2.7. Intermezzo - Inauguración - Genuflexión - Aplausos
- José Carlos Mariátegui
Intermezzo1
La política sigue anestesiada. No da casi señales de vida. Anteayer hubo para absorberlo toda una elección de vocal de la Corte Suprema. Ayer fue domingo y hubo consecuentemente descanso dominical. Hoy habrá otra elección de vocal de la Corte Suprema. El señor Pardo sueña tranquilamente. Los representantes piensan en los proyectos que salvarán al país y lo harán rico, próspero, faustuoso y grande. El señor Borda agota todo el papel celeste de la Cámara de Diputados. El señor Manzanilla ordena la compra de una nueva provisión de papel celeste. El invierno hace tiritar a todo el mundo. El chisme político se hiela en los labios de los malévolos.
Ayer ofreció una conferencia el doctor Mariano H. Cornejo. Lima se dividió en dos fracciones. Una fue a ovacionar al gran orador y otra fue a las carreras de caballos. El señor Pardo quiso contarse entre los que fueron a ovacionar al gran orador. Y lo mismo que el señor Pardo quisieron nuestros políticos, nuestros universitarios, nuestros intelectuales.
Y como la conferencia se realizaba en un teatro, hubo también corrillos y comentarios de foyer:
—En el Perú todo es ecléctico.
—Exacto. Todo es ecléctico.
—Un local puede servir lo mismo para una película de Francesca Bertini que para la conferencia de un gran hombre.
—Ni más ni menos.
—¿Qué retrato es ese que se exhibe a guisa de anuncio? ¿Es el del conferencista?
—No. Es el de un intérprete de “La Marcha Nupcial”.
—¿Le gustarán al señor Pardo las conferencias?
—Opino que siempre le gustarán más que las películas.
—¿Qué cosa es preferible? ¿Nacer gran orador o nacer tonadillera?
—¡Tiene usted unas preguntas!
Dispersión en el foyer. Murmullos en la sala. Ambiente de expectación. Aplausos al doctor Cornejo. Miradas al señor Pardo. Gran efusión de frases y de ideas. Elocuencia máxima. Explosiones de entusiasmo. Atenta actitud del señor Pardo. El señor Cornejo, además de saber ser pensador ilustre, sabe ser un tribuno más interesante que una película policial.
Ovaciones.
Y al final, en medio de la satisfacción de haber escuchado un gran discurso, cierto sentimiento de imprecisa pena. Y un comentario irónico:
—Francia ofrecería al doctor Cornejo la Sorbona.
—Muy cierto.
—El Perú le ofrece en cambio el Cine Excelsior.
—Muy cierto.
Más tarde, en el Palais Concert, el té y la orquesta epilogan la conferencia…
Ayer ofreció una conferencia el doctor Mariano H. Cornejo. Lima se dividió en dos fracciones. Una fue a ovacionar al gran orador y otra fue a las carreras de caballos. El señor Pardo quiso contarse entre los que fueron a ovacionar al gran orador. Y lo mismo que el señor Pardo quisieron nuestros políticos, nuestros universitarios, nuestros intelectuales.
Y como la conferencia se realizaba en un teatro, hubo también corrillos y comentarios de foyer:
—En el Perú todo es ecléctico.
—Exacto. Todo es ecléctico.
—Un local puede servir lo mismo para una película de Francesca Bertini que para la conferencia de un gran hombre.
—Ni más ni menos.
—¿Qué retrato es ese que se exhibe a guisa de anuncio? ¿Es el del conferencista?
—No. Es el de un intérprete de “La Marcha Nupcial”.
—¿Le gustarán al señor Pardo las conferencias?
—Opino que siempre le gustarán más que las películas.
—¿Qué cosa es preferible? ¿Nacer gran orador o nacer tonadillera?
—¡Tiene usted unas preguntas!
Dispersión en el foyer. Murmullos en la sala. Ambiente de expectación. Aplausos al doctor Cornejo. Miradas al señor Pardo. Gran efusión de frases y de ideas. Elocuencia máxima. Explosiones de entusiasmo. Atenta actitud del señor Pardo. El señor Cornejo, además de saber ser pensador ilustre, sabe ser un tribuno más interesante que una película policial.
Ovaciones.
Y al final, en medio de la satisfacción de haber escuchado un gran discurso, cierto sentimiento de imprecisa pena. Y un comentario irónico:
—Francia ofrecería al doctor Cornejo la Sorbona.
—Muy cierto.
—El Perú le ofrece en cambio el Cine Excelsior.
—Muy cierto.
Más tarde, en el Palais Concert, el té y la orquesta epilogan la conferencia…
Inauguración
El sábado ofreció el señor Pardo su primera tertulia palatina. Fue solo para los senadores. El señor Pardo tiene en todos sus actos razones de categoría. Una razón de categoría es siempre una razón definitiva para el señor Pardo.
El señor Pardo estuvo muy cortés con todos sus invitados. A todos les hizo idénticas ceremonias, a todos les hizo idénticas cortesías, a todos les hizo idénticas atenciones. La alta cámara y el señor Pardo fraternizaron en una íntima y plácida velada. Hubo instantes en que parecían inminentes el tresillo o el ajedrez.
El general Canevaro decía risueño y campechano:
—Aquí habrá muchos militares. Yo, el general Eléspuru, el general Diez Canseco, el coronel Vivanco, el general Pizarro, el coronel Zegarra…
Y el señor coronel Zegarra interrumpía para rectificar:
—Yo no tengo clase militar, mi general. Yo apenas soy coronel de apellido.
Todo era así ingenuo y amable. Comentarios sin trascendencia. Chistes sin trascendencia. Sonrisas sin trascendencia. Opiniones sin trascendencia. Todo sin trascendencia. El buffet también…
A las doce de la noche el señor Pardo dejaba Palacio para tornar a su solariega mansión de Miraflores. Advirtió que hacía frío. Lo hizo estremecer una corriente de aire. Y tuvo miedo de coger un resfriado. Fue un minuto en que el señor Pardo tuvo la sensación de que envejecía. Un minuto trágico. El señor Pardo va a guardar mal recuerdo de la primera de sus noches de tertulia. Fue ésta una noche en que sintió frío, le hizo estremecer una corriente de aire, temió un resfriado y miró en una esquina un cartel del Teatro Municipal, recién pegado, húmedo de engrudo, que decía así: Gran matinée. Adiós juventud…
El señor Pardo estuvo muy cortés con todos sus invitados. A todos les hizo idénticas ceremonias, a todos les hizo idénticas cortesías, a todos les hizo idénticas atenciones. La alta cámara y el señor Pardo fraternizaron en una íntima y plácida velada. Hubo instantes en que parecían inminentes el tresillo o el ajedrez.
El general Canevaro decía risueño y campechano:
—Aquí habrá muchos militares. Yo, el general Eléspuru, el general Diez Canseco, el coronel Vivanco, el general Pizarro, el coronel Zegarra…
Y el señor coronel Zegarra interrumpía para rectificar:
—Yo no tengo clase militar, mi general. Yo apenas soy coronel de apellido.
Todo era así ingenuo y amable. Comentarios sin trascendencia. Chistes sin trascendencia. Sonrisas sin trascendencia. Opiniones sin trascendencia. Todo sin trascendencia. El buffet también…
A las doce de la noche el señor Pardo dejaba Palacio para tornar a su solariega mansión de Miraflores. Advirtió que hacía frío. Lo hizo estremecer una corriente de aire. Y tuvo miedo de coger un resfriado. Fue un minuto en que el señor Pardo tuvo la sensación de que envejecía. Un minuto trágico. El señor Pardo va a guardar mal recuerdo de la primera de sus noches de tertulia. Fue ésta una noche en que sintió frío, le hizo estremecer una corriente de aire, temió un resfriado y miró en una esquina un cartel del Teatro Municipal, recién pegado, húmedo de engrudo, que decía así: Gran matinée. Adiós juventud…
Genuflexión
El señor Maúrtua cumplió anteayer un acto importante de sus deberes de diputado. Dio su voto en la elección de vocal de la Corte Suprema. No sabemos a quién favoreció el voto ilustre del señor Maúrtua. Indiscreto sería averiguarlo y más indiscreto todavía que averiguarlo sería decirlo a los demás. Sabemos que el señor Maúrtua, noblemente idealista, tenía la cortesana y gentil iniciativa de que el Congreso diese un voto de honor al doctor Cornejo, uno de los candidatos de la terna.
El señor Tudela se esforzaba por disuadirlo de tal iniciativa:
—Los votos de honor fueron una invención de los demócratas. Y el señor Maúrtua insistía:
—No investiguemos los antecedentes o símiles de un homenaje que debe ser galantísimo.
Y el señor Tudela replicaba:
—Eso es romanticismo.
Y el señor Maúrtua se obstinaba:
—¡Eso es gentileza!
Y fracasó la iniciativa del voto de honor. Fracasó tan totalmente que ni el mismo señor Maúrtua votó por el señor Cornejo. Hubo una razón muy sencilla. No había votos impresos del señor Cornejo. El señor Maúrtua escogió un voto impreso cuando el diputado secretario dijo su nombre. Y al dirigirse el señor Maúrtua a la mesa de la presidencia hubo expectación en la Cámara:
—¡A ver qué cara le pone el señor Maúrtua al señor Manzanilla!
El señor Maúrtua llegó a la mesa, hizo una genuflexión muy atenta al señor Manzanilla y dejó su voto.
La minoría se agitó entusiasta. Recordó que ya el señor Maúrtua no era ni podía ser leader de la mayoría. El señor Manzanilla había sido para él un adversario afortunado. Se recordó la iniciativa del voto de honor. Y surgió otra iniciativa gentil. Nombrar al señor Maúrtua miembro honorario de la minoría. Voto de honor. Puesto de honor. Todo es hoy en la Cámara hidalguía y caballeresca tradición.
Los señores Secada, Borda y Químper fueron a comunicar el nombramiento al señor Maúrtua.
Y el señor Maúrtua lo aceptó con todos sus agradecimientos.
No habrá quien pueda decir hoy con razón que el señor Maúrtua no está con la minoría. A mucha honra para la minoría…
El señor Tudela se esforzaba por disuadirlo de tal iniciativa:
—Los votos de honor fueron una invención de los demócratas. Y el señor Maúrtua insistía:
—No investiguemos los antecedentes o símiles de un homenaje que debe ser galantísimo.
Y el señor Tudela replicaba:
—Eso es romanticismo.
Y el señor Maúrtua se obstinaba:
—¡Eso es gentileza!
Y fracasó la iniciativa del voto de honor. Fracasó tan totalmente que ni el mismo señor Maúrtua votó por el señor Cornejo. Hubo una razón muy sencilla. No había votos impresos del señor Cornejo. El señor Maúrtua escogió un voto impreso cuando el diputado secretario dijo su nombre. Y al dirigirse el señor Maúrtua a la mesa de la presidencia hubo expectación en la Cámara:
—¡A ver qué cara le pone el señor Maúrtua al señor Manzanilla!
El señor Maúrtua llegó a la mesa, hizo una genuflexión muy atenta al señor Manzanilla y dejó su voto.
La minoría se agitó entusiasta. Recordó que ya el señor Maúrtua no era ni podía ser leader de la mayoría. El señor Manzanilla había sido para él un adversario afortunado. Se recordó la iniciativa del voto de honor. Y surgió otra iniciativa gentil. Nombrar al señor Maúrtua miembro honorario de la minoría. Voto de honor. Puesto de honor. Todo es hoy en la Cámara hidalguía y caballeresca tradición.
Los señores Secada, Borda y Químper fueron a comunicar el nombramiento al señor Maúrtua.
Y el señor Maúrtua lo aceptó con todos sus agradecimientos.
No habrá quien pueda decir hoy con razón que el señor Maúrtua no está con la minoría. A mucha honra para la minoría…
Aplausos
Hacía tiempo que el señor Pardo necesitaba aplausos pródigos. Los que han venido sonando en su honor han sido generalmente convencionales y tímidos. Y al señor Pardo le hacen falta los aplausos para su felicidad. Por fin ayer escuchó el señor Pardo muchos aplausos.
Cuando el señor Pardo llegó al Teatro Excelsior hubo en la sala una imprecisa e indefinible demostración. El señor Pardo sintió asfixia.
Y siguió la conferencia.
Terminó de hablar el señor Cornejo. El público prorrumpió en vítores y aplausos al señor Cornejo. El señor Pardo se sintió en el vacío. Pero reaccionó enseguida y comprendió que tales entusiasmos no podían ser suscitados solamente por la frase del señor Cornejo. Comprendió que era ésta, sin duda, alguna explosión de la admiración metropolitana al señor Cornejo y a su persona por igual. El señor Cornejo era sin duda alguna un gran orador, pero él era el señor Pardo y el presidente de la república.
Y de esta manera oyó el señor Pardo muchos aplausos. Aplausos de prestado. Pero aplausos al fin y al cabo…
Cuando el señor Pardo llegó al Teatro Excelsior hubo en la sala una imprecisa e indefinible demostración. El señor Pardo sintió asfixia.
Y siguió la conferencia.
Terminó de hablar el señor Cornejo. El público prorrumpió en vítores y aplausos al señor Cornejo. El señor Pardo se sintió en el vacío. Pero reaccionó enseguida y comprendió que tales entusiasmos no podían ser suscitados solamente por la frase del señor Cornejo. Comprendió que era ésta, sin duda, alguna explosión de la admiración metropolitana al señor Cornejo y a su persona por igual. El señor Cornejo era sin duda alguna un gran orador, pero él era el señor Pardo y el presidente de la república.
Y de esta manera oyó el señor Pardo muchos aplausos. Aplausos de prestado. Pero aplausos al fin y al cabo…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de agosto de 1916. ↩︎