido por dos candidaturas.
         Y su primera candidatura ha sido infortunada. Después de largo y ardiente proceso de juntas, inscripciones, sorteos y protestas, la fuerza numérica de los votos la ha derrotado. Y en dos días de lucha vehemente, democrática y bulliciosa, las aspiraciones del señor Grau han sufrido amargo contraste.
         Y este contraste nos ha consternado a nosotros intensamente. Estamos dolidos, acongojados, afligidos. No nos conformamos con la derrota. Protestamos contra ella.
         Atajamos en las calles a los transeúntes y les preguntamos:
         —¿Es cierto que el señor Grau ha sido derrotado en el Callao?
         Los transeúntes piensan probablemente que nos hemos vuelto locos. Pero nos responden:
         —Es cierto.
         Y dialogamos con los transeúntes llenos de exaltación:
         —¿Las gentes del Callao han consentido que el señor Grau sea derrotado?
         Las gentes del Callao estaban divididas. Unas apoyaban al señor Grau y otras apoyaban al señor Miranda.
         —¿Y el señor Miranda consentía en ser adversario del señor Grau?
         —¡Sí, hombres!
         —¡El Callao es entonces un puerto ingrato, tímido, cobarde!
         —¡El Callao es el primer puerto de la república!
         —¡Eso lo dice la geografía!
         —La geografía es ciencia. La ciencia es verdad.
         —¿Pero por qué no ha reelegido el Callao al señor Grau? ¿Por qué le ha desamparado en las elecciones?
         —Los adversarios del señor Grau eran dueños de los mecanismos electorales. Eran dueños del amparo de las autoridades. Eran dueños de la simpatía del gobierno.
         —¡Pediremos la nulidad de esas elecciones! ¡Nos iremos de queja ante la Corte Suprema!
         —La Corte Suprema no tiene intervención en las elecciones municipales.
         —¡Nos iremos de queja entonces ante la justicia militar!
         —La justicia militar no tiene intervención en las elecciones municipales.
         —¡Nos iremos de queja ante el doctor Mercado! ¡El doctor Mercado nos escuchará! ¡El doctor Mercado nos hará justicia!
         —El doctor Mercado no tiene tampoco intervención en las elecciones municipales.
         —¡El doctor Mercado tiene intervención en todas las cosas!
         Los transeúntes nos dejan absolutamente convencidos de que nos hemos vuelto locos.
         Y nosotros nos ponemos a gritar en todas las esquinas:
         —¡Esta es la más grave responsabilidad del régimen! ¿Por qué el régimen ha impedido que el señor Grau sea alcalde del Callao? ¿Hay acaso en el Callao algún otro vecino con los títulos del señor Grau? ¿Hay acaso algún otro tribuno como el señor Grau? ¿Hay acaso algún otro paladín de las libertades públicas y del general Puente como el señor Grau?
         Y las gentes nos quedan mirando asombradas y no saben comprender toda la grandeza de nuestra devoción por el señor Grau. ¡Son tan estrechas de entendimiento las gentes!
         Un amigo nuestro ha tenido la osadía de hacernos estas reflexiones:
         —Cálmense, jóvenes. Las elecciones del Callao han sido únicamente una lección de cosas.
         Y nosotros le hemos rectificado:
         —¡Una vergüenza!
         Pero nuestro amigo ha continuado:
         —No, jóvenes. Una lección de cosas. Los amigos del señor Leguía que terminan sus mandatos de diputados este año habían dejado de ser amigos del señor Leguía en los últimos tiempos para ser amigos del señor Pardo. El señor Grau no ha sido amigo del señor Pardo. Pero tampoco ha querido ser su adversario. Y el señor Pardo ha aprovechado la primera ocasión para hacerle sentir al señor Grau que él sí es su adversario. El señor Pardo no le agradece al señor Grau ni siquiera que haya hecho general de brigada a su ministro de guerra. Y la desilusión de hoy del señor Grau será mañana la de los amigos del señor Leguía que se han hecho amigos del señor Pardo. El señor Pardo que está en la presidencia de la república y el bloque que está junto al señor Pardo no permitirán que vuelvan a ser diputados los diputados leguiístas de 1911. Lo tienen jurado ya.
         Nosotros hemos protestado:
         —¡El señor Grau volverá a ser diputado! Y también nos han contradicho:
         —No volverá a ser diputado. El señor Grau quería que Cajabambilla fuese capital. Y Cajabambilla no es capital. El señor Grau quería ser reelecto alcalde del Callao. Y no ha sido reelecto alcalde del Callao. El señor Grau quiere hoy ser reelecto diputado. Y no será reelecto diputado. Las elecciones del Callao han sido una lección de cosas. Pueden aprovecharla los amigos del señor Leguía que han querido ser amigos del señor Pardo.
         Todo esto nos ha consternado. No comprendemos cómo el señor Grau, que es un tribuno de jipijapa y acción, pueda dejar de ser diputado porque así lo quiera el señor Pardo. No se nos alcanza que la voluntad del señor Pardo, por omnipotente que sea, logre detener un éxito tan majestuoso y grande. Y pensamos que, si el señor Pardo se empecina y se empeña en combatir al señor Grau, el señor Grau puede hacer temblar su gobierno con este grito democrático, revolucionario y tremendo que es en sus labios salutación, apóstrofe y doctrina:
         —¡Salud y Patria!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de noviembre de 1916. ↩︎