7.20.. Veintiocho de julio
- José Carlos Mariátegui
1Este veintiocho de julio es, más o menos, igual a todos los veintiochos de julio de la historia patria. Hay, lo mismo que siempre, castillos de fuegos artificiales, “mesitas” de vivanderas y retretas militares en las plazas públicas; iluminación, trajín y bullicio en las calles y en los paseos centrales; entusiasmos alcohólico y democrático en los bares y en las cantinas; aldeanos pórticos de sauce; cadenetas y farolitos chinos en las tabernas populares; pirotecnia estrepitosa en el cielo y en la tierra; alborozo ingenuo en los viejos, en los adultos, en los adolescentes y en los niños. Hay lo mismo que en nochebuena, música y alboroto.
Sin embargo, se siente que a este veintiocho le falta algo. Algo que ha sido esencial, sustantivo y primario en todos los veintiochos de julio de nuestra vida. Algo que ha constituido siempre la nota más solemne y ceremoniosa del aniversario nacional. A este veintiocho de julio le falta la instalación de Congreso.
Va ser este un veintiocho de julio sin Congreso. Va a ser, por ende, un veintiocho de julio sin mensaje presidencial. Va a ser un veintiocho de julio sin desfile militar vespertino. Va a ser un veintiocho de julio sin muchedumbres en la plaza de la Inquisición.
Este veintiocho tiene que parecernos, por consiguiente, un veintiocho incompleto.
Nos habíamos acostumbrado a que en el programa de las fiestas patrias figurase, invariablemente, un número político: la primera jornada parlamentaria. Elaboración de las “mesas” de las Cámaras. Cómputo de la mayoría y la minoría. Sesión de inauguración de la temporada legislativa. Mensaje del presidente de la República. Aplausos, comentarios, murmuraciones, polémicas.
No nos importaba que el mensaje del presidente de la República no contuviese jamás novedad alguna. No nos importaba. Sabíamos de antemano que el mensaje era, inevitablemente, un documento vulgar, rutinario, gaseoso, huachafo, vacío y lamentable. Sin embargo, nos gustaba aguardarlo. Y nos gustaba, sobre todo, glosarlo con apostillas malévolas. Experimentábamos cierta voluptuosidad especial en comprobar, escuchándolo en el Congreso o leyéndolo en los periódicos, la insustancialidad y la garrulería orgánicas de nuestros gobernantes. El mensaje era un motivo para hablar mal del presidente.
Notamos, por eso, que a este veintiocho de julio le falta algo.
Todo se asemeja a los veintiochos de julio antecedentes: los castillos, los cohetes, las cadenetas, los quitasueños. Los borrachos, la chicha, los tamales, los “picarones”. Todo, absolutamente todo. Pero siempre le falta algo. Algo que no pueden sustituir las bombardas japonesas, ni la Nochebuena de la Plaza Zela. Ni ninguna invención del criollismo.
Ni el señor Cornejo que, delirante e inflamado, se encarama sobre un carro alegórico para arengarnos en el nombre de la patria nueva, de la reforma constitucional y de la revolución del cuatro de julio.
Y del mesiánico señor Leguía.
Sin embargo, se siente que a este veintiocho le falta algo. Algo que ha sido esencial, sustantivo y primario en todos los veintiochos de julio de nuestra vida. Algo que ha constituido siempre la nota más solemne y ceremoniosa del aniversario nacional. A este veintiocho de julio le falta la instalación de Congreso.
Va ser este un veintiocho de julio sin Congreso. Va a ser, por ende, un veintiocho de julio sin mensaje presidencial. Va a ser un veintiocho de julio sin desfile militar vespertino. Va a ser un veintiocho de julio sin muchedumbres en la plaza de la Inquisición.
Este veintiocho tiene que parecernos, por consiguiente, un veintiocho incompleto.
Nos habíamos acostumbrado a que en el programa de las fiestas patrias figurase, invariablemente, un número político: la primera jornada parlamentaria. Elaboración de las “mesas” de las Cámaras. Cómputo de la mayoría y la minoría. Sesión de inauguración de la temporada legislativa. Mensaje del presidente de la República. Aplausos, comentarios, murmuraciones, polémicas.
No nos importaba que el mensaje del presidente de la República no contuviese jamás novedad alguna. No nos importaba. Sabíamos de antemano que el mensaje era, inevitablemente, un documento vulgar, rutinario, gaseoso, huachafo, vacío y lamentable. Sin embargo, nos gustaba aguardarlo. Y nos gustaba, sobre todo, glosarlo con apostillas malévolas. Experimentábamos cierta voluptuosidad especial en comprobar, escuchándolo en el Congreso o leyéndolo en los periódicos, la insustancialidad y la garrulería orgánicas de nuestros gobernantes. El mensaje era un motivo para hablar mal del presidente.
Notamos, por eso, que a este veintiocho de julio le falta algo.
Todo se asemeja a los veintiochos de julio antecedentes: los castillos, los cohetes, las cadenetas, los quitasueños. Los borrachos, la chicha, los tamales, los “picarones”. Todo, absolutamente todo. Pero siempre le falta algo. Algo que no pueden sustituir las bombardas japonesas, ni la Nochebuena de la Plaza Zela. Ni ninguna invención del criollismo.
Ni el señor Cornejo que, delirante e inflamado, se encarama sobre un carro alegórico para arengarnos en el nombre de la patria nueva, de la reforma constitucional y de la revolución del cuatro de julio.
Y del mesiánico señor Leguía.
Referencias
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Publicado en la La Razón, Nº 71, Lima, 28 de julio de 1919. ↩︎