1.13. Pirotecnia - Antesala - La Primera Jornada

  • José Carlos Mariátegui

Pirotecnia1  

         Estamos escribiendo para un público lleno de alborozo patriótico y ávido de vianda criolla, de procesión cívica y de fuegos artificiales. Estamos escribiendo para un público de veintiocho de julio. Todo es entusiasmo, calor, vibración, himno nacional, cohetes, luces, banderas solemnes, banderitas de papel, banderas de percalina y asta de caña, marcialidad, regocijo, golosinería, tamales, buñuelos, trajes flamantes. Todo es típica manifestación patriótica.
         Hoy, las gentes se desperezarán ágiles tras el cansancio de la nochebuena. Comprarán las abultadas ediciones de los diarios que son, como el pueblo, pomposos y exorbitantes en la conmemoración de la libertad. Comprarán un abanico de papel con los colores peruanos y un muñequito de cartón de esos que hacen acrobacias mediante un ingenuo mecanismo. Se pasearán. Se aburrirán. Y más tarde, dudarán entre asistir a los espectáculos militares de rito o al festival de los jardines del Zoológico.
         Nosotros escribimos mientras en la ciudad todo es holgorio y diversión. Enel jirón de la Unión miles de luces desparraman una alegría desmesurada y festiva. Los coches y los automóviles hacen corsos tumultuosos. Coches y automóviles de gente suntuosa que marchan gravemente. Coches y automóviles de gente rastacuera y cursi que van más de prisa. Coches y automóviles de jovencitos que pagan por cotizaciones y que van a toda carrera. Y en las veredas y hasta en las calzadas, formidable flujo y reflujo de gentes de todas calidades, temperamentos, humores, tamaños, aspectos. Chicos que suenan procaces pitos y agitan encarnizadas matracas y chicos que llevan globos cautivos atados a un hilo que con la marcha se oblicua. En los parques de la Exposición, vivanderas, farolitos chinos, braseros, carpas, chicha, picarones, abigarradas y coloristas viandas. Todo pidiendo a gritos una pluma que, cuando no es la del señor Manuel Ascencio Segura, es la del señor Abelardo Gamarra.
         Los cohetes de un castillo de fuegos artificiales nos recuerdan que, en medio de esta expansión cívica, se agita la política y “vuelve el tinglado de la antigua farsa”. Ayer se eligieron las mesas directivas de las Cámaras. Hoy se inaugura el Congreso y dice su mensaje el señor José Pardo. Hoy nos va a decir el señor Pardo lo feliz que es la patria, lo felices que somos los peruanos con su administración, lo feliz que es él gobernándonos. En la sala del Congreso va a haber una gran eclosión de entusiasmos y todos, representantes y espectadores, celebrarán la felicidad de la patria, de los peruanos y del señor Pardo. En el Perú nos enteramos todos los años de la felicidad universal por los mensajes presidenciales. Antes y después, somos tan miopes que no sabemos darnos cuenta de ella. Es que aquí los presidentes de la república y las viejas que cuentan historias de ánimas en pena, tienen “ojos de ver”.
         Suenan más cohetes. Más fuegos artificiales. Más luces de bengala. Los peruanos nos perecemos por los fuegos artificiales, por los cohetecillos y por las luces de bengala. La pirotecnia es aquí una industria símbolo. Pirotecnia en la política, pirotecnia en la vida, pirotecnia en todo.
         Y estos cohetes que suenan pertinaces y que nos exaltan y estimulan con más vehemencia que el ruido de la Underwood amable, sufrida y colaboradora, también a nosotros nos soliviantan. También entre nosotros se despiertan unos deseos muy grandes de marchar al jolgorio; también nosotros queremos confundirnos en el vórtice de los paseantes; también nosotros queremos un abanico con los colores nacionales y un pito disfrazado con un chantecler criollo; también nosotros queremos deslumbrarnos con las iluminaciones y con los fuegos; también nosotros apetecemos el tamal y el buñuelo festivos; también nosotros nos sentimos limeños jocundos, alegres y ardorosos…

Antesala  

         Ayer la política se puso chaqué y hongo. Hoy podría ponerse gorro frigio. Mañana podría ponerse chaleco de fantasía. Y pasado mañana escarpines.
         Hoy todos tenemos que estar muy contentos, muy regocijados, muy bulliciosos. Hoy va a instalarse el Congreso. Hoy entran todos los representantes al gran salón del concilio parlamentario. Ayer hicieron antesala y dejaron sus sombreros en las perchas de metal.
         Nosotros estuvimos en el Senado y en la Cámara de Diputados. Nos convencimos de que las mayorías están absolutamente de acuerdo. Nos dimos cuenta de que el gobierno del señor Pardo tiene muchos adictos en el Congreso. Vimos al señor Manzanilla, al señor Cornejo, al señor Villanueva, al señor Torres Balcázar, a todas las personas trascendentales del país.
         Del Senado salimos corriendo. El ambiente es ahí frío y grave. Sintiéndonos en ese ambiente no podíamos comprender cómo el señor Barrios no era presidente vitalicio del Senado, ni cómo se elige presidente al señor don Amadeo del Solar y no al general Canevaro o al general Diez Canseco.
         En la Cámara de Diputados nos sentimos a gusto. Ahí todos nos son conocidos, casi familiares. Ahí todas las caras son risueñas y amigas. En el salón de los pasos perdidos repercutían sonora e isócronamente los pasos de dos diputados que discurrían. En el salón de sesiones, los pasos de otros muchos se apagaban silenciosos en la mullida alfombra que propicia sigilos y cambios de lugar. El comentario era furtivo y libre. No había la tiranía del debate, con campanillazos, términos reglamentarios, ni turnos. No había disciplinas. Todos conversaban de lo que querían. La política, el veintiocho de julio, el teatro argentino, “La ciudad alegre y confiada”, la moda, las mujeres bonitas, la plata, el empréstito frustrado, las mesas de las Cámaras. Tema libre. Libertad absoluta. La única manifestación disciplinada del momento era la votación. Los secretarios leían y releían la nómina de diputados y en rededor de la mesa presidencial se agitaba un torbellino. Elección de presidente, de primer vicepresidente, de secretarios, de prosecretarios.
         En las galerías, curiosos impenitentes. En los pasillos, más curiosos y los periodistas. En el salón de los pasos perdidos un concilio alborozado de empleados que hacían su programa para las fiestas patrias. Y en las puertas, en las gradas mismas, el señor Pasquale, candidato inminente, haciéndose leer las rayas de la mano por una gitana de ojos negros y bonitos y de artera y aduladora frase…

La primera jornada  

         La minoría de la Cámara de Diputados estuvo ayer heroica. Esta es una minoría que no se agacha, que no se achica, que no se intimida, que no corre. Y ayer sorprendió a los diputados ministeriales con un triunfo formidable. Nadie lo esperaba.
         Triunfó, como no podía dejar de ser, el señor Manzanilla. Triunfó, como no podía dejar de ser, el señor Peña Murrieta. Pero fracasó con estrépito, sensación y bullicio, la candidatura liberal del señor Barreda a la segunda vicepresidencia. Quisieron, agoreros, los civilistas que el candidato de sus aliados tuviese un apellido con legítimo sabor de abolengo civilista. Pero ni esto ha valido. Y el señor don Enrique Escardó y Salazar, miembro distinguido y permanente de la minoría, ha sido electo en lugar del señor Barreda. La minoría, motejada hasta ayer, por los ministeriales, de chica y reducida, está triunfante, gloriosa, plácida.
         Ayer venció la primera jornada. Ha sido una sorpresa. Se esperaba que fuera escaramuza y resultó batalla campal.
         Y hubo gallarda declaración del señor Borda, a guisa de prólogo de futuras actitudes:
         —¡Aquí estamos! Somos los mismos de ayer. Pero más guapos, más entrenados, más valientes. Y, sobre todo, más numerosos…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de julio de 1916. ↩︎