2.29. Sigilo - Error u omisión

  • José Carlos Mariátegui

Sigilo1  

         La política es entre nosotros caprichosa. Tiene crisis repentinas y violentas que en ocasiones parecen periódicas e intermitentes como las tercianas. Y que en ocasiones son convulsas como crisis epilépticas. Pero lo cierto es que el símil de nuestra política es casi siempre una dolencia. Cosas del país y del ambiente.
         Hace dos, tres o cuatro días que la política ha tenido una gran crisis. Hace dos, tres o cuatro días que la política se ha exhibido repentinamente sin máscara y sin dominó. Hace dos, tres o cuatro días que la política ha perdido de repente sus recatos. Pero luego ha tornado a enmascararse, a disfrazarse y a esconderse. Se ha extenuado. Ha languidecido. Ha perdido los bríos. Ha depuesto el ademán airado y la mueca feroz. Y ha vuelto a sonreír teatralmente bajo la careta, convencida de que había sido una imprudencia y una ligereza descubrirse un instante.
         Todo ha vuelto, pues, a ser sigilo y misterio. Ya no hay acuerdos públicos. Ya no hay voces callejeras. Ya no hay gritos. Ya no hay gesticulaciones violentas. La política torna a sus reservas y a sus esbozos.
         Y si nos paramos en una esquina a media noche y preguntamos a un transeúnte:
         —¿Qué pasa?
         El transeúnte nos contestará seguramente:
         —No pasa nada.
         Y si nosotros preguntamos nuevamente:
         —¿Qué ha habido esta noche?
         El transeúnte nos responderá:
         —No ha habido nada.
         Y enseguida se marchará convencido de que somos unos pobres trasnochadores a quienes se les ha antojado que ha ocurrido un amago de incendio o un drama pasional. Y hasta por hacernos pagar de alguna manera la demora, nos pedirá un cigarrillo o un fósforo.
         Y si en lugar de esperar la media noche, si en lugar de esperar una hora en que los linos tipos llenan de isócrono bullicio la imprenta, hubiéramos inquirido lo que pasaba en el mundo político, en oportuno momento de la tarde o de la noche, habríamos encontrado que el comentario público está contradictorio, indeciso, desorientado y versátil.
         Hay gentes que exclaman:
         —¡Se impone Pardo! ¡Triunfa Pardo! ¡Domina Pardo!
         Y si uno los objeta tímidamente, ellas le preguntan a uno comiéndoselo con los ojos:
         —¿Saben ustedes lo que significa ser gobierno? ¿Saben ustedes lo que significa disponer de las reelecciones, de los subprefectos y de los juzgados de primera instancia?
         Y si uno les dice, por decirles algo:
         —¿Pero las reelecciones no dependen de la ley? ¿Las subprefecturas no dependen de la ley? ¿Los juzgados no dependen de la ley?
         Ellos sueltan la carcajada como si hubieran oído una ingenuidad muy grande.          Hay también gentes que así hablan:
         —¡Se impone Prado! ¡Triunfa Prado! ¡Domina Prado!
         Solo que lo dicen en voz más baja y casi al oído.
         Ayer hubo dos reuniones de los civilistas en casa del señor Prado. Y en las dos hubo quórum y hubo misterio. Fueron a puerta cerrada. A puerta “trancada”, como dice el señor Abelardo Gamarra, que está completamente alarmado con tanta “guaragua”.
         Y de ambas reuniones salieron los civilistas silenciosos, reservados, mudos, sonámbulos, como si les embargasen problemas muy hondos. Y los más espontáneos y habladores decían a lo sumo una palabra, casi enigmática, casi misteriosa, pero entre dos admiraciones:
         —¡Solidaridad!
         Una palabra que parece una exclamación de obreros sindicalistas.

Error u Omisión  

         El señor ministro de justicia ha estado a punto de dejar de serlo. Ha estado a punto de que la cartera se le cayese solita de las manos. Esto no quiere decir que el señor ministro de justicia se hubiese quedado abobado un minuto.
         Mala suerte tiene el señor ministro de justicia. Es un ministro vitalicio del partido liberal. Pero es un ministro que está siempre en peligro de voto de censura. Parece que hiciera equilibrios en el gabinete. Parece que caminara sobre un riel del tranvía eléctrico formando balancín con su cartapacio de decretos. Es un ministro que da siempre la impresión de que al día siguiente no va a seguir siendo ministro. Y esto es muy grave, aunque tratándose del actual ministro de justicia, por habitual, no lo parezca.
         El señor Valera es, no obstante, dentro y fuera del gabinete, una persona amable y simpática. Y, aunque es liberal y hereje, tiene aspecto evidente de prelado ortodoxo. Y tiene la gran virtud de ser siempre risueño, apacible, bondadoso y afable. Y sabe y entiende de protocolos. Y en cualquier instante posee grandes y geniales aptitudes de maestro de ceremonias.
         Pero esto no quita que en algún momento en que haga de maestro de ceremonias, suela equivocarse y promover críticas situaciones para su persona y para el gobierno. Y en que, equivocándose, dicte un decreto de ceremonial así:
         “Concurrirán el edecán de S. E., el juez del crimen de turno, el secretario del ministerio de justicia, el oficial primero del senado y los presidentes de las cámaras legislativas”.
         Pequeños detalles que no significan nada en la vida y en la personalidad de un hombre público tan esclarecido como el señor ministro de justicia.
         Y ha sido uno de estos pequeños detalles el que ha expuesto al ministro de justicia, hace cuarenta y ocho horas, a sufrir que se le caiga de las manos el portafolio. Al disponer el ceremonial del sepelio del doctor Ribeyro, agregó los nombres de los presidentes de las cámaras legislativas al pie de los de los funcionarios públicos que debían tomar las cintas o arrastrar el duelo.
         Y de la misma manera se olvidó el señor ministro de justicia de considerar en el ceremonial el nombre del rector de la muy ilustre Universidad de San Marcos, de la cual había sido catedrático el muy ilustre doctor Ribeyro.
         Insignificantes olvidos del señor ministro de justicia que está generalmente preocupado por altísimos asuntos de interés mundial. Tenemos para nosotros que el señor ministro de justicia inquiere en un horóscopo el fin de la guerra europea y la llegada del anticristo. Y naturalmente no tiene tiempo para pensar en menudos formulismos.
         Mas ocurre que con estos olvidos insignificantes del señor ministro de justicia no gustan transigir los presidentes de las cámaras legislativas. Y al encontrarse mencionados en forma despectiva, pusieron el grito en el cielo y fueron donde el señor ministro de justicia para decirle que aquello era tremendo y gravísimo. Y el señor ministro de justicia se sonreía creyendo que le hacían una broma. Pero los presidentes de las cámaras legislativas insistían hasta convencerle de que no era tal broma.
         Y como el señor ministro de justicia es muy afortunado, el día en que su olvido constó en los periódicos fue día domingo. Día de descanso, de beatitud y de reposo. No había cámaras. Había únicamente carreras de caballos. En las carreras nadie iba a censurar a su señoría.
         Por manera que hubo tiempo de que el señor ministro de justicia dictara un nuevo programa de ceremonial y pusiera en él todas las formalidades triviales de protocolo. Y para que el clásico oficial de la cámara de diputados señor Serdio, hábil en solucionar estas situaciones, se encontrara distraídamente con los periodistas en el Palais Concert y les dijera:
         —¡Hombre! Tengo este papel para usted. Es muy urgente. Pero ponga que se lo han mandado del ministerio de justicia. Por que como usted sabe esto no es cosa de la cámara de diputados…
         Y ayer, en el sepelio se renovó el incidente. El maestro de ceremonias del ministerio de justicia, contagiado en sus olvidos y equivocaciones por el señor ministro, ofreció una cinta en el cementerio al señor Manzanilla, después de haber ofrecido otras a altos funcionarios públicos. Y el señor Manzanilla, que no comprende que las omisiones puedan repetirse y que es muy pegado a los insignificantes formulismos que el señor Valera desdeña, rehusó aceptar la cinta, regresó a su coche y tornó a la ciudad.
         Ha sido un conflicto tremendo para el señor ministro de justicia. Pero ha tenido solución feliz por haberse producido en día domingo. Lo cual quiere decir que las consecuencias de un conflicto no dependen de su gravedad sino del día de la semana en que el conflicto se produzca…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de agosto de 1916. ↩︎