1.12. Vísperas - Estética - Música de Sirenas - Coqueterías
- José Carlos Mariátegui
Vísperas1
Ya estamos a un paso de la inauguración de las sesiones del congreso. Ya la política va entrando en cuarto creciente, como llevamos dicho, nueva fase. Nueva vida. El señor Pardo que hasta ayer vivía en paz completa siente desde ahora intranquilidades y molestias. El parlamento va a importunarlo algún rato. Los diputados y senadores ponen cara de escolares para quienes han concluido las vacaciones. Regresan al colegio con la cara de fiesta y de mataperrada.
Casi todos los representantes de provincias se encuentran ya en Lima. Los hemos visto en las calles, en las confiterías, en los clubes. Siempre simpáticos, siempre joviales, siempre alegres. Entre ellos se festejan y se obsequian. Lima les solivianta y les pone traviesos.
Hemos visto a muchos amigos nuestros. Al señor Octavio Alva, al señor Vivanco, al señor Ezequiel Luna, al señor Sergio Rodríguez. Hemos visto también al señor Juan Durand y al señor Gregorio Durand. Don Juan irá al senado. Don Gregorio irá a la cámara de diputados. Si el doctor don Augusto, jefe del partido, va a la cámara de diputados, habrá tres representantes del ilustre apellido Durand en el parlamento de la república.
Los liberales han dicho ya sonoramente que ellos están en lo absoluto de acuerdo con los civilistas. Los civilistas han dicho con la misma sonoridad, que ellos están absolutamente de acuerdo con los liberales. Esto tuvo repercusión revolucionaria entre los constitucionales que no quieren estar de acuerdo con nadie.
Y se rumoreó un plan tremendo. El de dejar hoy al congreso sin quórum. Los constitucionales contaron sus adeptos y prepararon la maniobra. El comentario público dudó mucho que su belicosidad llegase a este extremo. Se hizo burla de la maniobra. Se negó que los constitucionales tuvieran fuerza para hacerla. Pero el rumor continuó persistente y amenazador.
Y hasta se refería una frase militar del señor Cáceres.
—Es una sorpresa de flanco. Táctica alemana.
Ayer, las cosas se habían modificado. Los bonos constitucionales se cotizaban mal. Y el señor Rojas Loayza declaraba terminantemente a nuestros cronistas, en el Senado:
—Hay para los constitucionales hasta una prosecretaría…
Casi todos los representantes de provincias se encuentran ya en Lima. Los hemos visto en las calles, en las confiterías, en los clubes. Siempre simpáticos, siempre joviales, siempre alegres. Entre ellos se festejan y se obsequian. Lima les solivianta y les pone traviesos.
Hemos visto a muchos amigos nuestros. Al señor Octavio Alva, al señor Vivanco, al señor Ezequiel Luna, al señor Sergio Rodríguez. Hemos visto también al señor Juan Durand y al señor Gregorio Durand. Don Juan irá al senado. Don Gregorio irá a la cámara de diputados. Si el doctor don Augusto, jefe del partido, va a la cámara de diputados, habrá tres representantes del ilustre apellido Durand en el parlamento de la república.
Los liberales han dicho ya sonoramente que ellos están en lo absoluto de acuerdo con los civilistas. Los civilistas han dicho con la misma sonoridad, que ellos están absolutamente de acuerdo con los liberales. Esto tuvo repercusión revolucionaria entre los constitucionales que no quieren estar de acuerdo con nadie.
Y se rumoreó un plan tremendo. El de dejar hoy al congreso sin quórum. Los constitucionales contaron sus adeptos y prepararon la maniobra. El comentario público dudó mucho que su belicosidad llegase a este extremo. Se hizo burla de la maniobra. Se negó que los constitucionales tuvieran fuerza para hacerla. Pero el rumor continuó persistente y amenazador.
Y hasta se refería una frase militar del señor Cáceres.
—Es una sorpresa de flanco. Táctica alemana.
Ayer, las cosas se habían modificado. Los bonos constitucionales se cotizaban mal. Y el señor Rojas Loayza declaraba terminantemente a nuestros cronistas, en el Senado:
—Hay para los constitucionales hasta una prosecretaría…
Estética
La crisis está galvanizada. Iba a producirse, iba a estallar, pero no era correcto dejar al señor Pardo sin gabinete en víspera de la reunión del Congreso. Habría sido muy feo. No hay por qué averiguar si habría sido favorable para la salud de la patria. Basta con saber que habría sido feo. Feísimo. Asunto de ornamentación gubernativa. Estética de la administración.
Parece que ya no se va nadie del ministerio antes de la inauguración del Congreso, ni siquiera el señor Menéndez, que es quien hace más rato se halla con el pie en el estribo.
Y sobre todo se queda el coronel Puente. El coronel Puente estaba heroica- mente resuelto a la dimisión. Sentía que el Senado lo reclamaba con instancia. Anhelaba verse, frente a frente, con el general Canevaro, para derrotar sus teorías anticuadas con las suyas juveniles y revolucionarias. Pero lo ha detenido una consideración de última hora. Una consideración grave, trascendental y patriótica. Su renuncia iba a privarlo de revistar mañana las tropas, lujosamente uniformadas por desvelo suyo. Él, que ha resuelto la conveniencia e importancia de que el ejército use uniforme gris; él, que ha elegido el paño; él, que ha asistido a la confección; él, que ha soñado con la elegancia de los nuevos trajes, no podía dejar la cartera sin asistir a la inauguración de obra tan prolija. Y se queda hasta después del estreno. No es un retardo pueril. El mismo coronel Puente lo dice a sus íntimos:
—Dejo el ejército como nuevo…
Ayer ha salido en los diarios la noticia de que, antes de formar para la inauguración del Congreso, desfilará el ejército delante de los balcones de Palacio. Las gentes, que aquí son tan suspicaces y maliciosas, y que andan buscándole significado a todo, se preguntaban la razón de este desfile previo.
Y unas decían:
—Es para que el coronel Puente admire su obra a la luz del día.
Pero otras, menos festivas, buscaban un significado más abstruso y grave, y exclamaban:
—Son sugestiones del 4 de febrero. El Gobierno quiere que el ejército desfile para él antes de formar para el Congreso. Es como decirles a los soldados: “Primero el Gobierno; después el Congreso”.
Puro logogrifo. Pura adivinanza.
Parece que ya no se va nadie del ministerio antes de la inauguración del Congreso, ni siquiera el señor Menéndez, que es quien hace más rato se halla con el pie en el estribo.
Y sobre todo se queda el coronel Puente. El coronel Puente estaba heroica- mente resuelto a la dimisión. Sentía que el Senado lo reclamaba con instancia. Anhelaba verse, frente a frente, con el general Canevaro, para derrotar sus teorías anticuadas con las suyas juveniles y revolucionarias. Pero lo ha detenido una consideración de última hora. Una consideración grave, trascendental y patriótica. Su renuncia iba a privarlo de revistar mañana las tropas, lujosamente uniformadas por desvelo suyo. Él, que ha resuelto la conveniencia e importancia de que el ejército use uniforme gris; él, que ha elegido el paño; él, que ha asistido a la confección; él, que ha soñado con la elegancia de los nuevos trajes, no podía dejar la cartera sin asistir a la inauguración de obra tan prolija. Y se queda hasta después del estreno. No es un retardo pueril. El mismo coronel Puente lo dice a sus íntimos:
—Dejo el ejército como nuevo…
Ayer ha salido en los diarios la noticia de que, antes de formar para la inauguración del Congreso, desfilará el ejército delante de los balcones de Palacio. Las gentes, que aquí son tan suspicaces y maliciosas, y que andan buscándole significado a todo, se preguntaban la razón de este desfile previo.
Y unas decían:
—Es para que el coronel Puente admire su obra a la luz del día.
Pero otras, menos festivas, buscaban un significado más abstruso y grave, y exclamaban:
—Son sugestiones del 4 de febrero. El Gobierno quiere que el ejército desfile para él antes de formar para el Congreso. Es como decirles a los soldados: “Primero el Gobierno; después el Congreso”.
Puro logogrifo. Pura adivinanza.
Música de sirenas
Ayer terminó la serie de banquetes con que ha sido agasajado el señor Juan Manuel Torres Balcázar por motivo de su cumpleaños. Ayer fue el último banquete. El último menú. El último brindis. Fueron los diputados los que ayer se reunieron alrededor del señor Torres Balcázar. Y los hubo de todos los matices, de todos los grupos, de todas las opiniones. Estaban el señor Manzanilla, el señor Peña Murrieta, el señor Balbuena. Todas las celebridades de la Cámara joven.
Ya hemos dicho que el Sr. Torres Balcázar es universalmente admirado. Universalmente querido. Tiene en la mayoría los mismos afectos que en la minoría. Y en la minoría todos lo aman. La fiesta fue, pues, alegre, cordialísima y regocijada. Hubo orquesta nacional. Y hubo también orquesta del ejército. El señor ministro de guerra le envió, de este modo, recado al señor Torres Balcázar de que no se acordaba de los ataques parlamentarios de su señoría. Un recado lírico, romántico, sentimental del señor ministro de guerra. Arduas preocupaciones le costaría resolverlas. ¿Cómo podría cumplimentar al señor Torres Balcázar? ¿Cómo podría obsequiarlo? ¿Cómo podría festejarlo? Y se resolvería al fin. Le enviaría una banda de músicos. El homenaje enternecería seguramente al señor Torres Balcázar.
Pero el señor Torres Balcázar es un espíritu templadísimo y enhiesto. Y no le enternece la música. Mucho menos la música militar. Admite que quieran conquistarle el corazón con una guitarra y un yaraví, pero no admite que quiera conquistársele con bombo y platillos. El señor ministro de guerra ha confundido los métodos. Ha oído hablar de la música de las sirenas. Y ha oído hablar de que la música auspicia una simpatía y un amor. Pero no sabe que no es la música guerrera la que para tales cosas sirve. La música guerrera más bien exalta, solivianta y espolea. La música que enternece es la música de serenata. Son éstas, pequeñas equivocaciones del señor ministro de guerra, que tiene un alma marcial y vibrante como una clarinada de la escolta.
Alrededor de la música militar, se hizo en la fiesta sabroso comentario. Hubo murmuraciones. Hubo comentarios. Y, aparte del tema de la música, hubo regocijo y placidez digestiva. Hubo bocaditos. Hubo viandas criollas. Y hubo, naturalmente brindis. Galanísima y florentísima frase del señor Manzanilla. Grave y mesurada frase del señor Salazar y Oyarzábal. Agradecida y elocuente frase del señor Torres Balcázar. Y, también, frase profesional y jocunda del señor Peña Murrieta. El señor Peña Murrieta, dijo que hacían falta en el parlamento hombres como el señor Torres Balcázar, guapos, honestos, valientes, trejos, decididos.
Y, como el señor Manzanilla le acotara risueñamente:
—¡A ver, doctor: una metáfora del repertorio!
El señor Peña Murrieta tuvo esta frase entusiasta:
—¡El señor Torres Balcázar es un hombre que hace honor al sexo parlamentario!
Textual. Auténtico.
Ya hemos dicho que el Sr. Torres Balcázar es universalmente admirado. Universalmente querido. Tiene en la mayoría los mismos afectos que en la minoría. Y en la minoría todos lo aman. La fiesta fue, pues, alegre, cordialísima y regocijada. Hubo orquesta nacional. Y hubo también orquesta del ejército. El señor ministro de guerra le envió, de este modo, recado al señor Torres Balcázar de que no se acordaba de los ataques parlamentarios de su señoría. Un recado lírico, romántico, sentimental del señor ministro de guerra. Arduas preocupaciones le costaría resolverlas. ¿Cómo podría cumplimentar al señor Torres Balcázar? ¿Cómo podría obsequiarlo? ¿Cómo podría festejarlo? Y se resolvería al fin. Le enviaría una banda de músicos. El homenaje enternecería seguramente al señor Torres Balcázar.
Pero el señor Torres Balcázar es un espíritu templadísimo y enhiesto. Y no le enternece la música. Mucho menos la música militar. Admite que quieran conquistarle el corazón con una guitarra y un yaraví, pero no admite que quiera conquistársele con bombo y platillos. El señor ministro de guerra ha confundido los métodos. Ha oído hablar de la música de las sirenas. Y ha oído hablar de que la música auspicia una simpatía y un amor. Pero no sabe que no es la música guerrera la que para tales cosas sirve. La música guerrera más bien exalta, solivianta y espolea. La música que enternece es la música de serenata. Son éstas, pequeñas equivocaciones del señor ministro de guerra, que tiene un alma marcial y vibrante como una clarinada de la escolta.
Alrededor de la música militar, se hizo en la fiesta sabroso comentario. Hubo murmuraciones. Hubo comentarios. Y, aparte del tema de la música, hubo regocijo y placidez digestiva. Hubo bocaditos. Hubo viandas criollas. Y hubo, naturalmente brindis. Galanísima y florentísima frase del señor Manzanilla. Grave y mesurada frase del señor Salazar y Oyarzábal. Agradecida y elocuente frase del señor Torres Balcázar. Y, también, frase profesional y jocunda del señor Peña Murrieta. El señor Peña Murrieta, dijo que hacían falta en el parlamento hombres como el señor Torres Balcázar, guapos, honestos, valientes, trejos, decididos.
Y, como el señor Manzanilla le acotara risueñamente:
—¡A ver, doctor: una metáfora del repertorio!
El señor Peña Murrieta tuvo esta frase entusiasta:
—¡El señor Torres Balcázar es un hombre que hace honor al sexo parlamentario!
Textual. Auténtico.
Coqueterías
El señor Balbuena, tan entusiasta y risueño hasta anteayer, pasea ahora trágico. Ha llegado el diputado propietario por el Marañón. Y el señor Balbuena no va a poder ocupar su escaño del parlamento. Disfuerzos y coqueterías del señor Durand con su leader.
Y resulta a la verdad consternador que el señor Balbuena esté ausente del parlamento. El señor Balbuena es en él imprescindible. El señor Balbuena es muy amable, muy bondadoso y muy gentil. Está educado en una escuela de genuflexiones y cumplidos que es la única compatible con los tiempos que corren. La humanidad no quiere ya hombres adustos y severos. La humanidad quiere hombres que sonrían. Y el señor Balbuena, que sonríe habitualmente, sabe también a ratos ponerse serio. Entonces grita, se congestiona, da puñadas sobre su carpeta, hace gestos teatrales. Más tarde, en los corrillos, se muere de risa de sí mismo. Es que en el escaño siente la dignidad sacerdotal de sus funciones. Y, fuera del escaño, se acuerda de que es muy limeño y muy jovial y todo lo toma a broma. Chiste. Sonrisa. Eutrapelia. Chacota, como aquí decimos.
Hoy el señor Balbuena está sombrío. Y le asiste toda la razón. Protesta. Se indisciplina. Y se hace la vaca del partido. Porque los representantes liberales tenían un conchabamiento para no concurrir al banquete al señor Torres Balcázar. Y el señor Balbuena estuvo en el banquete. Se puso altivo. Se sustrajo a las consignas. Se irguió. Y cuentan que en la puerta de La Prensa le dijeron:
—¿Viene usted doctor del banquete?
—Y que él contestó:
—Justo.
Y que le replicaron:
—¡Ah! Una noticia. A la salud de don Gregorio Durand le conviene definitivamente el clima de Lima.
Estamos locos por asistir a una postura del doctor Balbuena…
Y resulta a la verdad consternador que el señor Balbuena esté ausente del parlamento. El señor Balbuena es en él imprescindible. El señor Balbuena es muy amable, muy bondadoso y muy gentil. Está educado en una escuela de genuflexiones y cumplidos que es la única compatible con los tiempos que corren. La humanidad no quiere ya hombres adustos y severos. La humanidad quiere hombres que sonrían. Y el señor Balbuena, que sonríe habitualmente, sabe también a ratos ponerse serio. Entonces grita, se congestiona, da puñadas sobre su carpeta, hace gestos teatrales. Más tarde, en los corrillos, se muere de risa de sí mismo. Es que en el escaño siente la dignidad sacerdotal de sus funciones. Y, fuera del escaño, se acuerda de que es muy limeño y muy jovial y todo lo toma a broma. Chiste. Sonrisa. Eutrapelia. Chacota, como aquí decimos.
Hoy el señor Balbuena está sombrío. Y le asiste toda la razón. Protesta. Se indisciplina. Y se hace la vaca del partido. Porque los representantes liberales tenían un conchabamiento para no concurrir al banquete al señor Torres Balcázar. Y el señor Balbuena estuvo en el banquete. Se puso altivo. Se sustrajo a las consignas. Se irguió. Y cuentan que en la puerta de La Prensa le dijeron:
—¿Viene usted doctor del banquete?
—Y que él contestó:
—Justo.
Y que le replicaron:
—¡Ah! Una noticia. A la salud de don Gregorio Durand le conviene definitivamente el clima de Lima.
Estamos locos por asistir a una postura del doctor Balbuena…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de julio de 1916. ↩︎