4.10.. El gran debate

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Tal como lo hemos dicho, este debate de la huelga telegráfica en la cámara de diputados, reviste las proporciones de un gran debate. Se esclarecen en él arduos problemas sociales y arduos problemas científicos. Pero, como es un debate de la Cámara de Diputados del Perú, tiene que manifestar al mismo tiempo cierto eclecticismo criollo y cierto contraste criollo también. Se esclarecen en él simultáneamente menudos problemas políticos. Y al lado del examen del derecho a la huelga y de los métodos de Mr. Briand figura el examen de la competencia o de la temperancia del coronel Zapata y de los métodos del señor García Bedoya.
         Todo Lima esperaba que ayer terminara este debate. Los huelguistas habían preparado para celebrarlo un desfile cívico, procesión de antorchas o cosa parecida. Habían repartido volantes. Habían contratado una banda de músicos. Y no habían contratado un carro alegórico por no hallar una niña asequible que quisiera ponerse gorro frigio para simbolizar a la libertad. Pero la sesión defraudó todas las esperanzas. Un larguísimo debate sobre los ascensos militares. El señor García Bedoya asistió a todo este debate desde un escaño contiguo al del señor Tudela y Varela.
         El señor García Bedoya llegó a la cámara muy temprano. Casi al mismo tiempo que los diputados. Daba su presencia la impresión de que había sido necesario para el quórum. O de que su señoría padecía de nostalgia de la cámara y quería no perder detalle de la sesión. Ni la lista, ni el acta, ni el despacho.
         Mas fue inoportuna y fatal la asistencia del señor García Bedoya a hora tan temprana. La cámara tuvo la descortesía, la irreverencia, de olvidarse que el señor García Bedoya se encontraba en la sala y de entretenerse en una discusión sobre si se ascendía ayer mismo al comandante Lafuente o si se esperaba para ascenderlo el ascenso previo al ministro de guerra. Mientras tal discusión se desarrollaba, muchas miradas convergían hacia el señor García Bedoya. Y muchas voces decían:
         —Este debate no debe interesarle al ministro de gobierno. Y se preguntaban:
         —¿Por qué ha venido su señoría tan temprano? Su señoría asiste a este debate como ministro de gobierno. Aquí se está hablando muy mal del ministro de guerra. ¿Por qué el señor García Bedoya no defiende a su compañero de gabinete?
         Y se respondían:
         —El señor García Bedoya no es en estos momentos el ministro de gobierno. Es tan solo el diputado por Ayaviri.
         Luego se reabrieron las interpelaciones. Habló el señor ministro de gobierno. Habló como siempre, optimistamente, mansamente y apostólicamente.
         Y dijo:
         —Aún no se ha solucionado la huelga. Pero está ya a punto de solucionarse. Yo no he podido solucionarla todavía. Espero, sin embargo, que me darán ustedes un voto de confianza.
         Y el señor Torres Balcázar, vibrante y sonoro, le replicó:
         —A su señoría lo está engañando como a un niño el director de correos. Tenemos escrita la confianza para su señoría y la censura por el director de correos.
         Y después de un discurso del señor Secada, nervioso, inquieto y agridulce con anécdotas, citas, historietas y adagios, terminó la sesión.
         Los telegrafistas lamentaron que una negligencia de la Cámara frustrara su desfile cívico, su procesión de antorchas y su apoteosis de triunfo…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de octubre de 1916. ↩︎