2.10.. Postura
- José Carlos Mariátegui
1El futurismo acaba de sorprender al mundo con una nueva postura. El futurismo ama la publicidad y teme el olvido. No comprende que puedan existir las entidades, las agrupaciones y hasta las personas sin hacer bulla, algarabía y estrépito. Tiene miedo de estar callado. Le pasa en esto lo mismo que a los niños cuando están solos y sienten la necesidad de dar de gritos para creerse acompañados y ahuyentar el temor.
Hace un mes, aproximadamente, el futurismo tenía listo un manifiesto. Era un manifiesto sobre las ideas comunales del partido, a propósito de la proyectada invitación del General Cáceres a las agrupaciones políticas para designar en una convención candidatos municipales. Pero el anuncio de una nueva convención tuvo risueña resonancia en la opinión pública. Las gentes se murieron de risa ante la idea de ver reproducida la convención que hizo presidente al señor Pardo en otra que hiciera alcalde de Lima al señor Osores. Y la invitación del General Cáceres no se produjo. Y el futurismo se quedó con su manifiesto escrito. Apenas si sirvió para que los miembros del comité directivo lo releyeran muchas veces en concilio pleno y celebraran sus originalidades de pensamiento, sus donosuras de estilo y sus bellezas literarias.
Hoy el futurismo encontró una oportunidad interesante para hacer otro manifiesto. Y esta vez no quiso perderla. E hizo la declaración que ayer publicaron los diarios de la mañana. Nada le importa que los empleados públicos se indignen y chillen contra las ideas que patrocina. Nada le importa que se arme alboroto y trocatinta contra sus doctrinas. Lo único que pretende es que su nombre y sus palabras salgan en los periódicos y que los periódicos tengan para su postura unos epígrafes muy gordos y muy llamativos.
El futurismo emplea en estas cosas sistemas modernos solamente. Gusta del método yanqui de la profusión en el reclamo. Y tentado está de adquirir en las primeras planas de los diarios, un “campito”, como dice el señor Abelardo Gamarra, para un anuncio diario. Quien se ha opuesto siempre con toda vehemencia al reclamo por los diarios es el ilustre escritor y periodista señor don José María de la Jara y Ureta.
El comentario callejero sobre la postura del futurismo ha sido animado y risueño. Y como comentario de las gentes limeñas ha sido también malévolo. Y se ha dicho:
—El señor don José de la Riva Agüero está en un momento trascendental de su vida política. Es candidato.
—¿A la presidencia de la república?
—Todavía no. A una diputación por Lima solamente.
—Ajá. ¿Entonces, su manifiesto es un manifiesto de candidato?
—Sí. Y aparece con una coincidencia.
—¿Con cuál coincidencia?
—La de que el señor Pardo comienza a simpatizar con las candidaturas del señor Riva Agüero y del señor Luis Miró Quesada y con ninguna otra más a las diputaciones por Lima.
Nada más ha dicho la malevolencia irreverente y procaz del comentario callejero.
Hace un mes, aproximadamente, el futurismo tenía listo un manifiesto. Era un manifiesto sobre las ideas comunales del partido, a propósito de la proyectada invitación del General Cáceres a las agrupaciones políticas para designar en una convención candidatos municipales. Pero el anuncio de una nueva convención tuvo risueña resonancia en la opinión pública. Las gentes se murieron de risa ante la idea de ver reproducida la convención que hizo presidente al señor Pardo en otra que hiciera alcalde de Lima al señor Osores. Y la invitación del General Cáceres no se produjo. Y el futurismo se quedó con su manifiesto escrito. Apenas si sirvió para que los miembros del comité directivo lo releyeran muchas veces en concilio pleno y celebraran sus originalidades de pensamiento, sus donosuras de estilo y sus bellezas literarias.
Hoy el futurismo encontró una oportunidad interesante para hacer otro manifiesto. Y esta vez no quiso perderla. E hizo la declaración que ayer publicaron los diarios de la mañana. Nada le importa que los empleados públicos se indignen y chillen contra las ideas que patrocina. Nada le importa que se arme alboroto y trocatinta contra sus doctrinas. Lo único que pretende es que su nombre y sus palabras salgan en los periódicos y que los periódicos tengan para su postura unos epígrafes muy gordos y muy llamativos.
El futurismo emplea en estas cosas sistemas modernos solamente. Gusta del método yanqui de la profusión en el reclamo. Y tentado está de adquirir en las primeras planas de los diarios, un “campito”, como dice el señor Abelardo Gamarra, para un anuncio diario. Quien se ha opuesto siempre con toda vehemencia al reclamo por los diarios es el ilustre escritor y periodista señor don José María de la Jara y Ureta.
El comentario callejero sobre la postura del futurismo ha sido animado y risueño. Y como comentario de las gentes limeñas ha sido también malévolo. Y se ha dicho:
—El señor don José de la Riva Agüero está en un momento trascendental de su vida política. Es candidato.
—¿A la presidencia de la república?
—Todavía no. A una diputación por Lima solamente.
—Ajá. ¿Entonces, su manifiesto es un manifiesto de candidato?
—Sí. Y aparece con una coincidencia.
—¿Con cuál coincidencia?
—La de que el señor Pardo comienza a simpatizar con las candidaturas del señor Riva Agüero y del señor Luis Miró Quesada y con ninguna otra más a las diputaciones por Lima.
Nada más ha dicho la malevolencia irreverente y procaz del comentario callejero.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de agosto de 1916. ↩︎