4.24. Postrimerías - La lámpara maravillosa

  • José Carlos Mariátegui

Postrimerías1  

         La legislatura llega a sus últimos instantes. Desfallece, agoniza, se muere. Y se muere sin junta de médicos, sin penitencia, sin arrepentimiento, sin viático y sin extremaunción. Arrepentida de todas sus coqueterías y de todos sus ocios vive sus últimos momentos febril y activamente. Su labor legislativa se torna intensa, variada, multiforme. Y se hace de ella vivo y profuso comentario:
         —La legislatura ha sido fecunda.
         —La legislatura ha sido amable.
         —La legislatura ha sido voluble.
         —La legislatura ha sido penosa.
         Ayer en la Cámara de Diputados hubo cinco horas de continuas sesiones. El señor Manzanilla, que quiere dar ejemplo de energía, de fortaleza, de heroísmo ciudadano, no abandonó un solo minuto la presidencia. Y reprobó el cansancio y la holgazanería del señor Carrillo que se lamentaba de que el despacho fuera tan largo. Austeramente le recomendó:
         —¡Cuando se tiene una función pública tan elevada y se es tan esclarecido funcionario, hay la obligación de sacrificarse en el servicio de la patria!
         El señor Carrillo le miró, muy asombrado.
         En la orden del día la cámara aprobó veinte proyectos. La prenda agraria. La profilaxia preventiva. El horario de la Corte Suprema. El ascenso del capitán de navío Caballero Lastres. Carpetazos, dictámenes, balotas. Labor incesante para los secretarios y para los periodistas.
         El señor Peña Murrieta hizo un sensacional discurso sobre la profilaxia de las ciudades.
         Habló de este modo:
         —¿Nos rige el parlamentarismo científico? Yo voy a hacer un discurso científico. Voy a exigir que el organismo nacional se prevenga contra las epidemias extranjeras. Hay que impedir que el tracoma, el cólera y la bubónica pasen la frontera. Es necesario que el país se dé fricciones cotidianas de vinagre Bully.
         Y siguió hablando con exuberante tecnicismo. Un discurso de facultativo erudito y afable. Era lo único que le hacía falta a esta legislatura en agonías. La palabra de un médico. Si el señor Sánchez Díaz, seráfico y uncioso sacerdote, dice también una palabra, la legislatura habrá terminado por completo…

La lámpara maravillosa  

         Las tertulias presidenciales son cada día más monótonas, más tristes, más graves, más lánguidas. Todo en ellas es etiqueta, austeridad, afectación estiramiento, cosas éstas en pugna con la psicología criolla.
         Los concurrentes habituales se desesperan más cada día. De repente van a ir a ellas con la misma compunción con que podrían ir a un sepelio o a una misa gregoriana.
         A la sordina, furtivamente, como un síntoma de tímida y reticente rebeldía, hay comentarios de esta clase:
         —Debía haber cinema. Sería interesante ver a la Bertini en Palacio.
         —Debía haber comedia. Sería interesante reírse de Paco Ares en Palacio.
         —Debía haber concierto. Sería interesante oír la Canción del Ruiseñor en Palacio.
         —Debía haber tonadillas. Sería interesante celebrar a la Quijano en Palacio.
         Se hace a la personalidad excelsa del señor Pardo la grave y audaz ofensa de no considerarla factor, motivo o aliciente bastante de las tertulias palatinas. Y se piensa en la Bertini, en Ares, en la Quijano y en la Canción del Ruiseñor. Es cierto que esta ofensa es secreta, callada, furtiva. Pero bastaría que existiese en el espíritu y en el pensamiento de un tertuliante para que ya fuese pecadora, atrevida y profana.
         Uno de los que más se ha consternado con la languidez de las tertulias presidenciales ha sido el señor Málaga Santolalla. Y su consternación no ha sido egoísta. No le ha afligido entristecerse él solo. Le ha afligido hondamente que se entristezcan los demás. Y, aspirando a dar animación y alegría a una de las tertulias, llevó a la penúltima de ellas una lámpara modernísima y admirable. Una lámpara ligera, manuable, sencilla, única. Una lámpara de gasolina, de vigorosa luz, de simplísimo manejo y de sorprendentes aplicaciones.
         El señor Málaga Santolalla la presentó como un objeto prodigioso al señor Pardo. Y todos los representantes los rodearon para conocerla. Y se apagaron las luces del salón para que se encendiese la lámpara del señor Málaga Santolalla y se constatase su poder luminoso.
         Todos los representantes hicieron de la lámpara del señor Málaga Santolalla el más vehemente elogio.
         ¡Esta es una lámpara maravillosa!
         Y el señor Pardo, que recuerda los cuentos que fueran lectura favorita de su infancia, dijo:
         —¡La lámpara de Aladino!
         La lámpara sola alumbraba parpadeante y cohibida la estancia presidencial. Y el encomio seguía apasionado y fervoroso. El señor Málaga Santolalla repetía a cada instante:
         —He mandado cincuenta lámparas iguales a mi provincia. Quiero llevar a mi provincia toda la luz posible.
         Pero el señor Dunstan, que es ingeniero y que como tal tiene reticencias y emulaciones con sus compañeros, interrumpió bruscamente el elogio de la lámpara maravillosa:
         —¡El señor Málaga Santolalla es agente con exclusiva de esa lámpara! ¡Y le está haciendo aquí réclame! ¡Esto es industrial! ¡Esto no es de buen tono, señores!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de octubre de 1916. ↩︎