3.8. Punto final

  • José Carlos Mariátegui

Punto Final1  

         Ayer la cámara de diputados dio término al debate de las concesiones de terrenos de montaña. Fatigoso, largo, complicado, abstruso y flácido había sido el debate. Y había sido también árido, a pesar de que tratándose de un debate sobre la selva podría parecer paradojal la expresión.
         Hacía ya tiempo que los diputados se aburrían con él. Y sentían que los aplastaba el peso de los expedientes. Y a veces dejaban el salón de sesiones para refugiarse en torno de las plácidas mesitas del té o para pasearse en los corrillos o para hacerles cara a los peticionarios del salón de los pasos perdidos.
         Y, mientras tanto, hablaban el señor Balta, el señor Vivanco o el señor ministro de fomento, sobre los lotes de montaña, sobre el Manuripe, sobre la casa Rodríguez, sobre la vialidad del Madre de Dios o sobre cualquier otro arduo tema boscoso.
         Curioso era hacer una revista de escaños y de fisonomías. El señor Gamarra (don Abelardo) escribía en criollo para Integridad. El señor Ramírez meditaba, con el mentón puesto en el puño de plata de su bastón, en el sentido recóndito de la elocuencia parlamentaria. El señor Castro (don Enrique) hacía filas de palitos de fósforo partidos por la mitad. El señor Velezmoro contaba los vidrios de la farola. El señor Málaga Santolalla hacía cálculos del sistema métrico decimal. El señor Gamarra (don Manuel Jesús) se retorcía los mostachos. El señor Secada hacía pajaritas de papel de oficio. El señor Borda se miraba furtivamente en un espejito de bolsillo. El señor Becerra le daba vueltas al dije de su cadena de reloj. El señor Macedo le hacía huesillo pérfidamente al señor Moreno. El señor Román leía el diario de los debates del año 1904. El señor Salomón escribía una carta que seguramente era una carta a Andahuaylas. El señor Alva (don Arturo) le discutía al señor Añaños acerca de la estética del poncho de vicuña. Y de esta guisa era interesante seguir descubriendo aspectos de escaños y fisonomías de representantes.
         Ayer, cuando el debate quedó restituido a su punto de partida —tal es el proceso de los debates parlamentarios—, los diputados comprendieron jubilosos que el final había llegado. Y se alborozaron en sus escaños. Y golpearon sobre sus carpetas.
         El señor Solar vetó a nombre de la minoría dos mociones del señor Vivanco porque eran mociones de censura, y pidió que se dejase para hoy otra moción del señor Torres Balcazar porque, si no era moción de censura ni lo parecía, podía resultar siéndolo a última hora.
         Y como el señor Torres Balcazar protestate, el señor Solar le repondió con una sonrisa:
         —¡Perdón, honorable señor, pero la mayoría no puede pasar así no más una moción de su señoría! Una moción de su señoría, aunque parezca inocente, puede no serlo. Hay que registrarla bien, honorable señor. Hay que buscarle la intención. Hay que constatar que no sea contrabando. ¡Hay que ponerla en cuarentena!
         El señor Torres Balcázar, regocijado, se reía a caquinos.
         Y luego el debate se solucionaba, los pareceres se ponían de acuerdo y el señor ministro de fomento se iba de la cámara de diputados muy agradecido y muy cortés.
         Al final de todo, cuando la controversia había concluido y cuando los sentimientos se habían uniformado, el señor Sayán y Palacios se interponía para pedir que se releyese la moción satisfactoria. Y para oponerse a ella, calificándola de inoficiosa, extemporánea y majadera.
         Y el señor Chaparro, por su parte, cuando ya el voto se pronunciaba solito, se ponía también de pie y exclamaba:
         —¡Pido la votación nominal!
Toda la cámara hacia moción y murmuraba:
         —¡Noooo!
         El señor Chaparro tenía que sentarse y decir también que no. Pero cuando el voto iba ya a producirse nuevamente, tornaba a frustrarlo:
         —¡Pido que se compute el quórum!
         La cámara protestaba con más bullicio que nunca:
         —¡Noooo!
         Y el señor Manzanilla le preguntaba al señor Chaparro:
         —¿Quiere su señoría que se haga votación nominal?
         Y toda la cámara respondía a coro:
         —¡El señor Chaparro retira su pedido!
         El señor Chaparro tenía que asentir con la cabeza.
         Y el señor Manzanilla tornaba a interrogar al señor Chaparro:
         —¿Quiere su señoría que se compute el quórum?
         La cámara entera volvía a responder unánimemente:
         —¡El señor Chaparro retira su pedido!
         Y daban terribles carpetazos. Y la minoría gritaba:
         —¡Esos liberales!
         La cámara se moría de risa.
         El señor Chaparro tenía que decir por señas que él no quería nada y que la cámara hiciese lo que estuviese a su gusto.
         Y el señor Balbuena se escabullía entre los pasillos y decía:
         —¡Ya no puedo estar en mi escaño! Todos los días les hacen burla a los liberales. ¡A mí me da un rubor muy grande cuando la burla me sorprende entre ellos! ¡Porque a mí no me gusta encararme a las decisiones de la mayoría! ¡Yo soy respetuoso con las grandes y numerosas voluntades! ¡Yo no me empecino jamás!
         Y el señor Chaparro salía consternado.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de septiembre de 1916. ↩︎