7.14. Habla Cornejo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor Cornejo, con santa entonación histórica, habló así ayer desde un balcón de Palacio.
         El discurso del señor Cornejo nos hizo, pues, la impresión de un discurso emocionante y sensacional. Nos hizo la impresión de un pase de pecho de Belmonte. Sacamos nuestro pañuelo resuelto a agitarlo en su honor. Y le aventamos el sombrero.
         El señor Cornejo, evidentemente, se “arrimaba”. Era un bolchevique. Un gran bolchevique. No solo pedía a gritos al pueblo que eligiese una constituyente revolucionaria. Y que prolongase hasta los días del funcionamiento de la constituyente el ambiente revolucionario. Requería el apoyo del pueblo para la destrucción de los partidos.
         Nuestros contertulios de media noche entraban a la imprenta con esta petición unánime en los labios:
         —¡A ver, léannos ustedes la versión del discurso de Cornejo! ¡Es un discurso terrible!
         Mas, en la madrugada, nos llegó el eco de una rectificación del señor Cornejo. El señor Cornejo se había encontrado con el general Cáceres. Y se había apresurado a decirle:
         —¡General glorioso! ¡Dentro de los viejos partidos no he comprendido, general glorioso, al partido constitucional! ¡El partido constitucional no es para mí un mero partido! ¡Es una legión histórica!
         —Señores: ayudadme a destruir a los viejos partidos. Los viejos partidos, señores, no son sino sindicatos de apetitos.
         Y nosotros buscamos enseguida, al lado del señor Leguía, a la pareja prócer del general Cáceres y del general Canevaro. Pero ni el general Cáceres ni el general Canevaro estaban al lado del señor Leguía. Al lado del señor Leguía no estaba ningún político de los viejos partidos. Solo estaba el señor Salazar y Oyarzábal, lubrificado y untuoso como de costumbre, desaprobando con un movimiento negativo de los bigotes engrasados las palabras del tribuno ilustre. Y entonces nos tranquilizamos. Las palabras del señor Cornejo, seguramente, no iban a ser recogidas por los periódicos. El señor Cornejo las había pronunciado, sin duda, en un arrebato de improvisación altísona. Y, acaso, no las podría retirar de la circulación; pero, de toda suerte, por lo menos, borrarlas de la versión taquigráfica.
         Eso creíamos momentáneamente.
         Pero en la noche recibimos la versión oficial del discurso. La versión del propio señor Cornejo. La versión escrita en papel timbrado del Ministerio de Gobierno. Y en la versión hallamos las mismas palabras:
         —Señores; ayudadme a destruir a los viejos partidos. Los viejos partidos, señores, no son sino sindicatos de apetitos.
         Y nos quedamos fríos.
         El señor Cornejo no solo desafiaba la opinión de los partidos desde un balcón de Palacio. La desafiaba desde las columnas de los periódicos. La desafiaba en papel timbrado del Ministerio de Gobierno. La desafiaba categóricamente.
         Temblamos.
         —¿Qué va a decir de esto el general Cáceres? —nos preguntaban nuestros contertulios de media noche. ¿Y el general Canevaro? ¿Y el general Pizarro? ¿Y el general Abrill? ¿Y todos los ancianos generales del partido de La Breña?
         Y tenía razón.
         El partido constitucional es, precisamente, uno de los viejos partidos que el señor Cornejo se propone destruir. Que, más aún, considera virtualmente destruidos ya. El partido constitucional es el más viejo de los viejos partidos. Su fisonomía es —según una frase callejera— la de una sociedad de indefinidos. No representa la revolución. Representa la tradición militar. No representa, por ningún motivo, la reforma. Representa, conforme a su título, el constitucionalismo. Es, ciertamente, el partido de gobierno. Es una de las columnas de la patria nueva. Pero no por esto deja de ser uno de los viejos partidos. Uno de los viejos partidos que el señor Cornejo declara fenecidos.


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 64, Lima, 21 de julio de 1919. ↩︎