4.26. El último día - Debate emocionante

  • José Carlos Mariátegui

El último día1  

         El último día de la legislatura ordinaria fue febril, intenso, congestionado. La Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores celebraron sesiones sucesivas e interminables. En ambas la voz del secretario se enronquecía y la campanilla del presidente vibraba nerviosa.
         Estas sesiones de las legislaturas tienen una animación de fiesta y de holgorio. Son atorbellinadas, extensas, bulliciosas, agitadas. Hay en ellas cierto rumor de feria. Los representantes se mueven, se exaltan, se conflagran y se ríen. Los empleados tienen un trajín incesante. Y los periodistas extreman la agudeza de sus sentidos para seguir la sesión, vertiginosa y complicada, en todos sus detalles, y para hacer prolija síntesis de ellos.
         En la cámara de diputados el ambiente fue intranquilo. Hubo en todo instante vivo comentario y risueño corrillo. Y hubo interrogaciones frívolas e inquietantes. Esas interrogaciones que no encuentran nunca otra respuesta que la de una perplejidad, una sonrisa o un ademán:
         —¿Por qué las últimas sesiones de las legislaturas son extrañamente alegres?
         —¿Por qué en ellas hay tanto afán de legislar, de resolver, de decidir?
         —¿Por qué las legislaturas terminan tan agitadamente?
         —¿Por qué el señor Sánchez Díaz no dice en esta sesión un responso, una oración fúnebre, un panegírico?
         —¿Por qué no pronuncia un discurso el señor Salomón?
         La legislatura ha concluido, como todas las legislaturas, vulgarmente. El parlamentarismo científico del señor Manzanilla no ha tenido eficacia en este final. Ha sido el final que siempre hemos visto. Y no han valido para metodizarlo, para regirlo, para modificarlo, ni las graduaciones de la luz, ni las admoniciones presidenciales, ni los prestigios de la farola.
         Haciendo la historia de la legislatura se decía:
         —Se inició con cuarenta proyectos celestes del señor Borda.
         —Atajó la reforma del jurado del doctor Cornejo.
         —Libró a los paisanos de la justicia militar.
         —Sepultó las teorías disciplinarias y autocráticas del señor Fuente.
         —Perdonó a los telegrafistas, a los revolucionarios, a los ministros, a todo el mundo.
         —Fue indulgente y protectora.
         Y el señor Sánchez Díaz agregaba patriarcal, cristiana y unciosamente:
         —¡Rogad a Dios por ella!

Debate emocionante  

         El dictamen de la comisión de cómputo causó el debate que todos esperaban. La legislatura terminó con un debate emocionante y sonoro. Se tuvo la certidumbre de su inminencia desde que se vio aparecer en su escaño al señor Salazar y Oyarzábal, orador pertinaz de vasta experiencia parlamentaria.
         El primer discurso fue el del señor Salazar y Oyarzábal. Un discurso de análisis constitucional y de interpretación legislativa. Y siguieron muchos discursos vibrantes, persuasivos, apasionados. Gran discurso del señor Ulloa. Gran discurso del señor Torres Balcázar. Y, después de estos agitados exordios, se interrumpió la sesión por una hora.
         Y una hora más tarde continuó el debate. El señor Ulloa se dirigió a los sentimientos de justicia y de austeridad de los diputados con elocuente concepto de admonición. Y el señor Torres Balcázar planteó francamente la permanencia del señor Castro y del señor Gianolli en sus curules. La moción fue votada nominalmente entre exclamaciones, argumentos, aplausos y campanillazos. Y tuvo el más culminante de sus momentos cuando el señor Tudela y Varela dijo:
         —¡Yo voy a votar por el sí porque tengo que ser consecuente con mis ideas de otra época! ¡Yo no puedo claudicar, Excmo. señor! ¡Yo me aventuraré aun a un fracaso político por mantener la lealtad a mis principios!
         La ovación fue estruendosísima. No la ha oído más entusiasta, fervorosa, devota y sonora el señor Tudela y Varela. Ni siquiera en el pueblo burgués y apacible de Miraflores.
         Y, a pesar de los tropiezos de la primera votación, el acuerdo favorable a los señores Castro y Gianolli se abría paso más tarde. El señor Ulloa, noblemente exaltado, conjuraba los más patrióticos sentimientos de los representantes para que diesen solución serena al conflicto. Y, contra los gestos airados de los liberales, profundamente resentidos con sus aliados civilistas, triunfaba la moción de la minoría.
Una gran jornada que ha sido la última de la legislatura ordinaria pero que podía merecer el honor de ser la primera.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de octubre de 1916. ↩︎