2.8. Definiciones, extravagancias - Más cédulas

  • José Carlos Mariátegui

Definiciones, extravagancias1  

         En la mesa de los periodistas que asisten diariamente a las sesiones de la Cámara de Diputados, el comentario es siempre pródigo y animado. Y es iracundo para el señor Luis A. Carrillo, secretario, que no se deja entender nunca. Amable para el señor Manzanilla. Ceremonioso para el señor Tudela y Varela. Risueño para el señor Borda. Amistoso para el señor Torres Balcázar. Anfibológico para el señor Balta.
         Los periodistas son todos gentes traviesas que hacen en la Cámara lo mismo un suelto de redacción que un gallito de papel, lo mismo una caricatura que una charada, lo mismo un chiste que un artículo serio.
         Y en la Cámara de Diputados ejercitan sus facultades para la travesura y la barba.
         Una tarde hacían curiosas definiciones.
         —La palabra del señor Peña Murrieta es complicada como antiséptico en desuso.
         —Acaso.
         —La palabra del señor Manzanilla es elegante como una toilette de invierno, importada por Oechsle.
         —Original.
         —La palabra del señor Abelardo Gamarra es sabrosa como anticucho y fresca como chicha de maní.
         —Justo.
         —La palabra del señor Plácido Jiménez es meliflua como anticucho de caucho.
         —Exacto.
         —La palabra del señor Alejandro Vivanco es violenta como foetazo de comisario rural.
         —Tal vez.
         —La palabra del señor Borda es elástica como femenina liga de seda.
         —Sí.
         —La palabra del señor Cornejo es suntuosa como pórtico asirio, espontánea y copiosa como lluvia de la serranía y profunda como sentencia de Sakya Muni.
         —Acertado.
         —La palabra del señor Ulloa es clara y luminosa como lámpara Lux.
         —Preciso.
         —La palabra del señor Maúrtua es diáfana como agua potable.
         —Cierto.
         —La palabra del señor Solf y Muro, es sedante e inodora como cloretilo tóxico.
         —Bueno.
         —La palabra del señor Carlos Paz Soldán es parpadeante y sigilosa como mística lámpara de aceite.
         —Quizá.
         —La palabra del señor Balbuena es plácida y espumosa como un ice cream soda.
         —Justo.
         —La palabra del señor Uceda es parsimoniosa y grave como tortuga anciana.
         —Quién sabe.
         —La palabra del señor Balta es geométrica como vía férrea, trascendental como ecuación algebraica, y aguda como un triángulo isósceles.
         —Bien dicho.
         —La palabra del señor Secada es airada como finta de esgrima, en un match de aprendizaje.
         —Lógico.
         —La palabra del señor Torres Balcázar es definitiva como shot de fútbol.
         —Atinado.
         —La palabra del señor José María Miranda es simple como vianda andina.
         —Ajá.
         —La palabra del señor Rafael Grau es fresca y eficaz como manga de agua en incendio incipiente.
         —Posible.
         —La palabra del señor Picasso es desagradable y confusa como cuenta de restorán después de alegre y profuso yantar.
         —Aceptable.
         —La palabra del señor García Irigoyen es flexible como corsé higiénico de dama honesta.
         —Discutible.
         —La palabra del señor Fuentes es abstracta como poesía simbolista.
         —Realmente.
         —La palabra del señor Rojas Loayza es ruidosa y trivial como cohetecillo chino en festividad criolla.
         —Indiscutible.
         Y siguen las definiciones, a cuál más disparatada e irrespetuosa. Callamos indignados las que faltan. Solo una de ellas tenemos a ratos tentaciones malévolas de revelar. La de la palabra del señor Carlos Forero…

Más cédulas  

         La política sigue durmiendo. Su sueño es intermitente. De rato en rato se mueve, se incorpora, se despereza, abre la boca y se restriega los ojos. Pero nuevamente vuelve a quedarse dormida. Parece a veces el suyo un digestivo sueño de boa constrictor.
         Uno de estos días despertará. Acaso hoy. Acaso mañana. Acaso pasado. A media noche, en la mañana o en la tarde. A la hora más inesperada. Pero despertará de todos modos. Por hoy se ha quedado dormida como un angelito. El señor Pardo, paternalmente, siente tiernísimas tentaciones de arrullarla como a un niño.
         Ayer hubo en la Cámara de Diputados breve sesión. Siguió la sesión de Congreso para elegir un nuevo vocal de la Corte Suprema. Cédulas, cédulas, muchas cédulas. Y dos candidatos con muchos y muy firmes amigos. El doctor don Juan José Calle y el doctor don Juan M. Diez Canseco.
         Votación. Diálogos en los escaños y en los pasillos. El doctor Cornejo está asediado aún por las felicitaciones. El señor Picasso se muestra empeñado en dar también una conferencia sobre cualquier otra reforma, aunque fuese una sociedad de auxilios mutuos. El señor don José Carlos Bernales, distinguido y buen mozo, manifiesta toda su autoridad de jefe del grupo independiente. El señor Sousa no manifiesta autoridad alguna y discretea con el señor Mujica. Y el señor don Víctor Andrés Belaunde que hace de raro en raro furtivas incursiones en el Parlamento, del cual exige anticipos de compañerismo y aplauso, pasea por un pasillo de la sala de sesiones y hace elocuentes apostillas a la conferencia del señor Cornejo. Y exclama orgulloso:
         —¡Yo fui su primer panegirista!
         El señor Belaunde reclama para sí el honor de haber sido el primero en exaltar y glorificar al señor Cornejo. Lo reclama con toda energía. Y promete hacer la exégesis de la obra del señor Cornejo. Porque el señor Belaunde sostiene con un calor muy suyo y muy vehemente:
         —¡La obra del señor Cornejo pide exégesis!
         Y el ilustre periodista doctor Varela y Orbegoso contradice al señor Belaunde solo por soliviantar sus espontaneidades oratorias.
         Escrutinio. Murmullos de expectación. Sorpresa. El señor Calle no es elegido en la primera votación, solo por un voto. Nuevas cédulas. Y nuevo escrutinio. El señor Calle alcanza un triunfo exorbitante. Aplausos. Dispersión.
         A la salida, el señor Borda exclama abriendo los brazos desmesurada y nerviosamente:
         —¡Mañana, será otro día!
         ¿Será que el señor Borda va a anunciar hoy cuarenta nuevos proyectos en papel celeste?


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de agosto de 1916. ↩︎