1.1. Desperezo

  • José Carlos Mariátegui

Desperezo1  

         Acabamos de abrir los ojos. Desde la clausura de las sesiones del último Congreso hemos estado durmiendo. Durmiendo a pierna suelta. Somos como las boas constrictoras que duermen tres meses, a manera de siesta digestiva, después de cada festín. Con esto no queremos decir que asistamos a la política parlamentaria como a un festín para dormirnos luego.
         Abrimos los ojos. Nos desperezamos. Con nosotros se despereza todo el mundo. Durante cuatro meses y medio, debe haber estado todo el Perú dormido. Las naciones duermen también, seguramente, como las boas constrictoras.
         Abrimos los ojos. Y preguntamos:
         —¿Dónde estamos?
         Y nos contestan:
         —En el Perú, hijos míos.
         Y exclamamos entonces:
         —¡Ah! ¡Esto es el Perú todavía!
         Y nos agregan:
         —Todavía.
         Y preguntamos otra vez:
         —¿El señor Pardo es presidente de la República?
         Y nos responden:
         —El señor Pardo es presidente de la República.
         Nada más hemos interrogado. Para saber de nuestra salud y de la salud de la patria basta sin duda alguna. Basta y sobra. Lo que ha pasado durante nuestro sopor no necesitamos preguntárselo a nadie. Lo adivinamos.
         —El señor Pardo ha ido seguramente a Palacio todos los días. ¿No es cierto?
         —¡No es cierto! Estuvo tres días indispuesto. Estuvo en Miraflores.
         —Bueno. No es mucho equivocarse. Y otra cosa. El señor Pardo ha recibido diarias visitas y ha tenido diarias conferencias.
         —¡Para bienestar del país y de todos nosotros!
         —No lo dudamos. Y el señor Pardo ha proyectado seguramente algún empréstito.
         —Sí. Pero un empréstito honestísimo.
         —¿Onerosísimo?
         —¡Honestísimo!
         —Bueno. Y el señor Pardo ha enviado algún agente para contratarlo.
         —¡Un distinguido agente! ¡El señor don Manuel Montero y Tirado!
         —Justo. Y el señor Pardo ha vestido siempre con mucha corrección y elegancia.
         —¡Claro! ¡Siempre muy chic!
         —Pero ha empezado a envejecer un poquito. Poquísimo. Apenas…
         —¡No! ¡Sigue joven! ¡Sigue buen mozo! ¡Sigue guapo! ¡Muy guapo!
         —Bueno. Y los hermanos del señor Pardo han seguido siendo discretos y caballerosos.
         —¡Gentleman!
         —Eso es. Y el señor Pardo está cordial con el doctor Durand, con el general Cáceres, con el doctor Osores, con el doctor Manzanilla.
         —¡Todo el mundo está cordial con el señor Pardo! ¡Todo el mundo lo admira!
         —¿Con el doctor Prado también está cordial el señor Pardo?…
         Silencio.
         Y así adivinamos cómo ha transcurrido la política durante el tiempo que hemos tenido cerrados los ojos. Las gentes, pardistas del todo, nos rectifican apenas. A veces no nos rectifican absolutamente. Nuestro nirvana no nos ha privado del espectáculo casi en nada. Las gentes nos soplan en los párpados, para que abramos bien grandes los ojos. Y para que veamos muy claro. Y nosotros no sabemos por qué nos acongoja un poco la posibilidad de llegar a ver muy claro.

La movilización  

         Nos acercamos a las jornadas parlamentarias. Estamos a las puertas de ellas. Se ha llamado ya a las reservas. Estamos en plena movilización. Estamos en vísperas de la lucha. Estamos inquietos. Estamos nerviosos. Estamos en espera del porvenir. ¿No anda por ahí una gitana agorera que nos diga la buenaventura? ¿No anda por ahí un quiromante? No. No habrá nadie que nos cuente lo porvenir. No está en Lima siquiera el señor Corbacho, teosofista, que sabe descifrar el destino como una pitonisa.
         Diputados y senadores han celebrado ya su primera y protocolaria sesión preparatoria. Ceremonia ritual. Liturgia profana. Acto sin trascendencia.
         A la Cámara de Diputados llegamos primero. Y encontramos en ella a todos los diputados que viven en Lima y a todos los que han llegado ya. Al primero que hemos abrazado ha sido al señor Balbuena, jovial, risueño y afable como siempre.
         El señor Balbuena nos ha preguntado en seguida:
         —¿Cuándo se echan ustedes a la calle? Y nosotros le hemos dicho:
         —De repente. Uno de estos días. Mañana, pasado, traspasado, cualquier día…
         Y el señor Balbuena nos ha requebrado:
         —¡El público los espera con los brazos abiertos!…
         Luego, lo hemos interrogado:
         —Y usted, doctor, ¿cómo está?
         El señor Balbuena ha hablado radiante, de esta manera.
         —¿Yo? ¡De plácemes! ¡Manzanilla va a ser presidente de la Cámara!
         Hemos dejado al señor Balbuena. Y hemos visto gallardo, luminoso, plácido al señor Manzanilla. Conserva ilesa toda su apostura de líder. Está más joven que nunca. No pasan por él años ni penas. Ama y practica la filosofía del optimismo. Lo hemos saludado cariñosos. Y él nos ha contestado galantísimo. Ni más ni menos que si nosotros fuéramos también diputados y debiéramos contribuir con nuestros votos para hacerlo presidente. Nosotros nos hemos lamentado de no serlo. Si lo fuéramos, le daríamos seguramente nuestros votos al señor Manzanilla. Haríamos hasta una trampa para favorecerlo. Nos pegaríamos por él, si algún osado lo detractara. Lo único que soñamos es que se haga candidato a la Presidencia de la República. Por él no temeríamos ni siquiera volvernos capituleros.
         Hemos visto a todos los diputados, charlatanes y simpáticos. Todos tienen los ánimos pacíficos. El combate está aún distante. Hoy, apenas si preocupa algo la elección de la mesa. Y respecto de esta elección hay pocas dudas. Y pocos forcejeos. Apenas si los liberales están puestos en sus trece en que debe dárseles las dos secretarías. El doctor Durand les ha dado instrucciones terminantes.
         En la Cámara de Senadores, hemos encontrado el mismo ambiente de todos los años. Un poco austero, un poco frío, un poco inquisitorial. El señor don Amador del Solar sonríe seguro de que la Presidencia de la Cámara es para él. Por hoy, la presidencia de la Cámara lo contenta. ¿Mañana? Mañana, ¿quién sabe? También la presidencia de la Cámara sería amable regalo para el doctor Cornejo que sueña con ella, con el Ateneo y con el jurado, y para el doctor Villanueva que es muy buen amigo del doctor Prado y Ugarteche.
         Los senadores “independientes” han acordado trabajar por el señor don Carlos Forero para la primera vicepresidencia. Se sienten grupo, se sienten facción. Están absolutamente seguros de su fuerza. El señor Forero quiere la vicepresidencia. Como el señor Solar vaca, a él le tocaría presidir las incorporaciones. ¿Será también “independiente” el señor Forero?
         Los civilistas se han comprometido formalmente a votar por el doctor Flórez, candidato también a la vicepresidencia. ¿Será electo el doctor Flórez en virtud del formal compromiso?
         Respecto de los puestos que, en esta mesa del Senado, les toca a los liberales, el doctor Durand ha dado también instrucciones terminantes. Muy terminantes:
         —¡No hay que dejarse pisar el poncho!…

Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de julio de 1916 ↩︎