1.7. Del momento

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hablan los telegramas de Montevideo, en los últimos días, del anuncio que hace uno de los diarios de esa capital, de que en próxima sesión de la cámara será presentado un proyecto de ley por el que se concede a las mujeres naturales del país, los mismos derechos políticos de que gozan los hombres, excepción de aquellas que estén incapacitadas por las excepciones que establece la constitución de la república.
         En el Uruguay, la última etapa de civilización y progreso se ha caracterizado por una serie de reformas, de suyo tan avanzadas que en la mayoría han constituido fenómenos en la evolución de ese pueblo, que han quedado como iniciativas aisladas, sin base en la opinión ni raíces en la naturaleza misma de la sociedad para la cual surgieron.
         No sabemos de ningún país americano, y al decir esto señalamos a todos los del continente, en el que se haya presentado un proyecto de la naturaleza del que nos da cuenta la información telegráfica y es así el Uruguay —que marca en sus anales así el Uruguay —que marca en sus anales políticos contemporáneos grandes progresos— el primero en dar paso de tanta trascendencia, no obstante, solo se trate de un proyecto. Sería necesario conocer el pensamiento, la opinión uruguaya, la verdadera opinión depurada y juiciosa, al margen de este proyecto, sobre el cual las informaciones no nos dicen nada, quizá porque no cuente con base alguna en esa misma opinión, y de allí que no podamos establecer si tal iniciativa haya de quedar como un signo meramente aislado, que es a lo que más se inclina nuestro sentir, o si ella encuentra desde ahora ambiente. En tal sentido nuestro comentario no va más allá de la noticia en sí misma.
         Un conocido sociólogo americano en publicación reciente acaba de señalar la ausencia en los países sudamericanos de todos esos problemas que, en relación directa con la mujer en un plano de colocación en igualdad con el hombre, son de latente preocupación en países de vieja civilización y circunstancias de diversa índole. En un ambiente que no la desnaturaliza, ha pretendido —felizmente para ella misma—, ir hacia el “sufragismo” en la concreta significación política que este tiene, y que dicho sea de paso con su cortejo de violencia hace la desesperación de los habitantes de Inglaterra.          La otorgación de iguales derechos a la mujer, a que se refiere la noticia motivo de este comentario, aparece hasta ahora como una dádiva generosa de algún legislador fácil a idealismos insólitos, quien ni siquiera ha soñado en exigirla, a esa misma mujer uruguaya que posiblemente en vez de sentirla en sus manos y de haber experimentado el fugitivo encanto de la novedad, siente el pesar de las cosas inútiles. Porque si hay mucho que resolver en materia legislativa respecto a la mujer en nuestros países, no vislumbramos qué van a hacer las hijas de la tierra de Artigas, Zorrilla de San Martín y Rodó, de justa fama adorables y espirituales, con un catálogo de derechos políticos entre el encanto de su necessaire femenino. No. Posiblemente sean ellas las primeras en resentirse de una concesión que va a desvirtuar su excepcional naturaleza, que quiere hacer que no sean más que lo que deben únicamente ser: mujeres; para llevarlas al campo de esta política en que los hombres, menos duros y más selectos, sienten siempre un dejo de cansancio con un poco de repugnancia.
         A una comisión de sufragistas inglesas que vio al jefe del gabinete Mr. Asquith, este propuso designar un condado para que se hiciese experimentos de lo que sería un régimen político en que las mujeres gozaran de iguales derechos que los hombres. Ni la comisión aceptó, ni ningún hombre de buen sentido en Inglaterra dejó de protestar… Ciertamente que, si no supiéramos que iniciativas de su género no son extrañas en Uruguay, donde a la intensidad y profundidad de severos pensadores y hábiles políticos suele mezclarse cierto esnobismo y cierta curiosidad de ensayo, pensaríamos que el proyecto que origina este comentario encerraría acaso una ironía…

JUAN CRONIQUEUR


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 4 de agosto de 1914. ↩︎