3.1. Sicología del jacquet
- José Carlos Mariátegui
1El jacquet es una prenda esencial en la vida moderna. Comete un sacrilegio el Diccionario al no considerarlo en sus páginas. Verdad que hubiera sido difícil la definición de una prenda tan universal. Para un joven que gana cincuenta y cuatro soles en un Ministerio o que vive de las propinas de papá un jacquet es indispensable. ¡Qué sería de la juventud limeña sin esta prenda salvadora! ¡Desgraciada juventud!
Aunque su nombre no lo parezca el jacquet es una prenda peruana por excelencia. Sin la etiqueta extremada de la levita, ni la vulgaridad de la americana, se conserva en un discreto término medio, que como ustedes saben es la característica de nuestra raza.
Su origen no peca de modesto. Como se comprenderá un jacquet sin antecedentes, un jacquet así nomás no es aceptable. Un jacquet salido de la nada sería la afirmación de la teoría de la generación espontánea. Por eso, todo jacquet que se estima tiene su antecesor en el de papá o en el del hermano mayor. Esto se llama un privilegio de familia. En ello se parecen los jacquets a las películas de cinema. Se estrenan varias veces con distintos nombres. Y siempre con éxito.
El jacquet no viene solo. Así como los presidentes van siempre con escolta y se hacen tocar el Himno Nacional por donde van, el jacquet trae sus cortesanos. El día del estreno coincide con el de una matiné con mucha música y muchas flores. Junto con el vestido maravilloso luce el pollito que lo lleva, flamantes escarpines, botas de charol, pantalón, chaleco y corbatas de una gran fantasía y un soberbio tarro lustroso. Con todo el lustre de la familia encima.
La edad del neófito debe ser según los códigos de la elegancia de diecisiete a diecinueve años. Hay, sin embargo, quienes lo usan desde los quince alternando con el mandil de colegial (Dicen que en la variedad está el gusto). El jacquet es para los jóvenes lo que el traje largo para las niñas. Pero están en razón inversa. Porque antes las niñas se bajaban el traje a los quince años y el jacquet era para los pollos privilegio a los veinticinco.
Ahora las niñas no se bajan el traje ni a los cincuenta y dos y el jacquet amenaza extenderse hasta los que visten de marinero. La estadística sastril anuncia que pronto no se harán en Lima, sino jacquets.
Y no es por frivolidad que hablamos de esta pieza de vestir. El jacquet es una prenda utilísima, un factor educador en la vida de un pueblo. Vas a verlo demostrado.
Un joven que tiene jacquet cambia completamente de vida y de carácter. Adquiere cualidades excepcionales, superiores a su edad. Pero de pronto se vuelve respetuoso admirador del pasado y de los hombres que le precedieron en la vida, y no deja de concurrir a ningún entierro o demostración de simpatía póstuma con su severa vestimenta. Adquiere hábitos de sociabilidad y de cortesanía. No dejará de concurrir al recibo de las señoritas X que frisan en los cincuenta ni a las recepciones diplomáticas del Nuncio Apostólico. El jacquet comunica también el sentimiento de respeto y sumisión a la autoridad. Un joven que lo posee acudirá ceremonioso y almibarado al besamanos de Palacio en 28 de julio y en año nuevo y visitará cortésmente a la señora del ministro en el día de su cumpleaños. Irá a las carreras de gala y a las fiestas de caridad. E irá a estas, aunque, para ello, tenga que empeñar los gemelos o la próxima quincena. El jacquet lleva la caridad hasta el extremo simpático y generoso de la abnegación. Y, por último, —privilegio bendito de los que lo usan— el jacquet dispone favorablemente a las niñas. Un jacquet estrenado a tiempo impide unas calabazas. ¡De todo lo que se priva el que no tiene la felicidad de poseer este precioso talismán!
No utilizar estas cualidades del jacquet en bien de la nacionalidad es una falta imperdonable en nuestros gobiernos. Nosotros, dueños del poder, decretábamos al jacquet vestido de uso obligatorio en los empleados públicos. Qué paz, qué orden y qué armonía reinarían en las oficinas del Estado y en toda la República. El respeto a la autoridad, la amabilidad, la lealtad y el patriotismo reinarían por doquier. Sería un recurso natural como el petróleo y el salitre que explotado daría felicidad y bienestar a la República. Con qué ganas nos reiríamos entonces de todas las repúblicas del “señor Platón”.
Decididamente mañana nos vamos a mandar a confeccionar un jacquet en vez del terno verde claro que pensábamos hacernos para lucir en esta temporada. Es un deber de patriotismo.
Aunque su nombre no lo parezca el jacquet es una prenda peruana por excelencia. Sin la etiqueta extremada de la levita, ni la vulgaridad de la americana, se conserva en un discreto término medio, que como ustedes saben es la característica de nuestra raza.
Su origen no peca de modesto. Como se comprenderá un jacquet sin antecedentes, un jacquet así nomás no es aceptable. Un jacquet salido de la nada sería la afirmación de la teoría de la generación espontánea. Por eso, todo jacquet que se estima tiene su antecesor en el de papá o en el del hermano mayor. Esto se llama un privilegio de familia. En ello se parecen los jacquets a las películas de cinema. Se estrenan varias veces con distintos nombres. Y siempre con éxito.
El jacquet no viene solo. Así como los presidentes van siempre con escolta y se hacen tocar el Himno Nacional por donde van, el jacquet trae sus cortesanos. El día del estreno coincide con el de una matiné con mucha música y muchas flores. Junto con el vestido maravilloso luce el pollito que lo lleva, flamantes escarpines, botas de charol, pantalón, chaleco y corbatas de una gran fantasía y un soberbio tarro lustroso. Con todo el lustre de la familia encima.
La edad del neófito debe ser según los códigos de la elegancia de diecisiete a diecinueve años. Hay, sin embargo, quienes lo usan desde los quince alternando con el mandil de colegial (Dicen que en la variedad está el gusto). El jacquet es para los jóvenes lo que el traje largo para las niñas. Pero están en razón inversa. Porque antes las niñas se bajaban el traje a los quince años y el jacquet era para los pollos privilegio a los veinticinco.
Ahora las niñas no se bajan el traje ni a los cincuenta y dos y el jacquet amenaza extenderse hasta los que visten de marinero. La estadística sastril anuncia que pronto no se harán en Lima, sino jacquets.
Y no es por frivolidad que hablamos de esta pieza de vestir. El jacquet es una prenda utilísima, un factor educador en la vida de un pueblo. Vas a verlo demostrado.
Un joven que tiene jacquet cambia completamente de vida y de carácter. Adquiere cualidades excepcionales, superiores a su edad. Pero de pronto se vuelve respetuoso admirador del pasado y de los hombres que le precedieron en la vida, y no deja de concurrir a ningún entierro o demostración de simpatía póstuma con su severa vestimenta. Adquiere hábitos de sociabilidad y de cortesanía. No dejará de concurrir al recibo de las señoritas X que frisan en los cincuenta ni a las recepciones diplomáticas del Nuncio Apostólico. El jacquet comunica también el sentimiento de respeto y sumisión a la autoridad. Un joven que lo posee acudirá ceremonioso y almibarado al besamanos de Palacio en 28 de julio y en año nuevo y visitará cortésmente a la señora del ministro en el día de su cumpleaños. Irá a las carreras de gala y a las fiestas de caridad. E irá a estas, aunque, para ello, tenga que empeñar los gemelos o la próxima quincena. El jacquet lleva la caridad hasta el extremo simpático y generoso de la abnegación. Y, por último, —privilegio bendito de los que lo usan— el jacquet dispone favorablemente a las niñas. Un jacquet estrenado a tiempo impide unas calabazas. ¡De todo lo que se priva el que no tiene la felicidad de poseer este precioso talismán!
No utilizar estas cualidades del jacquet en bien de la nacionalidad es una falta imperdonable en nuestros gobiernos. Nosotros, dueños del poder, decretábamos al jacquet vestido de uso obligatorio en los empleados públicos. Qué paz, qué orden y qué armonía reinarían en las oficinas del Estado y en toda la República. El respeto a la autoridad, la amabilidad, la lealtad y el patriotismo reinarían por doquier. Sería un recurso natural como el petróleo y el salitre que explotado daría felicidad y bienestar a la República. Con qué ganas nos reiríamos entonces de todas las repúblicas del “señor Platón”.
Decididamente mañana nos vamos a mandar a confeccionar un jacquet en vez del terno verde claro que pensábamos hacernos para lucir en esta temporada. Es un deber de patriotismo.
JACK
Referencias
-
Publicado en Alma Latina, Nº 14, pp. 15-16, Lima, 4 de febrero de 1916. ↩︎
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