4.13. Estertores

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El gran debate de la huelga telegráfica ha llegado a su fin. Tiene ya todos los síntomas de la muerte cercana. Tiembla, entorna los ojos, desfallece, pierde los sentidos. Ayer creyeron todos que el debate concluía. El señor Manzanilla asistía a sus estertores, desde el estrado presidencial, con esa indiferencia tranquila y risueña del médico de cabecera que ha visto morir a muchos enfermos. Todo indicaba la agonía y la muerte inminente. Todo. Hasta la austera presencia del señor Criado y Tejada que parece habitualmente un maestro de ceremonias funerarias.
         Pero el debate vive aún. Y parece que va a ser trágica y consternadora su agonía. Ya no se discute la huelga telegráfica, ya no se discute al director de Correos, ya no se discute al señor Botetano. Se discute ahora el voto de confianza al señor García Bedoya. Porque es indispensable que el señor García Bedoya se lleve un voto de confianza de la Cámara de Diputados. La mayoría lo ha pedido imperiosamente. Y no sabemos por qué no ha pedido también un voto de confianza para el secretario del ministro, señor Abril y de Vivero. En este país todo el mundo pide voto de confianza.
         Prologó al debate de la huelga telegráfica, una discusión entre los representantes del Cuzco sobre un proyecto del señor Gamarra (don Manuel Jesús). Los representantes del Cusco sintieron trasladada la Junta Departamental de su circunscripción al Parlamento nacional. El señor Chaparro, que tiene ostensible hostilidad al señor Gamarra, desde los lejanos tiempos escolares, dijo que no era exacto. Insistió el señor Chaparro. Insistió el señor Gamarra. Tornó a insistir el señor Gamarra. Tornó a insistir el señor Chaparro. Ninguno de los dos quería consentir que su contendor fuese el último en la réplica. Y tuvieron que intervenir el señor Latorre y el señor Escalante para poner término a este duelo oratorio reticente, porfiado, sórdido y perseverante.
         El señor García Bedoya hizo una vez más la defensa de sus procedimientos. Dijo una vez más que los huelguistas habían sido autores de un delito grave. Pero agregó que su criterio disentía del criterio del señor Criado y Tejada y que no le parecía bien que se encerrase en la Penitenciaría a los huelguistas, conforme al Código de Justicia Militar y a su exégeta el señor Criado y Tejada. Una demostración de la infinita misericordia de su señoría. Y luego se fue el señor García Bedoya de la Cámara de Diputados. El señor Macedo trataba de detenerle, diciéndole:
         —¡A mí no me ha contestado su señoría!
         Pero el señor García Bedoya, con el sombrero en la mano, le respondía:
         —Yo le he contestado ya a todo el mundo.
         Y el señor Macedo, indignado, tenía que solicitar que se leyese el artículo de la Constitución, que manda a los ministros absolver las interpelaciones de los diputados.
         Más tarde, el debate se hizo interesante y ardoroso. Oímos al señor Secada sostener que el señor García Bedoya no merecía confianza alguna. Oímos al señor Químper glosar las declaraciones del señor García Bedoya sobre el delito de los telegrafistas. Oímos al señor Balbuena, víctima y anatematizador en otros tiempos del Código Militar y de las arbitrariedades civilistas, decir que era muy justo que pusieran a un ciudadano en la cárcel cuando se tenía contra él una sospecha. Oímos al señor Fuentes afirmar que el voto de confianza tenía vivas vinculaciones con el ideal metafísico. Y oímos al señor Ulloa, más vibrante que nunca, más elocuente que nunca, más espontáneo que nunca, producirse así:
         —¡Bien está que se le dé un voto de confianza al ministro de Gobierno!
         ¡Bien está que la mayoría lo apoye y lo defienda! ¡Pero mal, muy mal, está que se diga que se nos ha convencido, que se nos ha confundido, que se nos ha contradicho! ¡Eso no, Excmo. señor! ¡Aceptamos la eficacia del número de la mayoría, pero no aceptamos la eficacia de sus argumentos!
         Y a las nueve, perdida ya toda esperanza de que el voto de confianza pudiese ser remitido a Palacio anoche mismo, la sesión terminaba vulgarmente con un campanillazo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de octubre de 1916. ↩︎