4.25. Gesto adusto - El status quo
- José Carlos Mariátegui
Gesto adusto1
El gran discurso del señor Cornejo sobre la Brea y Pariñas ha tenido eco, resonancia y aplausos en la opinión pública. Pero ha disgustado al señor Pardo. Hay que deducir que la opinión pública se ha equivocado y que el señor Pardo debe estar en lo justo.
Piensa el señor Pardo que el discurso del señor Cornejo ha sido atrevido, ofensivo, destemplado e irrespetuoso. Piensa que el señor Cornejo ha cometido el más grave error de su vida política. Y su indignación de esta hora contra el señor Cornejo se exalta, se solivianta y se fortalece con el recuerdo de la amistad y del consorcio entre el señor Cornejo y el señor Prado y Ugarteche.
El señor Cornejo ha perdido la gracia del señor Pardo. La ha perdido repentina y violentamente. El mismo señor Pardo se lo ha notificado hace cuatro días en la tertulia palatina del sábado.
Estuvo en esa tertulia el señor Cornejo a quien seducen la cortesanía, la suntuosidad y la gentileza de las fiestas presidenciales. A pesar de sus democráticas convicciones, el señor Cornejo tiene alma de magnate.
Y el señor Pardo, que había leído y releído en la mañana de ese día el convincente y vibrante discurso del señor Cornejo, quiso hacerle sentir inmediatamente su disgusto. Quiso notificarle que estaba en pecado mortal. Quiso acusarle de desacato y osadía. Quiso decirle que le negaba su aplauso y le daba su reproche, su reprobación y su silbido.
Habló así, más o menos, el señor Pardo:
—Usted ha atacado duramente al gobierno. ¿Por qué hay en su discurso tantas reconvenciones? ¿Por qué hay en su discurso tantas sospechas? ¿Por qué hay en su discurso tantas reticencias? Parece que usted quisiera colaborar en una empresa de daño para la administración.
Habló así, más o menos, el señor Cornejo:
—No hay en mi discurso tales reconvenciones, tales sospechas ni tales reticencias. Hay solo un análisis desapasionado y tranquilo sin tendencia alguna de contrariar al gobierno. No lo ha leído usted con tranquilidad.
Insistió el señor Pardo:
—Lo he leído con mucha tranquilidad y con mucha detención, Cornejo. Y contestó el señor Cornejo:
—Entonces no lo ha comprendido.
Esta frase, dicha con toda la sinceridad y con todo el calor de la réplica, indignó al señor Pardo. Le sacó de quicio. Le exasperó. Le pareció una herejía, una profanación, un desacato. Pensó que esta frase del señor Cornejo seguía a la supresión de los tratamientos obsequios os y solícitos. Y le volvió las espaldas airadamente al señor Cornejo.
Desde ese minuto el señor Cornejo ha perdido la gracia excelsa del señor Pardo. Es un ángel caído. Ha pecado por desobediencia y ha sido castigado. El señor Pardo pondrá un querubín con una espada de fuego a la entrada del paraíso de su gracia para que el señor Cornejo no pueda regresar a él. Y el señor Cornejo, orador máximo, ilustre y esclarecido, será solo un réprobo que habrá tenido la debilidad de asilarse en el cariño de los ciudadanos y de olvidarse del cariño del señor Pardo. En el índex en que estamos todos los excomulgados de la simpatía pardista figurará en adelante el nombreglorioso del señor Cornejo.
El señor Pardo, pertinaz y obcecado en su resentimiento y en su rencor, niega toda justificación al señor Cornejo. Mantiene su gesto intemperante y adusto. Y les dice a sus amigos cuando quieren tímidamente exculpar al señor Cornejo y pedir su absolución:
—¡El señor Cornejo ha ofendido al gobierno por amor al aplauso! ¡El apego a las vanas glorias terrenales ha perdido al señor Cornejo!
Piensa el señor Pardo que el discurso del señor Cornejo ha sido atrevido, ofensivo, destemplado e irrespetuoso. Piensa que el señor Cornejo ha cometido el más grave error de su vida política. Y su indignación de esta hora contra el señor Cornejo se exalta, se solivianta y se fortalece con el recuerdo de la amistad y del consorcio entre el señor Cornejo y el señor Prado y Ugarteche.
El señor Cornejo ha perdido la gracia del señor Pardo. La ha perdido repentina y violentamente. El mismo señor Pardo se lo ha notificado hace cuatro días en la tertulia palatina del sábado.
Estuvo en esa tertulia el señor Cornejo a quien seducen la cortesanía, la suntuosidad y la gentileza de las fiestas presidenciales. A pesar de sus democráticas convicciones, el señor Cornejo tiene alma de magnate.
Y el señor Pardo, que había leído y releído en la mañana de ese día el convincente y vibrante discurso del señor Cornejo, quiso hacerle sentir inmediatamente su disgusto. Quiso notificarle que estaba en pecado mortal. Quiso acusarle de desacato y osadía. Quiso decirle que le negaba su aplauso y le daba su reproche, su reprobación y su silbido.
Habló así, más o menos, el señor Pardo:
—Usted ha atacado duramente al gobierno. ¿Por qué hay en su discurso tantas reconvenciones? ¿Por qué hay en su discurso tantas sospechas? ¿Por qué hay en su discurso tantas reticencias? Parece que usted quisiera colaborar en una empresa de daño para la administración.
Habló así, más o menos, el señor Cornejo:
—No hay en mi discurso tales reconvenciones, tales sospechas ni tales reticencias. Hay solo un análisis desapasionado y tranquilo sin tendencia alguna de contrariar al gobierno. No lo ha leído usted con tranquilidad.
Insistió el señor Pardo:
—Lo he leído con mucha tranquilidad y con mucha detención, Cornejo. Y contestó el señor Cornejo:
—Entonces no lo ha comprendido.
Esta frase, dicha con toda la sinceridad y con todo el calor de la réplica, indignó al señor Pardo. Le sacó de quicio. Le exasperó. Le pareció una herejía, una profanación, un desacato. Pensó que esta frase del señor Cornejo seguía a la supresión de los tratamientos obsequios os y solícitos. Y le volvió las espaldas airadamente al señor Cornejo.
Desde ese minuto el señor Cornejo ha perdido la gracia excelsa del señor Pardo. Es un ángel caído. Ha pecado por desobediencia y ha sido castigado. El señor Pardo pondrá un querubín con una espada de fuego a la entrada del paraíso de su gracia para que el señor Cornejo no pueda regresar a él. Y el señor Cornejo, orador máximo, ilustre y esclarecido, será solo un réprobo que habrá tenido la debilidad de asilarse en el cariño de los ciudadanos y de olvidarse del cariño del señor Pardo. En el índex en que estamos todos los excomulgados de la simpatía pardista figurará en adelante el nombreglorioso del señor Cornejo.
El señor Pardo, pertinaz y obcecado en su resentimiento y en su rencor, niega toda justificación al señor Cornejo. Mantiene su gesto intemperante y adusto. Y les dice a sus amigos cuando quieren tímidamente exculpar al señor Cornejo y pedir su absolución:
—¡El señor Cornejo ha ofendido al gobierno por amor al aplauso! ¡El apego a las vanas glorias terrenales ha perdido al señor Cornejo!
El status quo
Lima está ya oficialmente notificada de que esta municipalidad joven, simpática y amable va a seguir rigiendo sus destinos por un año más. Tal como lo anunciamos nosotros en una de nuestras primeras informaciones, el statu quo de la prórroga implícita y formal ha frustrado la lucha, las intrigas, las inscripciones y la elección, y ha evitado al gobierno el duro atrenzo de otorgar su favor a un candidato con resentimiento del contrario. Se podría decir que, frente a la renovación de la Municipalidad de Lima en 1916, el gobierno del señor Pardo ha sido absolutamente imparcial. Y esto sería una prueba patente de la austeridad del gobierno del señor Pardo si no se agregara que el gobierno del señor Pardo fue absolutamente imparcial frente a esa renovación porque esa renovación no se realizó. Pues de otra suerte acaso se deduciría malignamente que el gobierno del señor Pardo puede ser imparcial en una elección siempre que la elección no se realice.
La municipalidad de 1916 va a ser pues también la municipalidad de 1917. El alcalde de 1916 va a ser pues también el alcalde de 1917. La ciudad va a continuar atendida y cuidada por un alcalde y un concejo solícitos, honestos, diligentes y hacendosos. Una paternal y acuciosa administración va a continuar barriendo, adoquinando y regando las calles, podando los parques, cuidando las alamedas y persiguiendo a los perros vagabundos.
La única dolencia de esta municipalidad es la dolencia de las dificultades del quórum. El quórum embaraza al alcalde, preocupa al secretario, inquieta a los conserjes y frustra las sesiones. El quórum constituye un problema tremendo. El quórum representa un tropiezo mayor que todos los tropiezos presupuestales.
Pero si en las sesiones el quórum suele ser escaso, en el palco municipal hay todas las noches quórum pleno, quórum exorbitante, quórum sobrado. Loque no pueden conseguir los requerimientos del alcalde lo consiguen fácilmente la opereta vienesa y Esperanza Iris. El anuncio de El Soldado de Chocolate es tan eficaz como ineficaz es una citación reglamentaria. Y un cancán parisiense es para los concejales del palco municipal mucho más interesante que la cuestión de la reja de los Descalzos.
Y los concejales que más entusiasta quórum dan a las sesiones cotidianas del palco municipal son precisamente los más reacios en dar quórum a las sesiones semanales del Concejo. Les encanta ejercitar su función concejil en el palco de teatro. Les parece que la ejercitan así más ostensible y más patentemente. Les seduce el desempeño de sus cargos con tanta publicidad, buen gusto y elegancia. Son los suyos espíritus estetas y refinados que sienten toda la importancia de su cargo cuando se ponen frac y corbata blanca.
Y es tanta la asiduidad cotidiana de tal quórum que no sería raro que una de estas noches en que más le preocupase la escasez de las sesiones se presentara en el palco municipal el señor Miró Quesada, asistido de su secretario, y les dijera agitando la campanilla presidencial:
—Se abre la sesión…
La municipalidad de 1916 va a ser pues también la municipalidad de 1917. El alcalde de 1916 va a ser pues también el alcalde de 1917. La ciudad va a continuar atendida y cuidada por un alcalde y un concejo solícitos, honestos, diligentes y hacendosos. Una paternal y acuciosa administración va a continuar barriendo, adoquinando y regando las calles, podando los parques, cuidando las alamedas y persiguiendo a los perros vagabundos.
La única dolencia de esta municipalidad es la dolencia de las dificultades del quórum. El quórum embaraza al alcalde, preocupa al secretario, inquieta a los conserjes y frustra las sesiones. El quórum constituye un problema tremendo. El quórum representa un tropiezo mayor que todos los tropiezos presupuestales.
Pero si en las sesiones el quórum suele ser escaso, en el palco municipal hay todas las noches quórum pleno, quórum exorbitante, quórum sobrado. Loque no pueden conseguir los requerimientos del alcalde lo consiguen fácilmente la opereta vienesa y Esperanza Iris. El anuncio de El Soldado de Chocolate es tan eficaz como ineficaz es una citación reglamentaria. Y un cancán parisiense es para los concejales del palco municipal mucho más interesante que la cuestión de la reja de los Descalzos.
Y los concejales que más entusiasta quórum dan a las sesiones cotidianas del palco municipal son precisamente los más reacios en dar quórum a las sesiones semanales del Concejo. Les encanta ejercitar su función concejil en el palco de teatro. Les parece que la ejercitan así más ostensible y más patentemente. Les seduce el desempeño de sus cargos con tanta publicidad, buen gusto y elegancia. Son los suyos espíritus estetas y refinados que sienten toda la importancia de su cargo cuando se ponen frac y corbata blanca.
Y es tanta la asiduidad cotidiana de tal quórum que no sería raro que una de estas noches en que más le preocupase la escasez de las sesiones se presentara en el palco municipal el señor Miró Quesada, asistido de su secretario, y les dijera agitando la campanilla presidencial:
—Se abre la sesión…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de octubre de 1916. ↩︎