7.19. Cuatro ases

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Las candidaturas nacionales acaparan el comentario metropolitano. No en balde son las candidaturas de cuatro personajes dueños, respectivamente, de un extenso radio de influencia. No en balde son las candidaturas de cuatro conspicuos catedráticos de la Universidad. No en balde son las candidaturas de cuatro ciudadanos representativos y eminentes.
         No aguardaban las gentes que aparecieran en el ruedo cuatro candidaturas de tanto trapío. Creían que en la capital iba a ocurrir lo mismo que en la mayoría de las provincias. La “ubicación” de cuatro candidatos de brevete leguiísta. Y que, por consiguiente, no iba a haber lucha ni contradicción, ni disputa.
         Y era lógico. Se sabía que ningún personaje de primera fila, ninguno de esos personajes que por su posición no pertenecen a ningún sector partidarista, se animaba a echarse a la calle en demanda de los sufragios de la ciudad. Y se sabía muchas otras cosas.
         Pero, en cambio, no se pensaba siquiera en la posibilidad de que, si no se lanzaba voluntariamente ninguno de esos personajes, los lanzasen de hecho quienes consideran necesaria su presencia en el Parlamento. Y quienes consideran que la capital debe ser representada por ellos. Pensar en esta posibilidad hubiera sido pensar en la existencia de opinión pública. Y, como es sabido, nadie piensa seriamente en que aquí exista opinión pública, aunque en nombre de la opinión pública hablen cotidianamente, sin excepción alguna, todos nuestros partidos, todos nuestros políticos y todos nuestros grupos.
         Que se presenten estas cuatro candidaturas ha sido, pues, una sorpresa para la ciudad. Y mayor sorpresa aún ha sido que se presenten auspiciadas por un movimiento absolutamente espontáneo. No estamos acostumbrados a que los electores busquen sus candidatos. Estamos acostumbrados, por el contrario, a que los candidatos busquen sus electores.
         Naturalmente todos convienen en que se trata de cuatro candidaturas excelentes.
         —¡Manzanilla! ¡Maúrtua! ¡Miró Quesada! ¡Olaechea! —exclaman las gentes— ¡Olaechea! ¡Miró Quesada! ¡Maúrtua! ¡Manzanilla!
         Solo algunos leguiístas netos, algunos leguiístas que sienten religiosamente su leguiísmo, sonríen con hostilidad. No niegan la bondad de las cuatro candidaturas. Su leguiísmo no llega a tanto. Pero les niegan oportunidad. Según ellos la hora es leguiísta, esencialmente leguiísta, esencialmente leguiísta. Y dentro de ella no caben sino candidaturas leguiístas.
         El señor Cornejo, por supuesto, no participa de esta opinión:
         —¡Es necesario que todos los hombres de valer entren al parlamento! —dice el tribuno— ¡Yo he sido el primero en indicárselo al pueblo!
         Mas los leguiístas netos siguen moviendo la cabeza:
         —¿Manzanilla? ¿Maúrtua? ¿Miró Quesada? ¿Olaechea? ¡Tienen, efectivamente, mucho talento! ¡Y tienen, efectivamente, mucha cultura! ¿Pero acaso han actuado en el golpe del cuatro de julio? ¿Acaso han contribuido a echar las bases de la patria nueva? ¿Acaso han acompañado al coronel Álvarez en la toma de Palacio? ¿Acaso han felicitado al señor Cornejo? ¿Acaso han reconocido en el señor Leguía a un hombre presidencial, mesiánico y predestinado?
         Y, desorientados, interrogan con la mirada al señor Leguía.


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 70, Lima, 27 de julio de 1919. ↩︎