1.2. El fin de una poetisa
- José Carlos Mariátegui
1Terriblemente conmovedor y doloroso es el suceso que nos dice hoy el cable. Ha sido un drama intenso, un drama triste, de aquellos que solo pueden ser concebidos por imaginaciones apasionadas y violentas, y que reviven pasados tiempos de romanticismos y de fiereza.
Envuelta en un ropaje de tragedia, ha muerto Delmira Agustini, la joven y brillante intelectual uruguaya, cuyo nombre traspasara los estrechos límites de la nacionalidad. Fue Delmira Agustini, una poetisa llena de sentimiento y robusta de inspiración. Con María Eugenia Vaz Ferreyra, aquella otra mujer excepcional y talentosa, compartía la admiración que suscitaran en su país y fuera de él los más elevados exponentes de la intelectualidad femenina.
A los 18 años era ya una triunfadora. En las revistas y periódicos se había revelado como poetisa sentimental y soñadora y se abrió para Delmira Agustini, una senda prometedora y venturosa. Nada le dijera que el destino acechaba traidoramente en ella.
Hermosa y juvenil, talentosa y buena, se rindieron a sus pies muchos y muy fervientes admiradores, enamorados de su bondad y su belleza muchos, de su gracia e inteligencia todos. Y de entre ellos hubo uno que mereciera el don de su mano blanca y fina. ¿Fue acaso el escogido, el esperado que fingiera en sus ensueños de amor y de vida?
Pero, para la poetisa, todo sentimiento y toda imaginación, no bastaban la dicha y el regalo del vivir hogareño. Su espíritu inquieto y raro ansiaba quizás distinta recompensa. Buscaba, quién sabe, que la vida se le brindara en toda su emoción y en toda su violencia, como no era posible en la vulgar, apacible y monótona tranquilidad de su hogar. Y tras un incidente cualquiera vino el divorcio, la separación definitiva entre la poetisa y su esposo, demasiado vulgar, demasiado bueno o demasiado enamorado, que todo ello sería defecto igual.
El espíritu de Delmira Agustini no encontró en su libertad la satisfacción buscada. En el torbellino de su labor intelectual buscó un aturdimiento para la nostalgia de lo ido. En la senda florecida y misteriosa de su vida, estaba ausente el amor, que en distinto camino la reclamaba anhelante. Y fue este un torcedor angustioso y terrible en la vida de la poetisa sentimental y joven.
En un día cualquiera, el hastío doloroso de esta vida sin razón y sin recompensa reclamó con exigencia imperiosa un remedio definitivo, un término que ha llegado con el tremendo drama que nos cuenta el cable. Delmira buscó otra vez al esposo, al amado de otros días que tantas lozanas primaveras de vida inspirara, pero no para revivir la pasada tranquilidad de su nido de amor, sino para encontrar en sus brazos el final violento que anhelaba febrilmente su espíritu inquieto. Y la poetisa y su esposo se inclinaron reverentes al caprichoso querer del destino y le hicieron la ofrenda de sus vidas en flor, junta y voluntariamente.
Así ha terminado la historia breve y sentida de esta mujer excepcional. Ayer no más naciera a la vida y germinó desde ese instante en su espíritu un ansia invencible de sentirla en toda su intensidad y en toda su fuerza. En sus rimas palpitaba el anhelo de cosas intangibles y soñadas. Decían una melancolía abrumadora y una desesperanza que aqueja a todos los que sienten y comprenden la miseria dolorosa de la vida.
Al pensar en este drama, rugiente de pasión, tremendo de dolor, cabe preguntarse si no fue una equivocación del destino, dotar a Delmira Agustini de una sensibilidad tan exquisita y de una imaginación tan grande. Y puede agregarse que mejor le hubiera estado nacer sencilla, humilde, y pobre de espíritu. Así habría cifrado sus expectativas para el porvenir en casarse bien y regalarse mejor y habría encerrado sus anhelos de dicha en los límites estrechos de un hogar dulce y tranquilo, alegrado solo por el alborotador bullicio de unos cuantos chiquillos y los trinos de un canario enjaulado.
Envuelta en un ropaje de tragedia, ha muerto Delmira Agustini, la joven y brillante intelectual uruguaya, cuyo nombre traspasara los estrechos límites de la nacionalidad. Fue Delmira Agustini, una poetisa llena de sentimiento y robusta de inspiración. Con María Eugenia Vaz Ferreyra, aquella otra mujer excepcional y talentosa, compartía la admiración que suscitaran en su país y fuera de él los más elevados exponentes de la intelectualidad femenina.
A los 18 años era ya una triunfadora. En las revistas y periódicos se había revelado como poetisa sentimental y soñadora y se abrió para Delmira Agustini, una senda prometedora y venturosa. Nada le dijera que el destino acechaba traidoramente en ella.
Hermosa y juvenil, talentosa y buena, se rindieron a sus pies muchos y muy fervientes admiradores, enamorados de su bondad y su belleza muchos, de su gracia e inteligencia todos. Y de entre ellos hubo uno que mereciera el don de su mano blanca y fina. ¿Fue acaso el escogido, el esperado que fingiera en sus ensueños de amor y de vida?
Pero, para la poetisa, todo sentimiento y toda imaginación, no bastaban la dicha y el regalo del vivir hogareño. Su espíritu inquieto y raro ansiaba quizás distinta recompensa. Buscaba, quién sabe, que la vida se le brindara en toda su emoción y en toda su violencia, como no era posible en la vulgar, apacible y monótona tranquilidad de su hogar. Y tras un incidente cualquiera vino el divorcio, la separación definitiva entre la poetisa y su esposo, demasiado vulgar, demasiado bueno o demasiado enamorado, que todo ello sería defecto igual.
El espíritu de Delmira Agustini no encontró en su libertad la satisfacción buscada. En el torbellino de su labor intelectual buscó un aturdimiento para la nostalgia de lo ido. En la senda florecida y misteriosa de su vida, estaba ausente el amor, que en distinto camino la reclamaba anhelante. Y fue este un torcedor angustioso y terrible en la vida de la poetisa sentimental y joven.
En un día cualquiera, el hastío doloroso de esta vida sin razón y sin recompensa reclamó con exigencia imperiosa un remedio definitivo, un término que ha llegado con el tremendo drama que nos cuenta el cable. Delmira buscó otra vez al esposo, al amado de otros días que tantas lozanas primaveras de vida inspirara, pero no para revivir la pasada tranquilidad de su nido de amor, sino para encontrar en sus brazos el final violento que anhelaba febrilmente su espíritu inquieto. Y la poetisa y su esposo se inclinaron reverentes al caprichoso querer del destino y le hicieron la ofrenda de sus vidas en flor, junta y voluntariamente.
Así ha terminado la historia breve y sentida de esta mujer excepcional. Ayer no más naciera a la vida y germinó desde ese instante en su espíritu un ansia invencible de sentirla en toda su intensidad y en toda su fuerza. En sus rimas palpitaba el anhelo de cosas intangibles y soñadas. Decían una melancolía abrumadora y una desesperanza que aqueja a todos los que sienten y comprenden la miseria dolorosa de la vida.
Al pensar en este drama, rugiente de pasión, tremendo de dolor, cabe preguntarse si no fue una equivocación del destino, dotar a Delmira Agustini de una sensibilidad tan exquisita y de una imaginación tan grande. Y puede agregarse que mejor le hubiera estado nacer sencilla, humilde, y pobre de espíritu. Así habría cifrado sus expectativas para el porvenir en casarse bien y regalarse mejor y habría encerrado sus anhelos de dicha en los límites estrechos de un hogar dulce y tranquilo, alegrado solo por el alborotador bullicio de unos cuantos chiquillos y los trinos de un canario enjaulado.
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
-
Publicado en La Prensa, Lima, 9 de julio de 1914.
Y en las Páginas Literarias, seleccionadas por Edmundo Cornejo Ubillús, Lima, 1955, pp. 94-97. ↩︎
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