2.27. Minuto sensacional en el tinglado - En la sala - En el foyer - En los camerines - Facciones, facciones, facciones - Candidatura de la ciudad

  • José Carlos Mariátegui

Minuto sensacional en el tinglado1  

         Mal hizo el señor don Javier Prado y Ugarteche en tornar a Chosica, tan luego como concluyeron sus convenios con el señor Pardo. El bloque le despidió con sonrisas y le agitó los pañuelos cuando el tren de la sierra se alejaba llevándoselo a la villa del poeta Fiansón y del señor don Juan Francisco Ramírez. Y hubo lágrimas afligidas en sus ojos. Pero en seguida que el tren se perdió de vista, el bloque comenzó a urdir una trama terrible contra el señor Prado.
         El encanto de la vida aldeana ha estado a punto de perder al señor Prado. La tranquilidad campesina y la leche de Chosica serenan y halagan su espíritu, pero perjudican su personalidad política. Y mientras el señor Prado en Chosica contempla un amanecer geórgico y armonioso, el bloque en un gabinete sigiloso culmina el insomnio de su intriga. Y mientras el bloque en Palacio arrulla al señor Pardo, el señor Prado en Chosica asiste a una puesta de sol.
         Y es que el señor Prado tiene un atildado temperamento artístico y un espíritu sano y generoso. Es una persona que entiende la exacta diferencia entre una égloga de Virgilio y un mensaje del señor Pardo. Y entre un cuento de Rudyard Kipling y un decreto del señor García Lastres. Y ama la serenidad y la dulzura del campo y de la aldea. Y siente el aburrimiento y la monotonía de la urbe.
         En cambio, el bloque no entiende de la serenidad y la dulzura del campo y de la aldea, ni del aburrimiento y la monotonía de la urbe. Pero sabe muy bien cómo hay que conversar con el señor Pardo, cómo hay que argumentar con el señor Pardo y cómo hay que rodear al señor Pardo.
         Y ha surgido de sus conciliábulos y conchabamientos la candidatura del señor don Juan Pardo a la presidencia de la junta directiva del partido civil. El bloque no podía consentir que el señor Prado asumiese la suprema dirección del partido civil con mengua de sus aspiraciones. Y el bloque que recibió con genuflexiones la candidatura del señor Prado, apenas el señor Prado regresó a Chosica comenzó a tirarle chinitas.
         La más amenazada por la presidencia del señor Prado era la candidatura en gestación del señor Tudela y Varela a la presidencia de la república. La muy amada del señor Pardo. La muy altísima para el señor Pardo. La muy meritoria para el señor Pardo. La de todos los pensamientos del señor Pardo. La de las íntimas y clandestinas complacencias del señor Pardo.
         El leader grande de la mayoría ha sido, pues, uno de los más alarmados. Se ha movido de un grupo a otro, de un círculo a otro, de una cámara a otra.
         Todo el mundo político ha sido notificado de que el bloque vuelve a juntarse y vuelve a intrigar. No acepta la pérdida de su personalidad política. Se defiende. Y le enfrenta al señor Prado la candidatura del señor don Juan Pardo. Naturalmente, el señor don José Pardo, sonríe satisfecho ante la devoción.
         Pero el bloque siempre emplea eufemismos. Las fórmulas del bloque son fórmulas embozadas. Por eso es que ahora dicen los bloquistas:
         —Este es un voto de honor.
         Y de esto sí protesta el señor don José Pardo:
         —¡Un voto de honor! ¡Eso sabe a demócrata!
         Y protesta, indignado.

En la sala  

         La política se torna agitadísima. Los espectadores asisten a ella interesadísimos. Y se arrellanan en sus lunetas con los diarios en la mano. Y el diario de La Rifa dice frases sigilosas. El diario de Pando dice frases ambiguas. El de los liberales no dice frase alguna. Y El Tiempo dice frases tremendas.
         Y el decano agrega que hay nubarrones, que hay incertidumbres, que hay amenazas en el horizonte para darle miedo al señor Pardo que es a veces asustadizo. Todo para que el bloque, con el decano en el bolsillo, vaya donde el señor Pardo y le diga también:
         —Hay nubarrones, hay amenazas, hay incertidumbres.
         Y entre el decano y el bloque han hecho candidato a la presidencia del partido civil al señor don Juan Pardo. Voto de honor han dicho primero por miedo al fracaso. Pero luego, asediados y rodeados, no han tenido más remedio que confesarse:
         —¡Voto de verdad! ¡Candidato de verdad! ¡Actitud de verdad!
         Y luego los más leguleyos han añadido.
         —¡A esto los códigos le llaman defensa propia!
         Y los más precisos han ratificado:
         —¡Es una cuestión de derecho a la vida simplemente!
         El señor don Juan Pardo es el único que no quiere sentirse todavía candidato en público. Se esquiva. Y hace coqueterías. Y parece una de esas niñas que recatan el rostro tras del abanico y hacen travesuras y veleterías con los pies. Pero, en la intimidad del club o de Palacio, se yergue y adopta posturas de presidente del partido civil.
         Y el prematuro candidato a la presidencia de la república doctor Tudela y Varela, es quien más se refocila e inquieta en estos vaivenes, siente que en ellos le va la vida. Y piensa con horror en lo que podría ocurrir si la dirección del partido civil cayese otra vez en manos de los civilistas históricos que no transigen con la juventud de su señoría.
         Y el más irresoluto y alarmado es el señor Pardo. Le hace cariño al señor Prado a ratos. Pero luego su cariño se debilita y esfuma. Y en cuanto siente en la antesala de su despacho dos pasos del bloque, se dice que el bloque es más suyo, mucho más suyo que del señor Prado. Y recuerda la génesis del bloque, la actuación del bloque y las tendencias del bloque y lo mira con orgullo y con amor como si fuera su familia. Y llora a lágrima viva que la situación lo inste a darle un padrastro en el partido civil. Todo un cargo de conciencia para el señor Pardo…

En el foyer  

         Esta es una vez más la división del civilismo. Este es una vez más el cisma. El bloque se yergue autónomo y firme. Y el civilismo antiguo se yergue con autoridad de padre y de hermano mayor y habla de meter en un colegio al bloque. Y se indigna de que una vez más quiera importunar con sus travesuras.
         El comentario público es animado, inquieto, polícromo, ameno, retozón, trascendental, profuso e inquietante. Las gentes se dicen en todas partes que el civilismo está en crisis, que el señor Javier Prado y el señor don Juan Pardo aspiran a la jefatura del partido civil, que el bloque se defiende heroicamente, que ha quitado al fin todo disfraz a sus intenciones y que al fin va a saberse si el partido civil es el pardismo y el pardismo el partido civil.
         Y hay un reportaje en cada esquina, en cada confitería, en cada club, en cada palacio legislativo y hasta en cada cinema. A veces el reportaje es como este:
         —¿Quién va a ser presidente del partido civil?
         —¡El doctor Prado y Ugarteche! ¿Pero usted lo dudaba?
         —Lo dudaba un poquito.
         —¡Muy mal hecho!
         Y otras veces el reportaje es así:
         —¿Quién va a ser presidente del partido civil?
         —¡El señor don Juan Pardo! ¿Pero usted lo dudaba? ¿Se atrevía usted a dudar que llegase a ser presidente del partido civil? ¡Después de haberlo dicho el decano!
         —Usted perdone.
         —¡Muy mal hecho!
         Todas las gentes han dado opiniones interesantísimas sobre la comedia. Y todas las opiniones han sido distintas. La crítica está dividida. Está recelosa, cohibida, abstracta, anfibológica, huraña. A veces se hace una ironía o un comentario que son como un rezongo en labios del señor don Manuel Bernardino Pérez. Porque, tratándose de una cosa de teatro, el señor don Manuel Bernardino Pérez ha estado entre el foyer y el escenario, para ver si había número coreográfico. Y le ha repetido a todo el mundo, con la mirada del espíritu puesta en Pataz:
         —Yo estoy con Pardo. ¡Yo estoy con Pardo!
         Una de las curiosidades más grandes ha sido la de los liberales. Desde los balcones de La Prensa han asistido al espectáculo y a los trajines. Y como los mirasen las gentes se recataron tras de las persianas. Pero nosotros que somos muy curiosos e indiscretos hemos sabido descubrirlos detrás de las persianas. Estaban ahí el doctor Durand, el doctor Balbuena, el señor Pinzás, el doctor Sayán Palacios, el doctor Valera y el señor don Juan Durand. Todos los liberales. Y hemos presentido que su comentario era este:
         —Hay mucho ruido y hay mucho afán alrededor de dos apellidos y dos personas.
         —¿Existe mucha diferencia entre esas dos personas y esos dos apellidos?
         —Ciertamente.
         —Pero esos dos apellidos son casi idénticos. No hay ni una letra que los haga sustancialmente disímiles. No debía haber divergencia…

En los camarines  

         Ayer hubo incesantes reuniones en casa del señor Prado. El señor Prado convino en que para tan importante cuestión política precisaba estar en Lima y renunciar momentáneamente a Chosica. Y en torno de él se congregó el civilismo prominente y se congregaron también muchos políticos independientes. La casa del señor Prado fue durante el día un jubileo, como dicen las viejas.
         Y no todo fue jugoso comentario, romántica contemplación del estado político y sigiloso acuerdo. Hubo también acuerdo público. Y el acuerdo público fue la insistencia del comité directivo civilista en su renuncia.
         El señor Prado es tuvo rodeado y felicitado comoun presidente de la república en día de besamanos o de cumpleaños. Y estuvo galante, atento, cortesano. Algo se le ha contagiado del señor Pardo en las conferencias que con él ha tenido. Pero estuvo altivo, satisfecho y sereno. Ha recibido sin inquietudes las noticias de la trama de los bloquistas y de la candidatura del señor don Juan Pardo. Y hasta se ha sonreído de la trama y de la candidatura.
         Nosotros abordamos a muchos de los concurrentes a la casa del señor Prado. Y todos nos dijeron más o menos lo mismo:
         —Nos adherimos sin reservas a la actitud del doctor Prado.
         —Hemos resuelto mantener nuestro apoyo incondicional al doctor Prado.
         —Seguimos acompañando al doctor Prado.
         Y si alguna vez nosotros insinuamos una interrogación sobre la candidatura bloquista del señor Pardo la respuesta fue siempre definitiva:
         —¡Nuestro candidato continúa siendo el doctor Prado!
         Y estas declaraciones circularon por toda la ciudad y la conmovieron. Y soliviantaron todos los comentarios. Las gentes metropolitanas pensaban que no siempre se hacía en el Perú la voluntad del señor don José Pardo. Y se asombraban de que fuese así. Porque venía haciéndose tan unánime el concepto de que, bajo un régimen como este, la voluntad del señor Pardo regulaba absolutamente la vida política del Perú que hasta nosotros mismos habíamos llegado a convencernos de ello. Ahora nos arrepentimos. Nos arrepentimos de todo corazón. Hacemos acto de contrición y propósito de enmienda. Todavía es posible que los hombres y las cosas, aunque sean hombres y cosas civilistas, sepan sustraerse al péndulo de la voluntad del señor Pardo. Como ayer presentimos, la voluntad del señor Pardo está en absoluta decadencia. Su influjo se pone viejo y achacoso. Y no sabe ya sugestionar a los hombres por civilistas que sean sus devociones.
         Ayer las gentes preguntaban:
         —Entonces, ¿qué se ha hecho el pardismo? ¿Dónde está el pardismo?
         ¿Cuánto vale el pardismo?
         Y había gentes que respondían:
         —¡No se siente al pardismo!
         Y había otras gentes que añadían:
         —¡Ya no se ve al pardismo! El pardismo obra a oscuras. A tientas. Se siente su respiración, pero no se ve su fisonomía.
         Y, por este camino, las gentes exageraban y concluían declarando que el pardismo no existía ni en Palacio, sino únicamente en la familia del presidente de la república.
         Y se advertía un ambiente de combate.
         Tanto que el general Canevaro exclamaba convencido:
         —Huele a pólvora sin humo.
         Y el general Diez Canseco, tan convencido como el general Canevaro, prestaba su asentimiento absoluto…

Facciones, facciones, facciones…  

         El civilismo no está dividido en dos. Si fuera así podría decirse de él que estaba partido por el eje. El civilismo está dividido en tres. Una facción aquí. Otra facción allá. Otra facción más allá. Una facción grande. Otra facción chica. Otra facción chiquita.
         Porque ya los civilistas no son solo civilistas del bloque y civilistas del señor Pardo. Ya no son solo civilistas tradicionales y civilistas revolucionarios. Ya no son solo civilistas antiguos y civilistas mozos. Ya no son solo civilistas reposados y civilistas juguetones. Se han puesto repentinamente en sus trece los civilistas del señor Leguía. Y los civilistas del señor Leguía hacen legión.
         Pero ha sorprendido a todo el mundo no encontrar decisivamente en ningún grupo al señor don Rafael Villanueva, leguiísta tradicional y al mismo tiempo uno de los más legítimos personeros del señor Prado en la cámara de senadores. Y ha sido unánime la pregunta:
         —¿El señor Villanueva es pradista? ¿El señor Villanueva es leguiísta? ¿El señor Villanueva es bloquista?
         Y ha habido innumerables exclamaciones:
         —¡Bloquista el señor Villanueva!
         Y ha habido también respuestas:
         —Bloquista, precisamente no. Pero amigo del señor Pardo sí.
         Y ha habido enseguida nuevas exclamaciones:
         —¡Ah! ¡Amigo del señor Pardo, sí!
         Y otro senador, el señor Picasso, paisano del señor Manzanilla, y como tal persona esclarecida, se ha visto también angustiado e irresoluto entre sus relaciones con el señor Prado y sus relaciones con el señor Pardo. El señor Picasso es admirador del señor Prado, pero es ante todo compadre del señor Manzanilla. El señor Picasso no comprende que pueda existir un partido en el cual no esté el señor Manzanilla. El señor Picasso no concibe que tenga razón de ser una situación política en la cual no intervenga el señor Manzanilla. Y para hacer pública ostentación de sus devociones va todos los días a conversar con el señor Manzanilla en el estrado de la presidencia de la cámara de diputados. Y se indigna cuando encuentra en el estrado, en lugar del señor Manzanilla, al señor Peña Murrieta.
         Interrogado el señor Picasso ha dicho:
         —El señor Prado es un gran hombre. El señor Pardo es un gentilhombre. Pero el señor Manzanilla que es un gran hombre y un gentilhombre, es simultáneamente mi compadre.
         Y las gentes hablan así:
         —¿Y en qué facción está el señor Picasso?
         —¿El señor Picasso de Ica que es casi tan feo como el señor José María Miranda de Puno?
         —Efectivamente.
         —¡Verdad! ¿En qué facción está el señor Picasso?
         Y comentarios semejantes se hacen alrededor de otras personalidades del civilismo, a propósito de la actual situación política. Las gentes preguntan:
         —¿En qué facción está el señor don fulano? ¿En qué facción está el señor don zutano?
         En cambio, como de la de otros muchos, no se duda de la austeridad de la actuación del señor don Manuel Camilo Barrios, patriarcal prohombre del civilismo. El señor Barrios acompaña al señor Prado. El señor Barrios le hace genuflexiones al señor Juan Pardo, pero no le concede el altísimo favor de su influencia. Y les dice a todos sus amigos gravemente, tan gravemente como cuando en la presidencia de la cámara de senadores se sujetaba a las prescripciones del reglamento:
         —Yo estoy con la tradición del partido…

Candidatura de la ciudad  

         Ha aparecido de repente una nueva candidatura. Lo mismo que en una alborada llegó de las campiñas la candidatura del señor don Arturo Pérez Palacio, ha asomado en un atardecer, a la hora del té, de las tandas vermouth, de los debates parlamentarios y de las matinés sociales, la candidatura del señor doctor don José María de la Jara y Ureta, ilustre por la triple eufonía y por la triple sonoridad de su nombre, de su verbo y de su prosa. Solo que la candidatura del señor La Jara no ha venido de las campiñas. Ha salido de un cónclave de políticos jóvenes y visionarios y burgueses. Y no ha surgido en una alborada, sino en un atardecer. Lo cual es muy distinto.
         Y es que las dos candidaturas se definen sustancialmente en las más triviales características de su aparición. La del señor Pérez Palacio es una candidatura de los campos. La del señor La Jara es una candidatura de la ciudad. La del señor Pérez Palacio ha aparecido a la noble y geórgica hora de la madrugada. La del señor La Jara ha aparecido a la metropolitana hora del crepúsculo, que es como quien dice a la hora del Palais Concert. Cuando la del señor Pérez Palacio aparecía, cantaban los gallos líricos y brillaban las hoces segadoras. Cuando la candidatura del señor La Jara aparecía, tocaban un one step las damas vienesas y transitaban elegantes y sigilosos los automóviles aristocráticos por el jirón de la Unión.
         Es que la ciudad ha resuelto salir al encuentro de la candidatura de los campos. Se prepara para atajarla. Y en un cónclave de los futuristas ha convenido la candidatura del señor La Jara. El señor don José de la Riva Agüero está orgulloso de esta candidatura. Y la proclama a boca llena. El señor La Jara y Ureta es el blasón nobiliario del partido futurista.
         Y ocurre que mientras los campos quieren estar representados por el señor Pérez Palacio, presidente de la Junta Departamental, la ciudad quiere estar representada por el señor La Jara y Ureta, literato y orfebre de la frase. La poesía de los campos quiere estar representada por un agricultor ilustre; el prosaísmo de la ciudad quiere estar representado por un artista ilustre.
         Y es que lo que en estos momentos vibra y se exalta no es la poesía de los campos. La poesía de los campos no se mete en política. Lo que en estos momentos vibra y se exalta es el esfuerzo de los campos, el trabajo de los campos y la riqueza de los campos. No son las amapolas ni los lirios; son el algodón y la caña de azúcar. No son los pinares; son las sementeras.
         Y con la candidatura del señor La Jara y Ureta son ya muchas las candidaturas a las diputaciones por Lima. Candidatura futurista del señor Riva Agüero, que es jefe de un partido chico pero intolerable. Candidatura futurista del señor Luis Miró Quesada, que en otra época fue diputado de la provincia petrolera de Tumbes. Candidatura futurista del señor La Jara y Ureta, que quiso representar a Yauyos. Candidatura rural del señor Pérez Palacio, que preside a la junta departamental. Candidatura popular del señor don Guillermo 2º Billinghurst, que tiene título dinástico en el afecto del pueblo. Candidatura repentina del señor Abraham Valdelomar a una diputación suplente y en conjunción completa con la del señor Billinghurst.
         Lima va a verse nuevamente amenazada por una invasión formidable de votos en blanco. Y lo que a los periodistas nos interese entonces no será los votos en blanco. Serán los votos de las ánforas. Y será también lo que interese a las candidaturas actuales, por supuesto…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de agosto de 1916. ↩︎