4.21. Champaña
- José Carlos Mariátegui
1Hace días que el ministro de guerra vive envuelto en una aureola de felicitaciones. Todo alrededor de él no es sino cumplidos, piropos, champaña, brindis y copitas. Tiene un instante de apoteosis pública. Una apoteosis de salón, de comedor y de confitería.
El ministro de guerra está en el minuto de su celebridad y de su apogeo. Las gentes le miman y le engríen. El señor Grau dice en una esquina un ditirambo en su honor. Los señores Rubio repiten en la otra esquina el ditirambo del señor Grau. Y jefes y oficiales, militares y marinos, grandes y chicos, felicitan al ministro de guerra y le celebran. Y ha habido tanto incienso, tanto sahumerio, tanta devoción y tanta reverencia en las calles en los últimos días, que el señor Puente debe haber sentido que parte de ese incienso, de ese sahumerio, de esa devoción y de esa reverencia le correspondían indudablemente.
Las gentes dicen:
—Ochenta y una balotas blancas han hecho general de la República al señor Puente.
Y el señor Puente piensa que el color blanco es el más feliz, noble y hermoso de los colores. Abomina al color negro que es como quien dice el color de las viudas y de los indefinidos. Ama al color blanco. Y se lamenta de que su elocuencia no tenga lirismo bastante para hacer la loa y la exaltación de color tan admirable. En una loa del color blanco, el señor Puente pondría que es el color de la pureza, pondría que es el color de la candidez, pondría que es el color de la virginidad, pondría que es el color de la primera comunión, pondría que es el color de la leche de Chosica, pondría que es el color de las enaguas, y pondría, sobre todo, que es el color de las balotas indulgentes.
Los amigos del señor Puente han invocado todos sus merecimientos. Y han invocado especialmente el merecimiento de su juventud y de su precocidad.
El señor Grau ha dicho:
—El señor Puente es general a los cuarenta años.
Y el señor Puente ha rectificado:
—A los treinta y nueve años.
Y todos los amigos del señor Puente han encontrado admirable la precocidad de general que tenía el señor Puente.
Pero los militares viejos, de las campañas criollas, los militares del vivac, los militares del Manlincher, los militares de las revoluciones, se soliviantan ante esta afirmación de la juventud del coronel Puente. No transigen con ella. Sostienen que el señor Puente tiene más, mucho más de cincuenta años. Y como comparten igualmente la vanidad de su triunfo se lo reclaman, se lo pelean y se lo arrebatan a la juventud. Y lo mismo que en las polémicas literarias de hoy, les dicen a los hombres nuevos del ejército:
—El general Puente no es de vuestra generación. ¡El general Puente nos pertenece!
El ministro de guerra está en el minuto de su celebridad y de su apogeo. Las gentes le miman y le engríen. El señor Grau dice en una esquina un ditirambo en su honor. Los señores Rubio repiten en la otra esquina el ditirambo del señor Grau. Y jefes y oficiales, militares y marinos, grandes y chicos, felicitan al ministro de guerra y le celebran. Y ha habido tanto incienso, tanto sahumerio, tanta devoción y tanta reverencia en las calles en los últimos días, que el señor Puente debe haber sentido que parte de ese incienso, de ese sahumerio, de esa devoción y de esa reverencia le correspondían indudablemente.
Las gentes dicen:
—Ochenta y una balotas blancas han hecho general de la República al señor Puente.
Y el señor Puente piensa que el color blanco es el más feliz, noble y hermoso de los colores. Abomina al color negro que es como quien dice el color de las viudas y de los indefinidos. Ama al color blanco. Y se lamenta de que su elocuencia no tenga lirismo bastante para hacer la loa y la exaltación de color tan admirable. En una loa del color blanco, el señor Puente pondría que es el color de la pureza, pondría que es el color de la candidez, pondría que es el color de la virginidad, pondría que es el color de la primera comunión, pondría que es el color de la leche de Chosica, pondría que es el color de las enaguas, y pondría, sobre todo, que es el color de las balotas indulgentes.
Los amigos del señor Puente han invocado todos sus merecimientos. Y han invocado especialmente el merecimiento de su juventud y de su precocidad.
El señor Grau ha dicho:
—El señor Puente es general a los cuarenta años.
Y el señor Puente ha rectificado:
—A los treinta y nueve años.
Y todos los amigos del señor Puente han encontrado admirable la precocidad de general que tenía el señor Puente.
Pero los militares viejos, de las campañas criollas, los militares del vivac, los militares del Manlincher, los militares de las revoluciones, se soliviantan ante esta afirmación de la juventud del coronel Puente. No transigen con ella. Sostienen que el señor Puente tiene más, mucho más de cincuenta años. Y como comparten igualmente la vanidad de su triunfo se lo reclaman, se lo pelean y se lo arrebatan a la juventud. Y lo mismo que en las polémicas literarias de hoy, les dicen a los hombres nuevos del ejército:
—El general Puente no es de vuestra generación. ¡El general Puente nos pertenece!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de octubre de 1916. ↩︎