4.7. Luto

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Vivimos de anestésicos y de narcóticos. Nada se soluciona. Todo se posterga. En la cámara de diputados, la adición a la amnistía duerme desde hace un mes. El pliego de ingresos del presupuesto duerme desde hace una semana. La interpelación al ministro de gobierno ha comenzado a dormir hace dos días. Y para cada crisis política hay un anestésico. Todo es anodino, incoloro, vago, lánguido, voluble.
         Ayer fue breve sesión en la cámara de diputados. La muerte del señor Forero hizo que el señor Manzanilla la levantara al llegar a la orden del día. Y el señor Manzanilla — que antier no más estuvo de cumpleaños, fiesta y alborozo— tuvo que decir, contristado y afligido, un discurso necrológico.
         Los diputados sintieron que el duelo de la cámara era una tregua inesperada en el debate de las interpelaciones. E hicieron vivos comentarios de la tregua.
         —Se posterga un voto de confianza.
         —¿Por qué no un voto de censura?
         —Tratándose del ministro de gobierno no cabe sino el voto de confianza.
         —El ministro de gobierno es un ministro hecho para la confianza.
         Y se lamentaba la interrupción de las interpelaciones. La cámara está ya acostumbrada a la concurrencia de un ministro de estado a sus sesiones. Y desea que cuando no es el ministro de hacienda sea el ministro de gobierno quien asista. Al único a quien no quiere recibir la cámara de diputados es al ministro de relaciones exteriores. Es que el ministro de relaciones es demasiado austero, demasiado hermético, demasiado grave, demasiado seco.
         En cambio, el ministro de gobierno es amable, risueño, bondadoso; tan asequible y tan arcangélico que no parece ministro de gobierno. Su señoría es anacrónico en la cartera de gobierno. Absolutamente anacrónico. Tiene generosa mansedumbre de abadesa. Mirándole, oyéndole y admirándole, piensa uno que su señoría no debía estar en el ministerio de gobierno sino en la dirección del Buen Pastor o en la presidencia del Apostolado de la Oración.
         No es, pues, posible que personaje tan cristiano, dulce y seráfico, abrigue temores a las alevosías de los votos de censura. Su señoría pide la confianza. Y la pide con tanta ternura, con tanto sentimiento, con tanta resignación que la cámara va a tener que dársela de toda suerte. Dice así el señor García Bedoya:
         —Yo quiero la confianza de la cámara de diputados. Pero si la cámara de diputados me niega la confianza y me da la censura, yo la acogeré con igual amor. Mi ánima recibirá sumisa, humilde y contrita la confianza o la censura.
         El luto del parlamento interrumpe uno de los debates más sensacionales de la legislatura. El debate de la huelga, del derecho a la protesta, de los grandes problemas sociales, de los modernos ideales reformistas, del socialismo, del salario, del trabajo y del capital. El señor Manzanilla goza con este debate. Se refocila viendo cómo las cuestiones del trabajo preocupan a la cámara de diputados. Preside todas las discusiones. Hace que se enciendan en honor a ellas, a primera hora, las luces de la cámara. Y proclama todo su infinito amor a los obreros. Su único dolor es no hallarse en su escaño de representante para poder pronunciar discursos y escuchar aplausos. Sobre todo, para escuchar aplausos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de octubre de 1916. ↩︎