4.6. Fiesta grande - Dudas

  • José Carlos Mariátegui

Fiesta grande1  

         Fue ayer el cumpleaños del señor Manzanilla. Su señoría estuvo de fiesta. La Cámara de Diputados estuvo de fiesta. La ciudad estuvo de fiesta. Fue un día de fiesta grande. El señor Manzanilla, rejuvenecido y risueño, vivió un instante de apoteosis.
         Antenoche estuvo reunida toda la Cámara de Diputados en la casa del señor Manzanilla. Era día de recepción del señor Manzanilla. Se charlaba, se murmuraba, se jugaba tresillo. El señor Abelardo Gamarra se empeñaba en convencer al señor Uceda de que debía jugar con él una partida de “carga la burra”. El señor Velezmoro proponía “la gallina ciega”. El señor Uceda se ruborizaba como un niño impúber ante estas invitaciones. De pronto dieron las doce de la noche. Toda la Cámara de Diputados abrazó al señor Manzanilla. El señor Peña Murrieta, con un cuadro de autógrafas en una mano, dirigió la más elocuente salutación al señor Manzanilla. El señor Manzanilla tuvo una respuesta emocionada y agradecida. Y hubo luego felicitaciones, abrazos, vítores, champaña, chocolate, pasteles, gelatina y bizcotelas.
         Ayer la mañana fue plácida y primaveral. Las gentes comentaban el cumpleaños del señor Manzanilla, exaltaban y ponían por las nubes al señor Manzanilla. Y le preguntaban al doctor Luis Varela y Orbegoso, que es un Almanaque de Gotha latente, cuántos años cumplía el señor Manzanilla.
         El más alborozado era el señor Balbuena. Discurría por las calles apresuradamente, a ratos a pie, a ratos en coche, a ratos en automóvil y a ratos en tranvía. Y se detenía para decirles a las gentes:
         —¡Hoy es el cumpleaños del señor Manzanilla!
         Y se indignaba cuando las gentes no lo felicitaban. Y preguntaba:
         —¿Por qué no han embanderado las calles? ¿Por qué no han pintado las fachadas de los edificios? ¿Por qué no han puesto cadenetas? ¿Por qué no han puesto quitasueños? ¿Por qué no han hecho tedeum? ¿Por qué no se regocija la ciudad como debía regocijarse? ¿Por qué no hay tamales como en Navidad y como en Año Nuevo? ¿Por qué no se clausuran esas abyectas y sórdidas pulperías y boliches?
         Y les dirigía de esta suerte la palabra a los albañiles palurdos y zafios que encontraba en las calles:
         —¡Suspendan ustedes sus trabajos! ¡Alégrense ustedes! ¡Refocílense ustedes! ¡Hoy es el santo del señor Manzanilla! ¡Hoy es el santo del defensor del riesgo profesional!
         Los albañiles palurdos y zafios lo miraban asombrados primero y le respondían después:
         —No podemos abandonar nuestros puestos. Si los abandonamos dirán que nos hemos declarado en huelga. Y declararse en huelga es un delito. A los que se declaran en huelga les aplican el código de justicia militar y los mandan a la cárcel.
         Entonces el señor Balbuena les lanzaba la más vibrante y tremenda invectiva:
         —¡Cobardes y malagradecidos ciudadanos! ¿Olvidan ustedes los beneficios del riesgo profesional? Si ustedes se caen de ese andamio y se lastiman en la rótula o en el tobillo, sus patrones tendrían que asistirles e indemnizarles. ¿Y saben ustedes gracias a quién les tendrían que asistir e indemnizar sus patrones, si se lastimasen ustedes en la rótula o en el tobillo? ¡Gracias al señor Manzanilla! ¡Malsines!
         Y hubo muchos alborozos en honor del señor Manzanilla, muchos brindis en honor del señor Manzanilla, muchos cocktails en honor del señor Manzanilla, muchos almuerzos en honor del señor Manzanilla. Las gentes se reían, gritaban, comían, bebían y se regocijaban en honor del señor Manzanilla. Hasta el cañonazo de las doce del día sonó en honor del señor Manzanilla.
         Y en honor del señor Manzanilla los diputados no quisieron que hubiese sesión. El señor Manzanilla, heroico cumplidor del deber, estuvo en el estrado presidencial de la cámara desde las 4 de la tarde hasta las cinco. Los diputados llegaban hasta él para saludarle y celebrarle. Pero no querían sesión. Querían homenaje pleno. Se alzaban juguetones y risueños contra la autoridad del señor Manzanilla Y le decían alegremente:
         —¡Hoy es día de fiesta!
         Y el señor Balbuena agregaba:
         —¡Fiesta nacional!
         E intentaba pronunciar un discurso que parecía un panegírico:
         —El Almanaque Bailly Bailliere dice de este día magnífico: “5 de octubre, jueves. El día dura once horas, 57 minutos. San Plácido, mártir, y Santos Froilán y Atiliano, obispos”. Y la Astrología dice que los nacidos en este día están bajo la influencia de Libra. Y el símbolo de Libra, Excmo. señor, es la Balanza. Y la Balanza simboliza a la Justicia. ¡El espíritu equitativo, ponderado y austero de V. E. está pues bajo los nobles auspicios del símbolo de la Justicia! ¡Y yo, que siento muy arraigado en mí el sentimiento de la Justicia, yo que soy portalira y preconizador de la Justicia, yo que soy un enamorado de la Justicia, yo que admiro a V.E. porque es un paladín de la Justicia…!
         Mas el señor Manzanilla interrumpió con un enérgico campanillazo al señor Balbuena. Y le dijo risueñamente:
         —¡No hay nada en debate, honorable señor Balbuena!

Dudas  

         El asunto de la huelga telegráfica ha inquietado no solo al parlamento. Ha inquietado no solo a la opinión pública. Ha inquietado también al señor Pardo y al señor Concha. Y esto da idea de la trascendencia de la huelga telegráfica.
         Efectivamente. Cuando un asunto preocupa al señor Pardo no hay ya que dudar de su trascendencia. Miraflores no tuvo importancia hasta que interesó al señor Pardo. El petróleo no significó nada hasta que puso en él los ojos el señor Pardo. Chosica fue un humilde rincón hasta que la visitó el señor Pardo. En el Perú todo lo enaltece, dora y exalta el señor Pardo.
         Y hoy el señor Pardo piensa en la huelga telegráfica. Hay que creer que la huelga telegráfica tiene una gravedad enorme. Hay que solicitar que los periódicos se ocupen de ella con títulos de seis columnas. Hay que requerir para ella la atención mundial. Hay que demostrar que supera en proporciones a la guerra europea.
         No solo piensa en la huelga telegráfica el señor Pardo. Piensa también en ella el señor Concha. Solo que el señor Concha piensa en la huelga por instigación y requerimiento del señor Pardo.
         Es que el señor Pardo ha sufrido la enorme contrariedad de que un telegrama suyo no pudiese ser trasmitido. Ha querido hacer llegar un mensaje a un punto de la República y le han respondido que era imposible por motivo de la huelga. Y le han agregado que desde Trujillo o desde Arequipa, un telegrafista taimado y burlón osaba burlarse de una orden presidencial. Entonces el señor Pardo se ha dado cuenta de la seriedad de la situación. Ha pensado en lo que quedaría para la población desafortunada, humilde y miserable, cuando para él había rebeldía insolente y profana de los telegrafistas trasmisores.
         Solemnes y reflexivas han sido las conversaciones del señor Pardo con el señor Concha sobre el conflicto. De una de ellas ha llegado a nuestro conocimiento noticia cabal. Nuestros informadores, que están en todas partes, hasta en las que el señor Pardo no se imagina, nos la han traído.
         Hablaba el señor Pardo con el señor Concha sobre la necesidad urgente de solucionar el conflicto. y convenían ambos en que la única solución reposaba en el apartamiento del coronel Zapata de la dirección de correos. Esto indignaba al señor Pardo. Argüía el señor Pardo que él no podía sacrificar al coronel Zapata.
         Hubo hondas dudas. Pero pronto el señor Concha tuvo una idea lucidísima. Podría permutarse al coronel Zapata con otro alto funcionario. Acogió de buen grado el señor Pardo la idea de la permuta. Y preguntó:
         —¿Con quién permutaríamos al coronel Zapata, Concha?
         Respondió el señor Concha:
         —Con el director de otra institución pública.
         Tornó a preguntar el señor Pardo:
         —¿Con qué director, Concha?
         Tornó a responder el señor Concha:
         —Con el señor Irigoyen, director de la Penitenciaría.
         Y el señor Concha, que es campechano y criollo en el decir, agregó risueñamente:
         —Meta V. E. al señor Irigoyen en el Correo y meta al señor Zapata en la Penitenciaría…
         Un chiste de zarzuela. Un chiste espontáneo del señor Concha. Un chiste que hizo sonreír al señor Pardo. Un gran éxito del señor Concha.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de octubre de 1916. ↩︎