1.14. Presagios - Psicología

  • José Carlos Mariátegui

Presagios1  

         Han sido estos días de patriotismo alborozado y bullicioso, de fuegos artificiales, de iluminación eléctrica y de corso de flores, días de expansión para el comentario político y para el chisme mal intencionado. Y es que no todo ha sido regocijo, pirotecnia de colores y rosas para el señor Pardo.
         El señor Pardo había soñado toda una semana en que cortesanas multitudes le acompañasen al tedeum metropolitano, que devotas muchedumbres le ovacionasen en la Inquisición, que el parlamento le aclamase, y que luego todos los apellidos importantes del Perú se inscribiesen en las listas del besamanos ritual.
         Pero, por insolente rebeldía y osada audacia, las cosas no se han producido como soñaba el señor Pardo. La vida tiene a veces airadas e irrespetuosas actitudes contra el señor Pardo y se olvida de que es el señor Pardo, de que lo hizo presidente del Perú la voluntad unánime de los partidos, de que es el suyo un gobierno nacional, de que fue su abuelo el autor de El niño Goyito y de otros nobles títulos y gentiles abolengos que tiene el señor Pardo en su abono.
         Y no hay forma de decirle al señor Pardo:
         —¿Qué tal “veintiocho”?
         Para él no ha habido veintiocho. Y si lo ha habido, ha sido tan negro, tan desconsiderado y tan inclemente, que el señor Pardo maldice de él a estas horas.
         En el tedeum, le acompañó el cortejo oficial de todos los años, en la Inquisición hubo apenas un centenar de gentes frías y secas, en el Palacio Legislativo hubo solo ceremoniosos cumplidos, en el besamanos hubo contada concurrencia.
         Y no es esto lo grave. Lo grave es que no solo las gentes no se asombraron del jugo y sustancia de las ideas del señor Pardo, no lo aclamaron, no le cargaron en triunfo, y no le festejaron; es que el señor Pardo ha escuchado el 28 los primeros silbidos de su administración.
         Los menos optimistas acerca de los éxitos del señor Pardo, pensaron casi siempre que estos primeros silbidos aguardarían prudentemente el segundo año de su administración. Pero los silbidos no transigen con las cortesías y no entienden de recatos. Son impulsivos y espontáneos y se producen cuando les da la gana. No tienen ni pizca de urbanidad.
         El señor Pardo estaba absolutamente seguro de que su mensaje era una gloriosa pieza. Lo cotejó con el último discurso de la corona española, y él y el señor Concha convinieron en que el mensaje superaba al discurso de la corona en ideas y estilo. Los ministros de Estado lo hallaron admirable. El señor Valera sobre todo se refocilaba con la lectura de cada párrafo.
         No se podía luego esperar que hubiese impávidos e insolentes que se atreviesen a silbarle. Pero así ha sido. Menguados y malsines sujetos han silbado al señor Pardo a la salida del Congreso. Se habían atrevido a dudar de la genialidad del mensaje y lo manifestaban de modo procaz.
         El silbido es una demostración democrática de la reprobación. Silban los caballeros y silban los granujas. Se silba a un político en desgracia, se silba una comedia, se silba a una tiple mala y se silba a una farándula.
         Así piensa el señor Manzanilla que tiene ideas muy amplias.
         Discrepan con él, el señor Varela y el señor Puente, quienes exclamaban en el desfile, convencidos:
         —¡Ya aquí no hay respeto!
El señor Pardo hace indudablemente noble escuela.

Psicología  

         El señor Pardo se muestra reacio a los buenos consejos. No acepta que se le recomiende un sistema, un método o una iniciativa cualquiera. Se yergue intransigente. Está más aristócrata que nunca, más arrogante que nunca, más señor Pardo que nunca.
         Hace dos días no más el señor don Enrique de la Riva Agüero le insinuaba:
         —Fije usted un día de recepción para los diputados y senadores. Atráigalos a su lado. Y sobre todo sujételos a su lado. Póngales liga como a los pajaritos.
         Y el señor Pardo se negaba.
         Y el señor Riva Agüero, que es machacón a lo criollo, insistía:
         —Hay que ser diplomático. Hay que ser afable.
         Y otro señor ministro apoyaba:
         —No ve usted, señor, ¿cómo el doctor Durando frecechocolatea sus amigos todos los lunes?
         Pero el señor Pardo no se daba por vencido. Y se batía en sus últimos reductos. De pronto replicó al señor Riva Agüero:
         —Recíbalos mejor Ud.
         Para que el señor Riva Agüero, duplicase:
         —Pero yo ¿a título de qué? Esas atenciones son cosas de los presidentes. Las mías serían atenciones del amigo, no del gobierno. A Ud. es a quien le toca.
         Hasta que el señor Pardo, no pudo contener más la frase que estaba por escaparse de sus labios, y le dijo:
         —¡A mí no me hacen falta recepciones para que los representantes me quieran!
         Ni más ni menos que los pollos buenos mozos cuando se pavonean de un amor.
         Solo que después de la frase fueron los silbidos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de julio de 1916. ↩︎