5.12. Disidencia - Clarinada

  • José Carlos Mariátegui

Disidencia1  

         Hay disidencia entre los dos leaders de la mayoría ministerial de la Cámara de Diputados. Perturbadores resentimientos se han interpuesto entre el señor Balta jefe del grupo liberal y el señor Tudela jefe del grupo civilista. Es la suya una rivalidad de capitanes que se atribuyen recíprocamente el fracaso de una batalla.
         Y no es sospecha, ni malévola ni candorosa, de nosotros. Fatigado está nuestro espíritu por las incertidumbres del trajín político para que nuestra imaginación se dé tiempo de travesuras. Ha sido el propio señor Balta quien ha dicho sus resentimientos con el señor Tudela y Varela en la conversación que publicó El Tiempo hace dos días. En toda esa conversación el señor Balta mencionó al señor Tudela y Varela con una pertinacia rencorosa que dice la mala voluntad que hoy por hoy le tiene.
         Y es que el señor Balta guarda, entre sus zalamerías y afabilidades habituales sigilosas y risueñas malignidades. Y las aguza ingeniosamente diluyéndolas entre las reticencias de su sonrisa.
         Molestosa debe ser para el señor Pardo la perspectiva de una nueva legislatura en momentos en que hay hostilidad y enfriamiento entre sus principales paladines parlamentarios, sobre todo porque esa hostilidad y ese enfriamiento no son de los que terminan con la mediación y el abrazo, sino de los que se traslucen a través de la más efusiva amabilidad y la más sonriente cortesía.
         Y es la que contamos una disidencia tanto más sensible cuanto que separa a dos leaders que debieran estar siempre en armonía y cordialidad. Están hechos para la alianza y la concordia. Y diferenciándose en sus modalidades personales se identifican en sus inclinaciones políticas.
         Son dos leaders civilistas, absolutamente civilistas, perfectamente civilistas. Civilista es el señor Tudela y Varela. Y civilista es también el señor Balta. Nada importa que el señor Balta sea al mismo tiempo miembro conspicuo del partido liberal y hasta vicepresidente de su comité directivo. Significará a lo más que un civilista semipreside al partido liberal.
         Y no es que el señor Balta haga traición a su sinceridad. Absolutamente. Tal devoción guardamos a su persona que jamás nos arrepentiríamos bien de hacerle tan osada ofensa. Es que el señor Balta tiene espíritu de civilista pardista. Es que el señor Balta es un civilista instintivo. Tiene modales de civilista pardista y zalamerías de civilista pardista. Y es tan cierto el civilismo de su espíritu que siempre su íntima simpatía ha convergido hacia los civilistas. Desde el momento en que fue magnate de un gobierno civilista hasta el momento en que propició el advenimiento del presente gobierno civilista.
         El señor Tudela y Varela y el señor Balta son, pues, dos políticos afines. Son dos temperamentos disímiles, pero son dos políticos afines. Sus disimilitudes no desvirtúan su calidad civilista. No la modifican en lo menor. Sus disimilitudes consisten únicamente en que el señor Tudela y Varela es insuflado y el señor Balta sencillo, en que el señor Tudela y Varela es jurisconsulto y el señor Balta ingeniero de minas, en que el señor Tudela y Varela es profesor de derecho diplomático y el señor Balta profesor de ingeniería, en que el señor Tudela y Varela es enfático y el señor Balta es persuasivo, en que el señor Tudela y Varela es arrogante y el señor Balta sagaz, en que el señor Tudela y Varela es alcalde de Miraflores y el señor Balta presidente de la Sociedad Geográfica, en que el señor Tudela y Varela tiene la imperiosa virtualidad del axioma y el señor Balta la meditativa gravedad del teorema.
         La salud de la patria reclama que fraternicen, que se concilien, que se agarren de las manos. Y lo reclama igualmente el misticismo uncioso y devoto que pide la paz entre los príncipes de la iglesia y pide al mismo tiempo la paz entre los príncipes de nuestra dinastía…

Clarinada  

         Estamos en un instante de solemnidad y de recogimiento. Habla el doctor don Pedro de Osma. Y es como si hablara el partido demócrata. Y es como si hablara una tradición. La palabra del doctor Osma esta revestida de una sacra unción histórica que hace palpitar intensamente el alma nacional.
         Y es tanta la solemnidad y es tanto el recogimiento en que resuenan las palabras del presidente del partido demócrata que el comentario risueño de las calles se paraliza, la malevolencia trashumante se cohíbe y la sórdida murmuración se calla. Y hasta la veleta de la política, la veleta versátil, la veleta loca, la veleta tornadiza, se detiene medrosa y tímidamente primero y comienza a girar con orientación plausible después.
         Las gentes hacen una glosa reverente y cortesana a las palabras del doctor Osma sobre el deber de la convocatoria. Y hablan de esta manera:
         —Hay conjuración de las opiniones históricas contra la dictadura fiscal. Ha sonado la voz del general Cáceres que es la voz del partido constitucional, de la Breña y de las caballerescas panoplias militares. Y ha sonado luego la voz del doctor Osma que es la voz del partido demócrata, de la “Declaración de Principios”, de la coalición y del pierolismo.
         —Y sonará la voz del doctor Prado y Ugarteche que es la voz del civilismo histórico.
         —Y sonará la voz del doctor José de la Riva Agüero que es la voz del futurismo adolescente y regocijado.
         —Y sonará la voz de todos los hombres de buena voluntad y sabio entendimiento.
         La carta del doctor Osma ha repercutido como una clarinada. El presidente del partido demócrata ha tenido siempre apostura marcial. Está nimbado por una tradición de gallardía, de arrogancia y de entereza. Su historia es la historia de un tribuno denodado y viril.
         Y la resurrección del partido demócrata reviste para el régimen pardista tan inquietantes zozobras que no quiere suponerla posible. Los gobiernistas decían ayer.
         —No ha opinado el doctor Osma, presidente del partido demócrata.
         Y cuando se les contradice se ratifican:
         —Ha opinado el doctor Osma, alcalde de Barranco. Ha opinado el doctor Osma, gerente de Alpamina. No ha opinado, luego, el doctor Osma, presidente del partido demócrata.
         Las gentes metropolitanas han comprendido que esta lógica era una lógica absolutamente pardista.
         La resonancia de la palabra del doctor Osma ha sido hondísima a pesar de todos los sofismas y de todos los silogismos enemigos o risueños. El doctor Osma está en postura heroica. Y parece que con él se pusiera también en postura heroica el partido demócrata.
         Hay, pues, un ambiente épico, un ambiente marcial, un ambiente sonoro. Ha vibrado una clarinada fuerte y tonante. Una clarinada de aurora, de diana, de amanecer.
         La invocación del nombre del partido demócrata, que tiene evocaciones de procesión cívica, de lucha heroica y de esfuerzo prócer, ha resonado con clamores de grito histórico. Y tiene sones de voz madrugadora, de campana y de canto madrugador de chantecler.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de noviembre de 1916. ↩︎