1.2. Los que se van
- José Carlos Mariátegui
1Este semeja un epígrafe de vida social. Pero no lo es. Es solo un epígrafe de información política. Los ministros se marchan. No sabemos si se marchan todos o si se quedan algunos que le han cogido cariño al Palacio de Gobierno y al señor Pardo. Pero la crisis ministerial es de todos modos inminente.
Las crisis ministeriales son entre nosotros de una periodicidad inevitable. Los ministerios en el Perú tienen generalmente una organización anacrónica. Los abogados catedráticos son encargados del ministerio de gobierno. Los libres pensadores son nombrados ministros de culto. Los literatos son utilizados para el ministerio de fomento. Y hay partidos que tienen derecho de propiedad sobre ciertas carteras. Al partido liberal le toca por antonomasia la de justicia, instrucción y culto. Como es partido de principios nada más justo que poner en sus manos los códigos y los problemas de la enseñanza y de las relaciones entre la iglesia católica y el Estado. Raro será que dentro de algunos años no estén todos los liberales en la Corte Superior, en las Universidades y en las diócesis episcopales.
Cuando el señor Pardo inauguró su gobierno, todos le hicimos morisquetas a su gabinete.
Y unos decían:
—Anodino. Y otros:
—Incoloro. Y otros:
—Amorfo. Y otros:
—Insípido.
Y el señor Abelardo Gamarra:
—Disparejo.
Y el doctor Cornejo:
—Abigarrado.
Y el señor Borda:
—Bizantino.
Luego vimos al gabinete en las Cámaras. Y vimos al señor Riva Agüero, parco. Al señor Menéndez, optimista. Al coronel Puente, teatral. Al señor Varela, bondadoso. Al señor García y Lastres, austero. Y al señor Sosa, callado y discreto. Los diputados de la minoría les enseñaron los puños. Sonaron las interpelaciones. Hubo tempestad. Sedante y elástico el señor Maúrtua, mesurado y grave el señor García Irigoyen, abacial y sereno el señor Solf y Muro, defendieron a los señores ministros. Vino el cierre del congreso. Y poco a poco nos fuimos habituando al gabinete. Hoy hemos transigido con él por absoluto. Nos hemos acostumbrado a verlo en Palacio. Ya no nos parece ni anodino, ni incoloro, ni amorfo, ni abigarrado. Nos parece tan solo un gabinete del señor Pardo. Nada más y nada menos.
Y hoy que ya nos habíamos acostumbrado con este gabinete, hoy que habíamos ya convenido en que no era malo, hoy que nos encantábamos con la proximidad de verlo y oírlo en el parlamento, resulta que se va, que renuncia, que deja el banco.
Es el eterno fenómeno de nuestra política. El Perú tiene que cambiar de ministros con periodicidad matemática; hay animales que cambian de piel por estaciones; nuestra política apunta un cambio ministerial en cada estación parlamentaria.
Y es una lástima que sobrevenga la crisis. Y que nos dejen el señor Riva Agüero, tan discreto y seriecito; el señor Menéndez, tan locuaz y tan catedrático; el señor Varela, tan protocolario y risueño; el coronel Puente, tan retórico y marcial; el señor Sosa, tan cuerdo y equilibrado. El único que ha perdido el prestigio de sus combinaciones y utopías financieras, es el señor García y Lastres. Le ha fracasado el más luminoso de los ensueños que compartiera con el señor Pardo. Su agente en New York, el señor Montero y Tirado, regresará en breve, desencantado de la gigantomaquia neoyorkina, de los rascacielos, del City Bank, del Instituto Carnegie, del panamericanismo y de Mr. Woodrow Wilson. El señor García y Lastres está irremisiblemente condenado al pronto regreso a su bufete del Banco Popular. A la cuenta general de la República, reemplazarán en su escritorio las prosaicas cuentas corrientes de la gente burguesa. Cuenta del señor N, comerciante en abarrotes e italiano; cuenta del señor Z, cosechero de arroz carolino; cuenta del señor X, traficante en mercerías; cuenta del señor R, importador de piñas y mangos de Guayaquil; cuenta del señor V, agente de aduanas y padre de familia. Esto es descender del máximo cielo del Corán a la mísera realidad de un ex Tahuantinsuyo.
Antes de marcharse, el gabinete se empeña en dejar Palacio elegantísimo. Casa nueva para los que vengan. Los que se van son gentiles y corteses. Su despedida podría dar motivo para un suelto muy afable y cordialísimo. Un gabinete del señor Pardo debe ser despedido con frases y sueltos de crónica social…
Las crisis ministeriales son entre nosotros de una periodicidad inevitable. Los ministerios en el Perú tienen generalmente una organización anacrónica. Los abogados catedráticos son encargados del ministerio de gobierno. Los libres pensadores son nombrados ministros de culto. Los literatos son utilizados para el ministerio de fomento. Y hay partidos que tienen derecho de propiedad sobre ciertas carteras. Al partido liberal le toca por antonomasia la de justicia, instrucción y culto. Como es partido de principios nada más justo que poner en sus manos los códigos y los problemas de la enseñanza y de las relaciones entre la iglesia católica y el Estado. Raro será que dentro de algunos años no estén todos los liberales en la Corte Superior, en las Universidades y en las diócesis episcopales.
Cuando el señor Pardo inauguró su gobierno, todos le hicimos morisquetas a su gabinete.
Y unos decían:
—Anodino. Y otros:
—Incoloro. Y otros:
—Amorfo. Y otros:
—Insípido.
Y el señor Abelardo Gamarra:
—Disparejo.
Y el doctor Cornejo:
—Abigarrado.
Y el señor Borda:
—Bizantino.
Luego vimos al gabinete en las Cámaras. Y vimos al señor Riva Agüero, parco. Al señor Menéndez, optimista. Al coronel Puente, teatral. Al señor Varela, bondadoso. Al señor García y Lastres, austero. Y al señor Sosa, callado y discreto. Los diputados de la minoría les enseñaron los puños. Sonaron las interpelaciones. Hubo tempestad. Sedante y elástico el señor Maúrtua, mesurado y grave el señor García Irigoyen, abacial y sereno el señor Solf y Muro, defendieron a los señores ministros. Vino el cierre del congreso. Y poco a poco nos fuimos habituando al gabinete. Hoy hemos transigido con él por absoluto. Nos hemos acostumbrado a verlo en Palacio. Ya no nos parece ni anodino, ni incoloro, ni amorfo, ni abigarrado. Nos parece tan solo un gabinete del señor Pardo. Nada más y nada menos.
Y hoy que ya nos habíamos acostumbrado con este gabinete, hoy que habíamos ya convenido en que no era malo, hoy que nos encantábamos con la proximidad de verlo y oírlo en el parlamento, resulta que se va, que renuncia, que deja el banco.
Es el eterno fenómeno de nuestra política. El Perú tiene que cambiar de ministros con periodicidad matemática; hay animales que cambian de piel por estaciones; nuestra política apunta un cambio ministerial en cada estación parlamentaria.
Y es una lástima que sobrevenga la crisis. Y que nos dejen el señor Riva Agüero, tan discreto y seriecito; el señor Menéndez, tan locuaz y tan catedrático; el señor Varela, tan protocolario y risueño; el coronel Puente, tan retórico y marcial; el señor Sosa, tan cuerdo y equilibrado. El único que ha perdido el prestigio de sus combinaciones y utopías financieras, es el señor García y Lastres. Le ha fracasado el más luminoso de los ensueños que compartiera con el señor Pardo. Su agente en New York, el señor Montero y Tirado, regresará en breve, desencantado de la gigantomaquia neoyorkina, de los rascacielos, del City Bank, del Instituto Carnegie, del panamericanismo y de Mr. Woodrow Wilson. El señor García y Lastres está irremisiblemente condenado al pronto regreso a su bufete del Banco Popular. A la cuenta general de la República, reemplazarán en su escritorio las prosaicas cuentas corrientes de la gente burguesa. Cuenta del señor N, comerciante en abarrotes e italiano; cuenta del señor Z, cosechero de arroz carolino; cuenta del señor X, traficante en mercerías; cuenta del señor R, importador de piñas y mangos de Guayaquil; cuenta del señor V, agente de aduanas y padre de familia. Esto es descender del máximo cielo del Corán a la mísera realidad de un ex Tahuantinsuyo.
Antes de marcharse, el gabinete se empeña en dejar Palacio elegantísimo. Casa nueva para los que vengan. Los que se van son gentiles y corteses. Su despedida podría dar motivo para un suelto muy afable y cordialísimo. Un gabinete del señor Pardo debe ser despedido con frases y sueltos de crónica social…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de julio de 1916 ↩︎