1.5. Los andarines

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Los andarines llegados a Lima recientemente se marchan prosiguiendo sus grandes caminatas, tras larga estadía, reparadora de las fatigas de viaje, en esta ciudad.
         Nos parece que debe ser para estos andarines, bastante penoso, tener que reanudar el viaje, después de prolongado descanso. Una ciudad que les brinda su protección y hospitalidad debe ser para ellos, algo así como un oasis en el desierto interminable que, con fuerza de voluntad sobrehumana, recorren.
         Por eso, sin duda, solo abandonan los centros poblados, cuando la tiranía terrible del plazo que para su marcha tienen determinado se lo exige con imperiosidad cruel. Entonces, cogen su morral y recomienzan el viaje interrumpido, llevando solo apuntes nuevos en el imprescindible y pesado libro de notas.
         ¡Pobres andarines! Las gentes los ven llegar y partir sin que su suerte les importe. Algunos, los que comprendemos la grandeza de su peregrinación, los creemos dignos de interés. Su paso interrumpe la indiferencia con que vemos pasar todas las cosas. Muchos de esos andarines son hombres derrotados en la lucha de la vida, que encuentran en el viaje, una forma de suicidarse o de enriquecerse de un golpe, pero no faltan entre ellos espíritus aventureros que se lanzan en pos de lo desconocido, por placer o por espíritu. Y son estos peregrinos, caballeros armados del ideal, los que merecen toda nuestra admiración. Nuevos Quijotes abandonaron el terruño y marchan, de pueblo en pueblo, sin rocín y sin escudero.
         No siempre los andarines, que a los peligros en su viaje escapan, tienen suerte al final de una jornada. Una enfermedad imprevista, cualquier demora, les arrebata la recompensa ofrecida —si por ella viajan— y terminan su marcha con una desilusión terrible, abrumadora. Recordamos haber conocido un andarín francés, que llegó a París después de recorrer el mundo, cuando hacía veinticinco horas que se había cumplido el plazo fijado para el término de su viaje. Este globe-trotter, no se desanimó por este fracaso, y comenzó una nueva caminata a través de todos los continentes.
         A Lima llegaron últimamente, y casi uno tras otro, tres andarines. Fue el primero de ellos, Galdo Madrigal, de nacionalidad peruana, que ha dado la vuelta al mundo, obteniendo título de campeón. Vino después Armand Ory, joven estudiante francés, corresponsal viajero de Le Matin. Había partido de San Petersburgo y reccorido Europa, África y el sur de América. Poseía un libro de autógrafos, como pocos hemos visto, por lo completo y ordenado.
         Por último, llegó Humberto Peyronel, argentino, de peluca extraña y desmesuradamente larga. Aunque sus viajes se habían reducido a través de la Argentina, Chile, Bolivia y el sur del Perú, parecía el más resistente y el más fuerte de los tres globe-trotters. El más andarín. Aseguraba ser campeón de reputación inmejorable, conocido con el nombre de El velox.
         Seguramente, no debe haber sido modesto en su autoelogio, pero tampoco habrá pecado de exagerado. Así nos parece, por la gran caminata de resistencia que efectuó el sábado en el velódromo. En apuesta con Mitchell, el boxeador recorrió 20 millas, dio 29 vueltas a la pista. Mitchell solo llegó a dar 27 vueltas en el mismo tiempo empleado por Peyronel. Esta marcha la hicieron a paso gimnástico. Antes había probado el andarín argentino la fortaleza de sus piernas, con una marcha de Ancón a Lima en cuatro horas con diez minutos.
         Nuestro compatriota Madrigal debió salir ayer en viaje al norte junto con Peyronel, pero ha recibido orden del Sport Club de Buenos Aires, del que es representante, para dirigirse a esa ciudad.
         Madrigal supone que esta llamada es para que tome parte en algún campeonato.
         Será el último de los tres andarines que abandone esta tierra.
         Los tres van en distintas direcciones, armados solo de una voluntad invencible.
         Tal vez alguno de ellos pierda la vida en el camino y deje su cadáver olvidado en un vericueto de la tortuosa senda…

Juan Croniqueur

Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 1 de mayo de 1912. ↩︎