4.23. Precepto todopoderoso - El régimen y la operata
- José Carlos Mariátegui
Precepto todopoderoso1
Ni el empeño del señor Salomón, que habla a veces en serio como si hablara en broma y habla a veces en broma como si hablara en serio, ni las angustias de la legislatura ordinaria, ni el acuerdo de la sesión de anteayer, ni los requerimientos de la esforzada y científica presidencia, ni las citaciones, ni las súplicas, fueron suficientes para que la Cámara de Diputados faltara ayer al santo precepto católico de la santificación de las fiestas y del descanso dominical.
La Cámara de Diputados tuvo oportuna conciencia de la gravedad del pecado inminente y se detuvo ante la tentación. Y no hubo ayer sesión extraordinaria por falta de quórum. Y los diputados concurrentes execraron la iniciativa del señor Salomón:
—¡Pedir que se sesione en día domingo!
—¡En día de carrera de caballos!
—¡Qué absurdo!
—¡Y pedirlo el señor Salomón, que se apellida en israelita, que tiene místicos y unciosos modales, que debe respetar igualmente los mandamientos de la santa madre iglesia católica y los mandamientos de la ley mosaica!
—¡Más absurdo todavía!
No podía ocurrir de otra manera. El precepto religioso de la santificación de las fiestas y el precepto civil del descanso dominical tienen la obediencia más absoluta de nuestra política y de nuestros políticos. Y el señor Salomón no logrará nunca que esa obediencia sufra desmedro.
Toda la vida política y administrativa de la nación se paralizó, pues, ayer como todos los domingos. Ni siquiera supo mover a la agitación, a la intriga, o al comentario por lo menos, la reacción del civilismo.
Porque hace tres días que el civilismo vuelve a animarse, a moverse, a sacudirse. Toma acuerdos parlamentarios, requiere al doctor Prado y Ugarteche, pone los ojos en la próxima asamblea. Y augura la posibilidad de que la política torne a hacerse intensa, vibrante, complicada.
Solo hubo ayer una nota rebelde a la santificación del domingo. Y fue la de un duelo trascendental. El duelo entre el general Puente y el señor Secada. Se explica esta nota rebelde y profana si se tiene en cuenta que uno de los duelistas es irreligioso y ateo.
La Cámara de Diputados tuvo oportuna conciencia de la gravedad del pecado inminente y se detuvo ante la tentación. Y no hubo ayer sesión extraordinaria por falta de quórum. Y los diputados concurrentes execraron la iniciativa del señor Salomón:
—¡Pedir que se sesione en día domingo!
—¡En día de carrera de caballos!
—¡Qué absurdo!
—¡Y pedirlo el señor Salomón, que se apellida en israelita, que tiene místicos y unciosos modales, que debe respetar igualmente los mandamientos de la santa madre iglesia católica y los mandamientos de la ley mosaica!
—¡Más absurdo todavía!
No podía ocurrir de otra manera. El precepto religioso de la santificación de las fiestas y el precepto civil del descanso dominical tienen la obediencia más absoluta de nuestra política y de nuestros políticos. Y el señor Salomón no logrará nunca que esa obediencia sufra desmedro.
Toda la vida política y administrativa de la nación se paralizó, pues, ayer como todos los domingos. Ni siquiera supo mover a la agitación, a la intriga, o al comentario por lo menos, la reacción del civilismo.
Porque hace tres días que el civilismo vuelve a animarse, a moverse, a sacudirse. Toma acuerdos parlamentarios, requiere al doctor Prado y Ugarteche, pone los ojos en la próxima asamblea. Y augura la posibilidad de que la política torne a hacerse intensa, vibrante, complicada.
Solo hubo ayer una nota rebelde a la santificación del domingo. Y fue la de un duelo trascendental. El duelo entre el general Puente y el señor Secada. Se explica esta nota rebelde y profana si se tiene en cuenta que uno de los duelistas es irreligioso y ateo.
El régimen y la operata
Hace dos noches se puso en escena en el teatro Municipal la opereta Eva. Y Esperanza Iris, el Municipal, Eva y Franz Lehar monopolizaron la atención y el interés de todas nuestras damas, aristócratas, burguesas y plebeyas, sentimentales, románticas y enamoradas.
Y esta opereta de Franz Lehar hecha de esnobismos, de almibaramientos, de sensiblerías, de fuegos pirotécnicos, de fanfarrias, de plañidos, de cursilerías, de azúcares, de valses lánguidos, de brindis y de zalamerías, interesó no solo a las mujeres bonitas y feas de Lima. Interesó también al señor Pardo. Y el señor Pardo hizo a la función, a Eva, al teatro y a Franz Lehar, el honor de su asistencia.
Las gentes hicieron maligno y pertinaz comentario de la presencia del señor Pardo. Y hablaron algunas de esta suerte:
—¿Por qué habrá venido a ver a Eva el señor Pardo?
—¿Por qué no habrá preferido El Soldado de Chocolate?
—¿Por qué no habrá preferido El Mercado de Muchachas?
—¿Por qué no habrá preferido El Amor Enmascarado?
—¿Por qué no habrá preferido Aires de Primavera? ¿Por qué no habrá preferido sobre todo Aires de Primavera?
—Es justo que no le haya interesado La Princesa del Dollar. La malacrianza de Mac Adoo debe tenerle aún resentido con las cosas yanquis.
—¿Qué motivo tiene esta devoción del régimen a Franz Lehar?
—La concurrencia del señor Pardo es todo un acto de devoción a Franz Lehar.
—El señor Pardo debe ser admirador de Franz Lehar.
—Se podría decir entonces que el presidente de la república del Perú admira a Franz Lehar.
—¿Será Franz Lehar digno de la admiración del señor Pardo?
Y en general se decía que el señor Pardo era en esos momentos un presidente democrático pues compartía el entusiasmo sensiblero y almibarado del público de Lima por la obra de Franz Lehar. Y se hablaba de las simpatías manifiestas del régimen por la opereta.
Y esta opereta de Franz Lehar hecha de esnobismos, de almibaramientos, de sensiblerías, de fuegos pirotécnicos, de fanfarrias, de plañidos, de cursilerías, de azúcares, de valses lánguidos, de brindis y de zalamerías, interesó no solo a las mujeres bonitas y feas de Lima. Interesó también al señor Pardo. Y el señor Pardo hizo a la función, a Eva, al teatro y a Franz Lehar, el honor de su asistencia.
Las gentes hicieron maligno y pertinaz comentario de la presencia del señor Pardo. Y hablaron algunas de esta suerte:
—¿Por qué habrá venido a ver a Eva el señor Pardo?
—¿Por qué no habrá preferido El Soldado de Chocolate?
—¿Por qué no habrá preferido El Mercado de Muchachas?
—¿Por qué no habrá preferido El Amor Enmascarado?
—¿Por qué no habrá preferido Aires de Primavera? ¿Por qué no habrá preferido sobre todo Aires de Primavera?
—Es justo que no le haya interesado La Princesa del Dollar. La malacrianza de Mac Adoo debe tenerle aún resentido con las cosas yanquis.
—¿Qué motivo tiene esta devoción del régimen a Franz Lehar?
—La concurrencia del señor Pardo es todo un acto de devoción a Franz Lehar.
—El señor Pardo debe ser admirador de Franz Lehar.
—Se podría decir entonces que el presidente de la república del Perú admira a Franz Lehar.
—¿Será Franz Lehar digno de la admiración del señor Pardo?
Y en general se decía que el señor Pardo era en esos momentos un presidente democrático pues compartía el entusiasmo sensiblero y almibarado del público de Lima por la obra de Franz Lehar. Y se hablaba de las simpatías manifiestas del régimen por la opereta.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de octubre de 1916. ↩︎