3.10.. Laxitud - Vox pópuli

  • José Carlos Mariátegui

Laxitud1  

         La política ha vuelto a esconderse dentro de un caparazón. Porque la política es comparable igual a la tortuga que al caracol de tierra. A ratos se esconde dentro de su concha. A veces saca la cabeza y camina. Y, como la tortuga o como el caracol, tiene la cabeza retráctil y avizora. A la tortuga la aproxima la marcha tardía, el mirar abstruso y la longevidad incurable. Al caracol de tierra la aproxima la suspicacia de la mirada, la tornadiza existencia y la trashumante volubilidad. Y si la política hace pensar a veces en el caracol de tierra, el caracol de tierra hace pensar también a veces en la política. Porque el caracol de tierra deja a su paso una huella mucilaginosa que luego se resquebraja, se pulveriza y se borra.
         No hay que creer, sin embargo, que cuando la política se mete dentro de su concha esté siempre tranquila. La política acostumbra agitarse y trabajar más que nunca cuando la concavidad sombrosa de su concha la ampara. Y hoy, como ya hemos dicho, la política ha tornado a esconderse dentro de su caparazón después de haber enseñado airada la cabeza.
         Nada saben las gentes de lo que piensa el señor Pardo. Tampoco saben nada de lo que piensa el señor Prado. Y mucho menos de lo que piensa el bloque. Los conflictos no han terminado. Viven latentes. Viven anestesiados.
         El señor Prado ha tornado al plácido invernadero de Chosica. Solo hoy, que es domingo, vendrá a la capital. Y hoy la ciudad cristianamente se entregará a la dulce tranquilidad del día domingo. El señor Prado, en su solariega mansión y en la intimidad de sus panoplias y de sus cuadros y de sus huacos, recibirá a sus amigos, se conchabará con ellos y les agasajará con té humeante y perfumado y frágiles y jocundas galletas.
         Peligroso es que el señor Prado insista en sus retiros invernales de Chosica. Mientras él gusta de la vida aldeana aquí hay intereses que se agitan y que se conmueven. Una presentación oportuna del señor Prado en Lima puede desbaratar una candidatura, aunque sea una candidatura bloquista y aunque sea la candidatura de don Juan Pardo. Una ausencia del señor Prado de Lima puede determinar alguna nueva candidatura de don Juan Pardo, así sea únicamente candidatura a una diputación por Lima. Una presentación oportuna del señor Prado en Lima puede coincidir con un viaje del señor Pardo a Chosica. Una ausencia del señor Prado de Lima puede originar la candidatura de don Felipe Pardo a la alcaldía de Chorrillos.
         Así está la política. Anoche hubo banquete y tertulia en el Palacio de Gobierno. El sábado del señor Pardo fue como siempre suntuoso y cortesano. El señor Pardo estuvo amabilísimo. Y hubo buen humor y espiritualidad.
         Hoy que es día domingo, Lima oirá misa.
         Y el día será tranquilo, lánguido, patriarcal, discreto, silencioso y católico.

Vox pópuli  

         Aumentan alarmantemente los candidatos a las diputaciones por Lima. Se multiplican día a día. Salen de los campos, salen de las confiterías, salen de los hoteles, salen de las alcantarillas. Y hasta, como don Juan Pardo, salen de Palacio.
         También es candidato a una diputación por Lima el doctor Balbuena, nuestro ilustre amigo y vibrante orador. El doctor Balbuena no sigue resignándose a la calidad de diputado suplente. Protesta contra ella. Y exige una diputación en propiedad. Y quiere que sea una diputación por Lima. El mismo nos lo ha dicho en un diálogo que con él hemos tenido. Un “diálogo indiscreto”. Ha sido así:
         —¿Verdad, doctor, que es usted candidato a una diputación por Lima?
         —¡Auténtico! ¡Efectivo! ¡Real! ¡Anúncienlo ustedes! ¡Propálenlo ustedes!
         ¡Cuento con ustedes!
         —Por supuesto.
         —Yo no podía seguir siendo diputado suplente. Esto no se avenía con mi calidad política. Que yo continuase de suplente equivaldría a que yo aceptase la secretaría de la legación en la Argentina., por ejemplo. ¡Ni más ni menos! ¡Y en dónde estamos!
         —Evidentemente.
         —Claro. ¿Es justo que yo sea diputado suplente de la provincia de Marañón? ¿Es justo que yo sea suplente de mi propietario? ¿Es justo que se me desaloje cualquier día de mi escaño y se me obligue al ayuno de mi oratoria? ¡No tal! ¡Si yo no conozco siquiera la provincia del Marañón! ¡Si yo no sé cómo se va a la provincia del Marañón! ¡Si yo no sé en dónde queda la provincia del Marañón!
         —Queda en el muy noble e histórico departamento de Huánuco.
         —Es lo único que sé. ¡Y es que yo no tengo obligación de saber qué provincia es la del Marañón! ¡Yo soy de la metrópoli! ¡Yo soy de la capital! ¡Yo soy de Lima! ¡Y Lima es la gran urbe del porvenir! Pongan ustedes esta opinión mía en el periódico.
         —Muy gustosos.
         —Y luego recuerden mi historia parlamentaria. Recuerden mi heroica figuración en el bloque. Recuerden mis discursos contra la cancillería. Recuerden mis valientes y atrabiliarias actitudes en la oposición. Recuerden mis opiniones socialistas.
         —¿Sus opiniones socialistas también, doctor?
         —¡Ah, no! Mis opiniones socialistas, no. Es peligroso. Las elecciones las hacen en el Perú los mayores contribuyentes. Y además podría complicárseme en el actual movimiento sindicalista. Recuerden únicamente que soy un amigo del pueblo, sin ser adversario de la burguesía ni del capitalismo.
         Y el doctor Balbuena se ponía en postura de discurso:
         —¡Porque yo creo que en la vida nadie es malo! ¡La injusticia no está en los hombres: está en la vida misma! Nadie es malo. Todos son buenos. Y hay que ir a la supresión de la injusticia sin echar sus responsabilidades sobre los que por ley de la vida la ejercitan. ¡Hay que ser justo ante todo! ¡Yo no quisiera que me llamaran “Balbuena, el orador”, como quisiera que me llamaran “Balbuena, el justo”! ¡Y es que las grandes almas se parecen! ¡Y la mía se parece indudablemente al alma de Arístides!
         Nosotros deteníamos el discurso. Y había una pausa. Nosotros nos sonreíamos. El doctor Balbuena, pasada su emoción de orador, se enjugaba la frente con el pañuelo de blanca batista y basta calada. Y luego el diálogo seguía de esta manera:
         —La candidatura de usted va a ser muy popular.
         —¡Unánime! ¡Nacional! ¡Americana! ¡Mundial! ¡Universal! Todo Lima me apoya. Me apoyan los políticos. Me apoyan los contribuyentes. Me apoyan los periodistas. Me apoyan los literatos. Me apoyan los obreros. Me apoyan los empleados de comercio. Me apoya mi barbero, que es un hombre de mucho criterio.
         —¿Y lo apoya también el partido liberal?
         —¡Con alma y vida! El partido liberal tiene derecho a una diputación por Lima. La deja el doctor Durand y la ocupo yo. Mi candidatura es liberal.
         Y hacía una pausa. Y reflexionaba. Y luego añadía:
         —Pero, esto, mejor no lo digan ustedes…
         Nosotros se lo prometíamos al doctor Balbuena. Y le ofrecíamos nuestro concurso incondicional. Y nos obligábamos a ser sus capituleros. Y a formar un club. El doctor Balbuena, encantado, nos daba las gracias. Y cuando ya se despedía, había una transición en sus frases, miraba al estrado de la presidencia —esto ocurría en la cámara de diputados— y nos alegaba:
         —¡Ah! ¡Y también me apoya Manzanilla…!
         Y el señor Manzanilla, mirándonos, parecía asentir con la cabeza.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de septiembre de 1916. ↩︎