4.14. Absoluciones

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ayer terminó, para tranquilidad de nuestros espíritus y alegría de nuestros corazones, el debate de la huelga telegráfica. No es que, a nosotros, tímidos y cautos cronistas, nos haya molestado un debate en el cual se han discutido los más graves problemas sociales y administrativos y en el cual han intervenido persuasivamente el señor Ulloa, majestuosamente el señor Tudela y Varela, apostólicamente el señor ministro de gobierno, nerviosamente el señor Secada, risueñamente el señor Químper, impulsivamente el señor Moreno, científicamente el señor Maúrtua, reticentemente el señor Balbuena, rotundamente el señor Velezmoro y obstinadamente el señor Macedo. Es que el debate ha sido lánguido, desigual, ambiguo, estéril y melifluo. Y nosotros anhelábamos porfiadamente desde su iniciación que se le concediese al señor García Bedoya el voto de confianza que tan humildemente pedía.
         A quien pide con la cristiana mansedumbre y la triste resignación con que pide los votos de confianza el señor García Bedoya, no es posible negarle nada. Su señoría no sabe exaltarse, no sabe indignarse, no sabe soliviantarse. Le da la razón a todo el mundo.
         Pero pide para él la confianza. No podrá decirse que su señoría no es equitativo. La razón para los demás y la confianza para él. La confianza es lo único que puede servirle a un ministro de estado del Perú.
         El voto de confianza fue aprobado sin discusión. La Cámara misma estaba fatigada ya del debate. Y no quiso poner nuevos reparos a la satisfacción de un anhelo tan legítimo del señor García Bedoya.
         Como no era posible absolver solamente al ministro de gobierno, se pensó en que era absolutamente indispensable también absolver a los telegrafistas. Y los telegrafistas fueron absueltos. El único a quien nadie pensó en absolver fue el coronel Zapata. Y hubo antes bien una moción contraria al coronel Zapata, moción que no quiso rechazar la mayoría y que no quisieron desaprobar sus leaders.
         El señor Balbuena hacía en los corrillos la exaltación de estas absoluciones:
         —¡Es la Justicia la que en estos momentos triunfa! ¡La Justicia que ha descendido de los cielos a los espíritus ponderados y sabios de los representantes! ¡Mi alma está llena de justicia! ¡Mi alma está diáfana y transfigurada!
         Mientras tanto el señor Torres Balcázar exclamaba:
         —¡Esta solución ha podido alcanzarse hace diez días! ¡Hace diez días la planteó el señor Ulloa! Y la mayoría no la aprobó porque era del señor Ulloa. Hoy la mayoría la aprueba no porque es justa y reparadora sino porque está firmada por el señor Tudela y por el señor Balbuena.
         El señor Sánchez Díaz, que nunca habla y que cuando habla lo hace con un breviario entre las manos, comentaba por su parte y a la sordina:
         —Todos hemos absuelto al señor García Bedoya. Yo lo he absuelto también. Mas no sabemos si el señor García Bedoya habrá traído a este tribunal contrición y propósito de enmienda. Y sobre todo no sabemos si hará reparación de obras.
         Y el señor Sánchez Díaz ponía los ojos en la farola pecadora y a que no podía ponerlos en el cielo puro. Ni en el señor Peña Murrieta.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de octubre de 1916. ↩︎