2.28. Los sábados del Sr. Pardo - Sport - Debut
- José Carlos Mariátegui
Los sábados del Sr. Pardo1
En la noche del sábado, el banquete y la tertulia semanales, aturdieron en los salones y en los pasillos de palacio los síntomas de la agitación política. Los aturdieron solamente. El matiz social, el ambiente cortesano, la gentileza aristocrática, tenían que imponerse y tenían que vestir de gala la noche palatina.
Hubo en el banquete, selecto y distinguido concurso, ni más ni menos que como dicen los cronistas sociales. Estuvo el señor don José Carlos Bernales. Estuvo el señor don J. Fernando Gazzani. Estuvo el señor don Manuel Irigoyen. Estuvo el señor Málaga Santolalla. Estuvo el señor Rey. Estuvieron otras muchas esclarecidas personas.
Y en la noche hubo tertulia animada con té y pastas. El señor Pardo, dueño de casa, tuvo como siempre gentiles cortesías. Y clausuró sus labios para la alusión al momento político. No hubo lamentación ni tuvo estigma. Fue discreto, solemne y risueño como si nada ocurriera y como si nada pasara. Y sintió que, desde la cumbre de su serenísimo y altísimo predominio, debía desdeñar los incidentes vulgares de la vida cotidiana. Y comprendió que debía ser el suyo un gran gesto de magnate ante la insignificancia de las situaciones molestosas.
Así son los sábados del señor Pardo. Porque de esta manera los ha bautizado el comentario público. Tal como la gente “bien” dice: los lunes de las de X., los martes de las de F., los jueves de las de H.: se dice ahora los sábados del señor Pardo. Y los primeros en propalarlo son los representantes:
—Interesantes son los sábados del señor Pardo.
—Animados son los sábados del señor Pardo.
—Plácidos son los sábados del señor Pardo.
—Gentiles son los sábados del señor Pardo.
—Mucha gente distinguida va a los sábados del señor Pardo.
Y el último sábado ha tenido la característica de una innovación. El Sr. Pardo no invitó a su banquete a los representantes de determinados departamentos. Invitó a un grupo designado en la secretaría sin clasificación de departamentos. El señor Pardo ha renunciado a seguir preparando las bases de la federación. Piensa sin duda que esto equivale a prestar su colaboración a una obra que podría ser obra del doctor Durand.
Pero gentes avisadas nos cuentan que lo que definitivamente ha intervenido en esta innovación es la inminencia de un conflicto. El señor Macedo se empeñaba en concurrir entre los representantes de Ica. Sostenía que los vecinos de Chincha le habían enviado un memorial pidiéndoselo. Y el señor Moreno que ve a cada instante al señor Macedo inmiscuirse en las cosas de Chincha, protestaba indignado:
—¡Pero si el señor Macedo es diputado por Huaraz! Asistirá entre los representantes por Ancash.
Y el señor Macedo que tiene una gran flema, respondía sin inmutarse:
—Es que también asistiré al banquete a los representantes de Ancash. Lo uno no quita lo otro.
Mas el señor Pardo, prudente y discreto, quiso conjurar el conflicto. Y resolvió suspender las invitaciones por departamentos. El señor Macedo no podrá ya considerarse invitado dos veces. Y no podrá argüir que el pueblo de Chincha le ha mandado un memorial. Y no podrá sostener que será el pueblo de Chincha el que le obligue a asistir a dos banquetes…
Hubo en el banquete, selecto y distinguido concurso, ni más ni menos que como dicen los cronistas sociales. Estuvo el señor don José Carlos Bernales. Estuvo el señor don J. Fernando Gazzani. Estuvo el señor don Manuel Irigoyen. Estuvo el señor Málaga Santolalla. Estuvo el señor Rey. Estuvieron otras muchas esclarecidas personas.
Y en la noche hubo tertulia animada con té y pastas. El señor Pardo, dueño de casa, tuvo como siempre gentiles cortesías. Y clausuró sus labios para la alusión al momento político. No hubo lamentación ni tuvo estigma. Fue discreto, solemne y risueño como si nada ocurriera y como si nada pasara. Y sintió que, desde la cumbre de su serenísimo y altísimo predominio, debía desdeñar los incidentes vulgares de la vida cotidiana. Y comprendió que debía ser el suyo un gran gesto de magnate ante la insignificancia de las situaciones molestosas.
Así son los sábados del señor Pardo. Porque de esta manera los ha bautizado el comentario público. Tal como la gente “bien” dice: los lunes de las de X., los martes de las de F., los jueves de las de H.: se dice ahora los sábados del señor Pardo. Y los primeros en propalarlo son los representantes:
—Interesantes son los sábados del señor Pardo.
—Animados son los sábados del señor Pardo.
—Plácidos son los sábados del señor Pardo.
—Gentiles son los sábados del señor Pardo.
—Mucha gente distinguida va a los sábados del señor Pardo.
Y el último sábado ha tenido la característica de una innovación. El Sr. Pardo no invitó a su banquete a los representantes de determinados departamentos. Invitó a un grupo designado en la secretaría sin clasificación de departamentos. El señor Pardo ha renunciado a seguir preparando las bases de la federación. Piensa sin duda que esto equivale a prestar su colaboración a una obra que podría ser obra del doctor Durand.
Pero gentes avisadas nos cuentan que lo que definitivamente ha intervenido en esta innovación es la inminencia de un conflicto. El señor Macedo se empeñaba en concurrir entre los representantes de Ica. Sostenía que los vecinos de Chincha le habían enviado un memorial pidiéndoselo. Y el señor Moreno que ve a cada instante al señor Macedo inmiscuirse en las cosas de Chincha, protestaba indignado:
—¡Pero si el señor Macedo es diputado por Huaraz! Asistirá entre los representantes por Ancash.
Y el señor Macedo que tiene una gran flema, respondía sin inmutarse:
—Es que también asistiré al banquete a los representantes de Ancash. Lo uno no quita lo otro.
Mas el señor Pardo, prudente y discreto, quiso conjurar el conflicto. Y resolvió suspender las invitaciones por departamentos. El señor Macedo no podrá ya considerarse invitado dos veces. Y no podrá argüir que el pueblo de Chincha le ha mandado un memorial. Y no podrá sostener que será el pueblo de Chincha el que le obligue a asistir a dos banquetes…
Sport
Muchas veces hemos dicho que la política respeta la ley mosaica y la ley católica. Y que en consecuencia trabaja seis días y descansa el sétimo. La política respeta entre nosotros el descanso dominical como no lo respetan los establecimientos públicos. Es incapaz de trabajar los domingos como una barbería.
Y ayer estuvo la política de descanso. En la tarde se puso tarro y jaquet para ir a las carreras de caballos. Y el sensacional minuto político en que hoy vive la república tuvo una anestesia.
El Sr. Pardo estuvo en las carreras. Había sido invitado por tratarse de la trascendental tarde del Derby y había asistido acaso porque la invitación era del Jockey Club y presidente del Jockey Club es el señor Mariano Ignacio Prado y Ugarteche.
Hubo en el Hipódromo una enorme concurrencia. Y hubo en torno del señor Pardo gentes aristocráticas y distinguidas que le envolvieron en una aureola de cumplidos y sonrisas. Una aureola que, por supuesto, encantaba al señor Pardo.
Al señor Pardo le placen las carreras. Las carreras son un sport elegante. Con el espíritu snob del señor Pardo se aviene todo sport elegante. Más aún, para su esnobismo todo es un sport. La política, un sport. La presidencia de la república, un sport. El rectorado de la Universidad, un sport. La vida misma, un sport. Se nos ocurre que el señor Pardo debe tener permanentemente sobre su escritorio un reloj de tiempo y un par de prismáticos.
Y ayer el público de Santa Beatriz se sintió orgulloso de que entre él estuviera el señor Pardo. Y aunque por uno de esos caprichos de todos los públicos no quiso tributarle demostraciones de simpatía, rebosaba en las fisonomías el contento y se traslucía en los ademanes la alegría. Y las apuestas eran intensas y los dividendos pródigos.
Antes del Derby el señor Pardo quiso seguir la tradicional costumbre de abandonarlatribunaypasearelpaddockparaveraloscaballoscompetidores. Y lo acompañó el señor don Mariano Prado y Ugarteche. Y lo acompañaron varios otros caballeros. De pronto ante un boxe, dentro del cual se hallaba un potrillo zaino, el señor Pardo se detuvo y preguntó de esta manera:
—¿Cuál stud es el que emplea los colores nacionales?
Y el señor Prado le contestó:
—El stud Porte Bonheur.
Y el señor Pardo volvió a preguntar:
—¿Y quién es el propietario del stud Porte Bonheur?
Y el señor Prado volvió a responder:
—El señor Manuel Químper.
El señor Pardo estuvo a punto de no seguir interrogando. Pero tuvo una última y fatal curiosidad. Y preguntó:
—¿Y cómo se llama este caballo?
Y el señor Prado respondió entonces con una sonrisa:
—Revoltoso.
Y luego agregó traviesamente:
—Se llama Revoltoso. Y es el favorito del público.
El señor Prado se calló. El señor Pardo se calló también.
Y el señor ministro de Italia intervino, entonces, con más travesura que el señor Prado y Ugarteche:
—Los revoltosos arrastran a las multitudes.
El señor Pardo no quiso seguir silencioso. Y dijo pausada e intencionadamente:
—¡Pero los revoltosos no tienen suerte!
Y se alejó del paddock con un rencor muy grande para el caballo del stud Porte Bonheur que acababa de ver en un boxe. Se alejó casi sombrío.
Y diez minutos después ganaba al galope Revoltoso. Mala suerte del señor Pardo.
Y es que no tiene aptitudes de profeta ni de agorero.
Y ayer estuvo la política de descanso. En la tarde se puso tarro y jaquet para ir a las carreras de caballos. Y el sensacional minuto político en que hoy vive la república tuvo una anestesia.
El Sr. Pardo estuvo en las carreras. Había sido invitado por tratarse de la trascendental tarde del Derby y había asistido acaso porque la invitación era del Jockey Club y presidente del Jockey Club es el señor Mariano Ignacio Prado y Ugarteche.
Hubo en el Hipódromo una enorme concurrencia. Y hubo en torno del señor Pardo gentes aristocráticas y distinguidas que le envolvieron en una aureola de cumplidos y sonrisas. Una aureola que, por supuesto, encantaba al señor Pardo.
Al señor Pardo le placen las carreras. Las carreras son un sport elegante. Con el espíritu snob del señor Pardo se aviene todo sport elegante. Más aún, para su esnobismo todo es un sport. La política, un sport. La presidencia de la república, un sport. El rectorado de la Universidad, un sport. La vida misma, un sport. Se nos ocurre que el señor Pardo debe tener permanentemente sobre su escritorio un reloj de tiempo y un par de prismáticos.
Y ayer el público de Santa Beatriz se sintió orgulloso de que entre él estuviera el señor Pardo. Y aunque por uno de esos caprichos de todos los públicos no quiso tributarle demostraciones de simpatía, rebosaba en las fisonomías el contento y se traslucía en los ademanes la alegría. Y las apuestas eran intensas y los dividendos pródigos.
Antes del Derby el señor Pardo quiso seguir la tradicional costumbre de abandonarlatribunaypasearelpaddockparaveraloscaballoscompetidores. Y lo acompañó el señor don Mariano Prado y Ugarteche. Y lo acompañaron varios otros caballeros. De pronto ante un boxe, dentro del cual se hallaba un potrillo zaino, el señor Pardo se detuvo y preguntó de esta manera:
—¿Cuál stud es el que emplea los colores nacionales?
Y el señor Prado le contestó:
—El stud Porte Bonheur.
Y el señor Pardo volvió a preguntar:
—¿Y quién es el propietario del stud Porte Bonheur?
Y el señor Prado volvió a responder:
—El señor Manuel Químper.
El señor Pardo estuvo a punto de no seguir interrogando. Pero tuvo una última y fatal curiosidad. Y preguntó:
—¿Y cómo se llama este caballo?
Y el señor Prado respondió entonces con una sonrisa:
—Revoltoso.
Y luego agregó traviesamente:
—Se llama Revoltoso. Y es el favorito del público.
El señor Prado se calló. El señor Pardo se calló también.
Y el señor ministro de Italia intervino, entonces, con más travesura que el señor Prado y Ugarteche:
—Los revoltosos arrastran a las multitudes.
El señor Pardo no quiso seguir silencioso. Y dijo pausada e intencionadamente:
—¡Pero los revoltosos no tienen suerte!
Y se alejó del paddock con un rencor muy grande para el caballo del stud Porte Bonheur que acababa de ver en un boxe. Se alejó casi sombrío.
Y diez minutos después ganaba al galope Revoltoso. Mala suerte del señor Pardo.
Y es que no tiene aptitudes de profeta ni de agorero.
Debut
El sábado estuvo la minoría en el gobierno de la Cámara de Diputados. No asistió el señor Manzanilla. Y a mitad de la sesión el señor Peña Murrieta necesitó abandonar la presidencia. Y subió a ella el señor Escardó y Salazar, segundo vice—presidente de la Cámara.
Fue el debut del señor Escardó y Salazar. Y fue naturalmente un debut elegante. El señor Escardó y Salazar es persona que goza de unánimes simpatías en la Cámara. En su honor se hizo el milagro de que la minoría triunfase en una elección de 27 de julio.
La minoría se ha sentido, pues, ama y señora en una sesión de la Cámara de Diputados. Y sintiéndose tal no podía comportarse sino con mucha mesura y recato. El señor Secada no hizo un solo pedido. El señor Borda no presentó un solo proyecto. El señor Químper no hizo la menor inculpación al Gobierno por el asunto de la Brea y Pariñas. Apenas si el señor Torres Balcázar le hizo interrupciones al señor Moreno, que protestó con vehemencia:
—¡A mí no me gusta que me interrumpan! ¡Su señoría me está cortando el hilo del discurso!
El señor Torres Balcázar se empecinaba:
—Pues a mí me ocurre lo contrario. Me gusta interrumpir a su señoría. Y luego:
—¡Yo no quiero interrupciones!
—¡Yo si las quiero!
—¡La presidencia me ampara!
—¡La presidencia tradicionalmente ampara las interrupciones!
Y el señor Velezmoro pidió que la Cámara celebrase los sábados sesión secreta para ocuparse de asuntos particulares. Pidió un asueto, para ser más explícitos. Y esto se lo agradecieron en el alma los periodistas. Cualquiera diría que el señor Velezmoro trata de congraciarse con los periodistas. Pero hay que creer más bien que el señor Velezmoro desea rendir un homenaje de cortesía a los sábados del señor Pardo…
Fue el debut del señor Escardó y Salazar. Y fue naturalmente un debut elegante. El señor Escardó y Salazar es persona que goza de unánimes simpatías en la Cámara. En su honor se hizo el milagro de que la minoría triunfase en una elección de 27 de julio.
La minoría se ha sentido, pues, ama y señora en una sesión de la Cámara de Diputados. Y sintiéndose tal no podía comportarse sino con mucha mesura y recato. El señor Secada no hizo un solo pedido. El señor Borda no presentó un solo proyecto. El señor Químper no hizo la menor inculpación al Gobierno por el asunto de la Brea y Pariñas. Apenas si el señor Torres Balcázar le hizo interrupciones al señor Moreno, que protestó con vehemencia:
—¡A mí no me gusta que me interrumpan! ¡Su señoría me está cortando el hilo del discurso!
El señor Torres Balcázar se empecinaba:
—Pues a mí me ocurre lo contrario. Me gusta interrumpir a su señoría. Y luego:
—¡Yo no quiero interrupciones!
—¡Yo si las quiero!
—¡La presidencia me ampara!
—¡La presidencia tradicionalmente ampara las interrupciones!
Y el señor Velezmoro pidió que la Cámara celebrase los sábados sesión secreta para ocuparse de asuntos particulares. Pidió un asueto, para ser más explícitos. Y esto se lo agradecieron en el alma los periodistas. Cualquiera diría que el señor Velezmoro trata de congraciarse con los periodistas. Pero hay que creer más bien que el señor Velezmoro desea rendir un homenaje de cortesía a los sábados del señor Pardo…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de agosto de 1916. ↩︎