4.20.. Día de gracias

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ha estado ayer proscrita de la cámara de diputados la política. Ha estado proscrito el debate violento. Y ha estado proscrita también la oratoria vibrante y airada. La Cámara se sintió mística, unciosa y cristiana en homenaje a la procesión del Señor de los Milagros. Y parecía que hasta llegaban a ella los efluvios piadosos del incienso.
         Y se sintió la Cámara tan mística, tan unciosa y tan cristiana que la poseyó una inefable ansia de dispensar gracias y hacer mercedes. Y dedicó casi todas sus horas a la aprobación de ascensos. Ascensos militares y ascensos navales. Ascenso del comandante Edgardo Arenas. Ascenso del comandante Pedro Pablo Martínez. Ascenso del comandante Manuel C. Bonilla. Ascenso del capitán de fragata Numa Pompilio León, que también es amigo personal del señor Moreno como el coronel Zapata y como el coronel Puente (Vamos a creer que en este país basta ser amigo personal del señor Moreno para obtener un ascenso). Ascensos, ascensos, ascensos.
         La fiesta del Señor de los Milagros había hecho absolutamente generosa a la Cámara de Diputados. Se sentía dispensadora de mercedes y obsequios. Y se empeñaba en hacer milagros.
         Todo en la Cámara de Diputados era continua votación. Balotas blancas y balotas negras. Muchas balotas blancas y muy pocas balotas negras. Las gentes se preguntaban:
         —¿De quiénes serán las balotas negras?
         Y el señor Torres Balcázar, ansioso de exonerar a la minoría de la responsabilidad de estas balotas negras, dijo:
         —La minoría no pondrá hoy balotas negras. Favorecerá todos los ascensos.
         Y calló lo siguiente:
         —La minoría tiene solo balotas negras para un ascenso cuando este ascenso es el del coronel Puente.
         Hubo en la tarde una incorporación. La incorporación del diputado suplente por Yauli señor Guillermo Valentini, para quien tuvo toda la Cámara entusiastas aplausos.
         Y no hubo sino una nota interesante. En la estación de la orden del día el señor Sayán y Palacios se empeñó en pronunciar un discurso. Y el señor Manzanilla se empeñó en impedirlo:
         —¡Perdón, señor diputado! ¡No hay nada en debate!
         El señor Sayán y Palacios se empeñó entonces en presentar una moción. Y el señor Manzanilla con el reglamento en la mano se obstinó igualmente en obstruirlo:
         —Muy bien, señor diputado. Puede usted enviar su moción a la mesa. Pero la tramitaremos mañana.
         Y el señor Sayán y Palacios, completamente desesperado, pensaba en que el reglamento y el señor Manzanilla eran muy injustos. Sobre todo, porque la Cámara estaba en día de gracias y mercedes.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de octubre de 1916. ↩︎