2.24. El arma del terror
- José Carlos Mariátegui
1Hoy que el hundimiento de ese moderno y portentoso leviatán que fue el “Lusitania” escribe la más espantosa tragedia marítima de esta contienda espantosa, vienen a cuento las ideas que el publicista germano Walter Bloem ha expuesto recientemente desde las columnas de “La Gaceta de Colonia” que ha sido a partir de agosto último una verdadera almáciga de noticias sensacionales y de revelaciones asombrosas.
Las ideas del escritor alemán, a las cuales han hecho referencia muchos diarios de Europa y América, despertaron, como no podía dejar de ocurrir, un sentimiento de indignada protesta, un gesto de condenación que redime a la humanidad del delito de que en su seno se haya concebido lógica tan fría y criminal como la que Walter Bloem explica y defiende.
Bloem preconiza la sistematización del terror en los países conquistados, como medio cierto de dominación. Demuestra cómo el miedo sembrado en la forma en que lo han hecho los alemanes en esas horribles resurrecciones de la barbarie que narran las páginas de sus atrocidades en Bélgica y Francia, es susceptible de método y, de este modo, adquiere una eficacia cierta, absoluta, infinita. El terror aplicado científica y calculadamente, igual que cualquier otro sistema experimental, decía este hombre que tal vez podría contarse entre la legión de profesores alemanes que se dirigieron al mundo para decirle, bajo su palabra de honor, que Alemania es un país civilizado. Que todo sería posible.
La lógica de Bloem es crispante. Con el método del terror o con el terror metódico si lo queréis mejor así, se busca no la represión de rebeldías francas o latentes, sino la asfixia, la petrificación de las rebeldías posibles, de las rebeldías por venir. Eliminar a los rebeldes reales, pero eliminar ante todo a los rebeldes probables o a los que con su muerte pueden ser escarmiento y ejemplarización.
Leed y decidme si no os crispáis:
“Hemos partido del principio de que la falta de uno solo debe expiarla la colectividad entera. Si el culpable no es descubierto, deben ser fusilados en virtud de la ley las personalidades más salientes de la población.
“Los inocentes deben pagar por los culpables. Ellos deben purgar no solo los delitos que ya se han perpetrado, sino aquellos que podrían perpetrarse en lo sucesivo. Cada vez que una aldea es presa de las llamas, cada vez que los habitantes de una comuna caen bajo nuestras balas, se tendrá en cuenta que no se trata de una venganza vulgar, sino de una simple advertencia a la parte del país que aún no ha sido ocupada”.
Así, de esta manera pavorosa, que pone frío en las arterias y parálisis en los nervios, se explica un hombre que quiere decir por qué los alemanes han procedido con crueldad y con violencia en Francia y Bélgica. Su país tan utilitario, tan positivista no podía consumar inútilmente esas atrocidades de que se le acusa. Se indigna en nombre del sentido práctico de sus connacionales. Y prefiere presentarlos así, fríos y razonadores del crimen y del terror y se encara con la humanidad entera que los ha llamado bárbaros por algo que no es más que un método científico. Podría defendérsele con el argumento de que no ha sabido ser hipócrita y ha dicho a los cuatro vientos su sentir y el de su pueblo, tal como lo interpreta, y de que es un gran gesto de sinceridad y de franqueza este de confesar tan salvajes propósitos. Será como se quiera. Pero cuando se desafía así la conciencia del mundo y se defiende una intención criminal, no cabe defensa posible.
Y es lo peor que ese hombre no habla por sí. Parece que quisiera reflejar todo el pensamiento de Alemania. Esto es lo que horroriza, esto es lo que sorprende. Y horroriza y sorprende más aún cuando tenemos, como prueba dolorosa de que el método del terror no es solo fantasía morbosa de una imaginación enfermiza y malsana, la tragedia dolorosa y cruenta que ha conmovido al mundo entero y que es en estas horas de amargos quebrantos una culminación trágica de la barbarie.
Son un día los submarinos —corsarios aleves— que disparan sus torpedos contra una nave de pasajeros, para presenciar luego el espectáculo de angustia del naufragio; son otro día las legiones invasoras que arrasan, exterminan y destruyen, marcando su paso con una huella de desolación y de muerte; es siempre el ataque cruel a las masas indefensas, cómplice en este esfuerzo de Alemania que pugna por llevar el desaliento y el terror a las nacionalidades adversarias que tienen aún el candor de pensar en las legislaciones de la guerra, en los convenios humanitarios y en la fe nacional que empeñara un signatario olvidadizo y versátil.
Y disimulando todo esto, justificándolo, defendiéndolo, la palabra de Walter Bloem que dice cómo no es una campaña irreflexiva y loca, sino una aplicación metódica de teorías y principios que tienen su fundamento en investigaciones filosóficas y en axiomas científicos.
Ya no es Von Bernhardi que adoctrina osadamente, proclamando como un reto el neoimperialismo de su “Germania” utópica. Es un frío preconizador del miedo como instrumento eficaz de dominación y de conquista, que sale al encuentro de todas las viejas pragmáticas del derecho y desafía la indignación universal.
El terror, esta nueva arma de guerra que debemos a la bondadosa ciencia alemana y que al igual de los explosivos asfixiantes, semeja un producto de laboratorio, hace su camino entre clamores de duelo y aves de muerte. El millar de víctimas de “Lusitania” es una cifra más en los cálculos de eficacia del procedimiento que escriben los sabios germanos. ¡Quién sabe cuántos de ellos firmaron sin remordimiento ese papel en que dijeron al mundo que Alemania es un país justo!…
Las ideas del escritor alemán, a las cuales han hecho referencia muchos diarios de Europa y América, despertaron, como no podía dejar de ocurrir, un sentimiento de indignada protesta, un gesto de condenación que redime a la humanidad del delito de que en su seno se haya concebido lógica tan fría y criminal como la que Walter Bloem explica y defiende.
Bloem preconiza la sistematización del terror en los países conquistados, como medio cierto de dominación. Demuestra cómo el miedo sembrado en la forma en que lo han hecho los alemanes en esas horribles resurrecciones de la barbarie que narran las páginas de sus atrocidades en Bélgica y Francia, es susceptible de método y, de este modo, adquiere una eficacia cierta, absoluta, infinita. El terror aplicado científica y calculadamente, igual que cualquier otro sistema experimental, decía este hombre que tal vez podría contarse entre la legión de profesores alemanes que se dirigieron al mundo para decirle, bajo su palabra de honor, que Alemania es un país civilizado. Que todo sería posible.
La lógica de Bloem es crispante. Con el método del terror o con el terror metódico si lo queréis mejor así, se busca no la represión de rebeldías francas o latentes, sino la asfixia, la petrificación de las rebeldías posibles, de las rebeldías por venir. Eliminar a los rebeldes reales, pero eliminar ante todo a los rebeldes probables o a los que con su muerte pueden ser escarmiento y ejemplarización.
Leed y decidme si no os crispáis:
“Hemos partido del principio de que la falta de uno solo debe expiarla la colectividad entera. Si el culpable no es descubierto, deben ser fusilados en virtud de la ley las personalidades más salientes de la población.
“Los inocentes deben pagar por los culpables. Ellos deben purgar no solo los delitos que ya se han perpetrado, sino aquellos que podrían perpetrarse en lo sucesivo. Cada vez que una aldea es presa de las llamas, cada vez que los habitantes de una comuna caen bajo nuestras balas, se tendrá en cuenta que no se trata de una venganza vulgar, sino de una simple advertencia a la parte del país que aún no ha sido ocupada”.
Así, de esta manera pavorosa, que pone frío en las arterias y parálisis en los nervios, se explica un hombre que quiere decir por qué los alemanes han procedido con crueldad y con violencia en Francia y Bélgica. Su país tan utilitario, tan positivista no podía consumar inútilmente esas atrocidades de que se le acusa. Se indigna en nombre del sentido práctico de sus connacionales. Y prefiere presentarlos así, fríos y razonadores del crimen y del terror y se encara con la humanidad entera que los ha llamado bárbaros por algo que no es más que un método científico. Podría defendérsele con el argumento de que no ha sabido ser hipócrita y ha dicho a los cuatro vientos su sentir y el de su pueblo, tal como lo interpreta, y de que es un gran gesto de sinceridad y de franqueza este de confesar tan salvajes propósitos. Será como se quiera. Pero cuando se desafía así la conciencia del mundo y se defiende una intención criminal, no cabe defensa posible.
Y es lo peor que ese hombre no habla por sí. Parece que quisiera reflejar todo el pensamiento de Alemania. Esto es lo que horroriza, esto es lo que sorprende. Y horroriza y sorprende más aún cuando tenemos, como prueba dolorosa de que el método del terror no es solo fantasía morbosa de una imaginación enfermiza y malsana, la tragedia dolorosa y cruenta que ha conmovido al mundo entero y que es en estas horas de amargos quebrantos una culminación trágica de la barbarie.
Son un día los submarinos —corsarios aleves— que disparan sus torpedos contra una nave de pasajeros, para presenciar luego el espectáculo de angustia del naufragio; son otro día las legiones invasoras que arrasan, exterminan y destruyen, marcando su paso con una huella de desolación y de muerte; es siempre el ataque cruel a las masas indefensas, cómplice en este esfuerzo de Alemania que pugna por llevar el desaliento y el terror a las nacionalidades adversarias que tienen aún el candor de pensar en las legislaciones de la guerra, en los convenios humanitarios y en la fe nacional que empeñara un signatario olvidadizo y versátil.
Y disimulando todo esto, justificándolo, defendiéndolo, la palabra de Walter Bloem que dice cómo no es una campaña irreflexiva y loca, sino una aplicación metódica de teorías y principios que tienen su fundamento en investigaciones filosóficas y en axiomas científicos.
Ya no es Von Bernhardi que adoctrina osadamente, proclamando como un reto el neoimperialismo de su “Germania” utópica. Es un frío preconizador del miedo como instrumento eficaz de dominación y de conquista, que sale al encuentro de todas las viejas pragmáticas del derecho y desafía la indignación universal.
El terror, esta nueva arma de guerra que debemos a la bondadosa ciencia alemana y que al igual de los explosivos asfixiantes, semeja un producto de laboratorio, hace su camino entre clamores de duelo y aves de muerte. El millar de víctimas de “Lusitania” es una cifra más en los cálculos de eficacia del procedimiento que escriben los sabios germanos. ¡Quién sabe cuántos de ellos firmaron sin remordimiento ese papel en que dijeron al mundo que Alemania es un país justo!…
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
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Publicado en La Prensa, Lima, 16 de mayo de 1915. ↩︎