1.10.. Cuarto creciente - Plagio patente - Chocolate, pastas, oporto - Derechos de Autor

  • José Carlos Mariátegui

Cuarto creciente1  

         La política pasa a ser interesante. Se ha desentumecido y corre y salta, que es un contento. La intriga se anima no solo en las sombrosas clandestinidades de los bastidores sino también en el escenario y a los ojos del público. Es un hecho que los constitucionales alborotan el cotarro como en sus mejores tiempos. Es un hecho que el general Cáceres se torna travieso igual que un chico. Es un hecho que la crisis ministerial estalla cualquiera de estos días. Acaso hoy, acaso mañana, acaso pasado. Es un hecho que la próxima renovación municipal tiene soliviantados innumerables intereses. Es un hecho que el señor Pardo está arreglando en palacio un gabinetito muy chic con muebles de Malherbe. Es un hecho que la celebridad de don Felipe Pardo y Aliaga se levanta, después de setenta años, nuevecita e ilesa.
         Ayer, el comentario callejero se hizo animado. Y se hizo también mentiroso y malévolo y temible y aleve. Las gentes decían que el señor Riva Agüero había renunciado ya. Y se refocilaban a costa de la noticia. Unas decían a modo de responso: Requiescat. Otras afirmaban haber visto en la mañana al señor Riva Agüero y haberse dado cuenta de que ya no tenía cara de ministro. No podía pues ponerse en duda la noticia. Un ministro que ya no tiene cara de tal, es porque ha dejado de serlo. Lógica criolla.
         Nosotros hablamos con el oficial mayor de relaciones exteriores. Y el señor oficial mayor de relaciones exteriores nos dijo que no tenía noticia de la renuncia. Luego el comentario público mentía. Indiscutiblemente. La palabra del señor oficial mayor de relaciones exteriores es palabra oficial y por lo tanto insospechable.
         Y las gentes, alborotadas, comentaban después esta otra noticia, igual que si fuera la de un acontecimiento sensacionalísimo:
         —¿El señor Pardo y el señor Tudela y Varela han venido juntos de Miraflores?
         —¿Juntos?
         —En el mismo carro.
         —¿Y después?
         —Después han ido a Palacio.
         —¿Juntos?
         —Juntitos. Y han conferenciado. Y se han conchabado.
         —¿Comienzan las conferencias?
         —Comienzan.
         Los liberales protestaban:
         —¡Eso no quiere decir nada! El señor Pardo conferencia con todos los políticos. Hace tres días estuvo también en Palacio el doctor Durand.
         Y las gentes comentadoras acotaban:
         —Sí. Y entró por la puerta de los Desamparados. Es como quien dice por la puerta falsa…
         Ayer estuvo en Palacio el doctor Osores. No sabemos qué cara llevaría. Seguramente risueña y cordial como es siempre la del señor Osores. El señor Pardo le miraría rencoroso. El señor Pardo le atribuye el secreto de toda la energía inusitada y gallarda del partido constitucional. Y no se la perdona. Y como no se la perdona le sale al encuentro en la cuestión de las elecciones municipales.
         Mientras tanto, los obreros también se agitan completamente soliviantados contra el señor Pardo. Están resueltos a enseñarle los puños. El señor Pardo, completamente aristócrata, sonríe y exclama despectivamente:
         —¡Huelguistas!
         Y toda la atmósfera se torna nublada y sospechosa. Hay olor de humareda. Hay aprestos militares. A la movilización han seguido los ultimátum. A los ultimátum seguirán las batallas. La política tiene cara nueva. Ha entrado en una nueva fase. Está en cuarto creciente…

Plagio patente  

         El señor Pardo comienza a imitar tímidamente los métodos del señor Leguía. Pero los imita sin estilo. Sin atrevimiento, sin modificación. Viéndolo, el señor Leguía se reiría de él a caquinos. Por pura imitación, el señor Pardo tiene una maniobra en incubación. Una maniobra tremenda, pero sin originalidad. No va a sorprender a nadie y va a hacer reír a todo el mundo. Es la suerte de todas las maniobras del señor Pardo.
         El señor Pardo quiere cisionar el partido constitucional. Quiere que los constitucionales que lo quieren, que lo admiran, que le son devotos, se enfrenten a los otros y hagan casa aparte. El señor Pardo les garantiza el éxito bajo su palabra de honor. Ha llamado al señor Canevaro, al señor Fuentes, al señor Criado y Tejada, al coronel Arias Pozo. El señor Canevaro ha dicho que es cosa grave meterse con el general Cáceres ahora que está tan belicoso y puesto en sus trece. Los demás han respondido con frases muy gentiles. Pero el señor Pardo no ceja en su empeño. Está definitivamente resuelto a cisionar a los constitucionales. Quiere dividir para gobernar. Y como es un método con patente de invención reconocida, nosotros denunciamos el plagio…

Chocolate, pastas, oporto  

         Anoche se reunieron los liberales. Fue el suyo un concilio pleno. Se realizó en el salón de actuaciones de La Prensa que es grande, suntuoso y placentero. Y presidió el concilio el señor Durand. Hubo comentario amable, íntimo, hogareño. El señor Durand tenía la cara risueña que tiene siempre para sus amigos políticos. Una cara más risueña que la del señor Balbuena.
         Se hizo debate alrededor de la iniciativa constitucional para una nueva convención. El señor Durand se ríe de ella con estrépito:
         —¡Otra convención! ¡Y otra convención de los constitucionales! ¡Y otra convención detrás de la cual anda como un fantasma el señor Osores!
         Y una voz respondía desde un rincón:
         —¡Como si nos hubiera ido muy bien en la primera!
         Y otra voz decía en otro extremo de la sala filosóficamente:
—Una vez por gusto, pasa.
         Después de los comentarios, hubo chocolate, pastas y oporto. El señor Durand presidía la cena, cual si fuese una cena pascual. Aunque es ateo, guarda aún ciertos ritos religiosos. Y dividía un bizcocho muy grande entre toda la familia liberal y hacía que todos probaran de él por igual. Era, en el reparto, patriarcalmente bondadoso.
         Y después del chocolate, la reunión fue languideciendo. Los liberales, que son todos personas apacibles y recatadas, comenzaron a bostezar con síntomas de sueño. Y sobrevino el desbande. La tertulia había sido solo una tertulia familiar. Terminó a hora temprana y discreta. Es que los liberales, son todos ciudadanos honestos que gustan de recogerse temprano y detestan la mala noche. Por eso es que el señor Silva Santisteban los va dejando solos y se va saliendo de puntitas del cercado del partido…

Derechos de Autor  

         Anoche estuvo en el teatro Colón el señor Pardo. Este dato nos lo trae nuestro repórter palatino. No le trae nuestro revistero teatral. Lo adquirimos nosotros mismos. Desde que entramos al teatro nos dimos cuenta de que había dentro un acontecimiento solemne. Y acallamos nuestros pasos. El portero nos hacía: “¡Chist!”. Y cuando pasamos cerca de él, nos agregó gravemente:
         —Adentro está el gobierno.
         Y en verdad, el señor Pardo estaba en el teatro. Había en todo él un ambiente de religiosidad y admiración. Las gentes seguían los gestos del señor Pardo. Las mujeres le miraban con sus impertinentes. Los cómicos estaban con el alma en un hilo y se aturdían. Se daban cuenta de la gravedad de interpretar una obra de un genuino burgués y peruano, escrita hace setenta y tantos años, en presencia de un nieto suyo y presidente de la república. Salían a la escena, hablaban, se movían y, en cuanto el libreto lo anotaba, se regresaban corriendo a los bastidores.
         La obra era sustanciosa y reflexiva. Tenía moraleja como las fábulas de Samaniego. Los cronistas teatrales decían que se la exhumaba. Y efectivamente olía a antigualla, a momia y a ropa legendaria. Y a naftalina y a pimienta y a alcanfor.
         El teatro estaba rebosante. Y estaba en él toda la familia Pardo. Toda la familia Barreda, todos los descendientes del genio limeño. Las gentes aplaudían y el señor don José Pardo sentía tentaciones de presentarse en la escena.
         Y al final unas gentes decían:
         —La obra se ha representado ante la familia.
         Y otras comentaban:
         —¿Quién cobrará los derechos?
         Y otras preguntaban:
         —¿Cuáles derechos?
         Y aquellas respondían:
         —Los derechos de autor del señor Pardo y Aliaga… Todo un conflicto de delicadeza para el empresario.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de julio de 1916. ↩︎