7.17. Viaje a la sierra
- José Carlos Mariátegui
1El señor Curletti, secretario del partido liberal, emprende hoy viaje a Huánuco. Es candidato del partido liberal a la senaduría por ese departamento. A la única senaduría que le han dejado a ese departamento los decretos del gobierno provisorio. Y naturalmente, es candidato unipersonal. Lo auspicia su partido. Lo tolera el régimen. Lo quiere todo el mundo.
Huánuco ha resuelto entregar su senaduría al señor Curletti casi sin conocerlo. Esa senaduría no podía ser para el señor don Juan Durand, porque el señor don Juan Durand desea correr la misma suerte que la mayoría del Congreso. No podía ser para el señor Flórez, porque el señor Flórez desea correr la misma suerte que el señor don Juan Durand. No podía ser para el señor Lanatta, porque el señor Lanatta desea correr, por lo menos en Huánuco, la misma suerte que el señor Durand y el señor Flórez. Huánuco tenía que buscar otro senador. Y tenía que buscarlo, por supuesto, en el partido liberal. Huánuco es liberal esencialmente. Y no le parece concebible un senador de otro partido.
Una semana se ha pasado Huánuco buscando en la directiva del partido liberal un candidato oportuno. Ha puesto sucesivamente la mirada en casi todos los miembros de la directiva. Y ha encontrado en el señor Curletti, no solo un candidato oportuno, sino también un candidato ideal. Para representar a Huánuco en el senado próximo, el señor Curletti posee el título permanente de ser liberal, el título ocasional de ser amigo del señor Leguía y el título sustantivo de ser fidelísimo partidario del doctor Durand.
Además, la fama del señor Curletti había llegado a Huánuco desde hace mucho tiempo. Han sido portadores espontáneos y sistemáticos de ella todos los viajeros del partido liberal. Desde el doctor Durand hasta el señor Aníbal Maúrtua. Desde el señor Pinzás hasta el doctor Badham. Todos, absolutamente todos. Todos han hecho en Huánuco recuerdo amistoso y cotidiano del señor Curletti y de sus muchas excelencias, virtudes, blasones y gracias.
El señor Curletti, por consiguiente, podría ser elegido senador por Huánuco sin visitar ese tramontano y jacobino departamento del yute, la coca y el café. Sin que él atravesase la cordillera, amenazado por las aviesas asechanzas del soroche, los pueblos de Huánuco podrían expedirle, entusiastas y contentos, las credenciales respectivas. Pero el señor Curletti no se conforma con que sus electores lo conozcan de nombre. Quiere que lo conozcan personalmente. No se conforma con que lo admiren. Quiere que lo amen.
Y, por esto, se marcha a Huánuco.
La izquierda del partido liberal, la izquierda revolucionaria, la izquierda adicta a la reforma, se queda, pues, sin leader. Se queda sin portavoz. Se queda sin paladín. A menos que —como el señor Pinzás nos dice— el señor Curletti se la lleve a Huánuco. Que se la llevará seguramente. Porque —esto nos lo dice también el señor Pinzás— la izquierda del partido liberal está formada solo por el señor Curletti.
Huánuco ha resuelto entregar su senaduría al señor Curletti casi sin conocerlo. Esa senaduría no podía ser para el señor don Juan Durand, porque el señor don Juan Durand desea correr la misma suerte que la mayoría del Congreso. No podía ser para el señor Flórez, porque el señor Flórez desea correr la misma suerte que el señor don Juan Durand. No podía ser para el señor Lanatta, porque el señor Lanatta desea correr, por lo menos en Huánuco, la misma suerte que el señor Durand y el señor Flórez. Huánuco tenía que buscar otro senador. Y tenía que buscarlo, por supuesto, en el partido liberal. Huánuco es liberal esencialmente. Y no le parece concebible un senador de otro partido.
Una semana se ha pasado Huánuco buscando en la directiva del partido liberal un candidato oportuno. Ha puesto sucesivamente la mirada en casi todos los miembros de la directiva. Y ha encontrado en el señor Curletti, no solo un candidato oportuno, sino también un candidato ideal. Para representar a Huánuco en el senado próximo, el señor Curletti posee el título permanente de ser liberal, el título ocasional de ser amigo del señor Leguía y el título sustantivo de ser fidelísimo partidario del doctor Durand.
Además, la fama del señor Curletti había llegado a Huánuco desde hace mucho tiempo. Han sido portadores espontáneos y sistemáticos de ella todos los viajeros del partido liberal. Desde el doctor Durand hasta el señor Aníbal Maúrtua. Desde el señor Pinzás hasta el doctor Badham. Todos, absolutamente todos. Todos han hecho en Huánuco recuerdo amistoso y cotidiano del señor Curletti y de sus muchas excelencias, virtudes, blasones y gracias.
El señor Curletti, por consiguiente, podría ser elegido senador por Huánuco sin visitar ese tramontano y jacobino departamento del yute, la coca y el café. Sin que él atravesase la cordillera, amenazado por las aviesas asechanzas del soroche, los pueblos de Huánuco podrían expedirle, entusiastas y contentos, las credenciales respectivas. Pero el señor Curletti no se conforma con que sus electores lo conozcan de nombre. Quiere que lo conozcan personalmente. No se conforma con que lo admiren. Quiere que lo amen.
Y, por esto, se marcha a Huánuco.
La izquierda del partido liberal, la izquierda revolucionaria, la izquierda adicta a la reforma, se queda, pues, sin leader. Se queda sin portavoz. Se queda sin paladín. A menos que —como el señor Pinzás nos dice— el señor Curletti se la lleve a Huánuco. Que se la llevará seguramente. Porque —esto nos lo dice también el señor Pinzás— la izquierda del partido liberal está formada solo por el señor Curletti.
Referencias
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Publicado en la La Razón, Nº 68, Lima, 25 de julio de 1919. ↩︎