6.18. Diputado sin tacha
- José Carlos Mariátegui
1Uno de los pocos diputados que entrarán en la Cámara, sin hacer antesala en la Corte Suprema, es el señor don Arturo Pérez Figuerola. El doctor Pérez Figuerola, diputado electo por Pisco, tiene ya expedito su derecho para incorporarse en el Parlamento. Nadie ha pedido la nulidad de sus credenciales. Sobre sus actas de diputado no se posarán las miradas investigadoras ni las manos flácidas de los severos vocales y fiscales del tribunal. El quórum del señor Pérez Figuerola no correrá ningún peligro de desmenuzamiento ni de disolución.
Se confirma así una vez más la buena suerte del señor Pérez Figuerola. Esa buena suerte que lo conserva gordo, adiposo y colorado, resuelto siempre a guisar, en mangas de camisa, un seco de carnero, a engolfarse en una partida de póker y a pasear su opulencia burocrática dentro de la muelle y rutilante limousine del Ministerio de Fomento.
El señor Pérez Figuerola entra con pie derecho en el segundo capítulo de su historia pública. Y todos recordamos cómo terminó su capítulo de funcionario. Todos recordamos que su jubilación fue una apoteosis. Que en su honor hubo banquetes, medallas, diplomas, discursos y cadenetas. Que el gobierno lo declaró benemérito de la patria. Que el congreso le reconoció tantos años de servicios como tiene de aficionado al tresillo, al arroz con pato y a los anticuchos. Y, recordando esto, no podemos menos que ver en el señor Pérez Figuerola a un hombre de inmejorable sino.
Prevemos que el señor Pérez Figuerola va a pasar por el Congreso con la misma fortuna que por la administración pública. La provincia de Pisco lo reelegirá diputado cuantas veces él lo apetezca. Los corresponsales de los periódicos dirán siempre que sus elecciones han sido canónicas y unipersonales. El señor Róger Luján Ripoll, contendor suyo en todas las elecciones, se abstendrá invariablemente de tachar sus credenciales en la Suprema. Vendrá un día en que el señor Pérez Figuerola ascenderá, pletórico de salud y ahíto de placeres digestivos, a la presidencia de la Cámara. Ocupará perennemente un puesto en las derechas. Y no volverá al Ministerio de Fomento más que para instalarse en la burocrática poltrona del ministro.
El señor Pérez Figuerola es una de esas personas que marchan en línea recta. Nada lo desvía. Nada lo hostiliza. Nada lo ataja. Por ejemplo, estas agitaciones políticas que actualmente nos turban y nos mueven a todos los peruanos, sin distinción de tamaño ni de filiación, al señor Pérez Figuerola apenas si lo inquietan de rato en rato. El señor Pérez Figuerola es aspillaguista. Pero no le atemoriza la posibilidad de que triunfe el señor Leguía. El señor Leguía estima en mucho su versación en obras públicas, caminos carreteros y caminos de herradura, pistas de automóviles, platos criollos, juego de bochas, yacimientos mineros y latas de petróleo.
Para obtener la diputación por Pisco no ha necesitado sino quererla. Y para quererla no ha necesitado sino fastidiarse de consumir sus energías entre expedientes de aguas y denuncios de minas.
La vida se le presenta al señor Pérez Figuerola plácida, sabrosa y regalada como una partida de “sapo”, como un revire de póker, como una pintoresca fuente de papas a la huancaína…
Se confirma así una vez más la buena suerte del señor Pérez Figuerola. Esa buena suerte que lo conserva gordo, adiposo y colorado, resuelto siempre a guisar, en mangas de camisa, un seco de carnero, a engolfarse en una partida de póker y a pasear su opulencia burocrática dentro de la muelle y rutilante limousine del Ministerio de Fomento.
El señor Pérez Figuerola entra con pie derecho en el segundo capítulo de su historia pública. Y todos recordamos cómo terminó su capítulo de funcionario. Todos recordamos que su jubilación fue una apoteosis. Que en su honor hubo banquetes, medallas, diplomas, discursos y cadenetas. Que el gobierno lo declaró benemérito de la patria. Que el congreso le reconoció tantos años de servicios como tiene de aficionado al tresillo, al arroz con pato y a los anticuchos. Y, recordando esto, no podemos menos que ver en el señor Pérez Figuerola a un hombre de inmejorable sino.
Prevemos que el señor Pérez Figuerola va a pasar por el Congreso con la misma fortuna que por la administración pública. La provincia de Pisco lo reelegirá diputado cuantas veces él lo apetezca. Los corresponsales de los periódicos dirán siempre que sus elecciones han sido canónicas y unipersonales. El señor Róger Luján Ripoll, contendor suyo en todas las elecciones, se abstendrá invariablemente de tachar sus credenciales en la Suprema. Vendrá un día en que el señor Pérez Figuerola ascenderá, pletórico de salud y ahíto de placeres digestivos, a la presidencia de la Cámara. Ocupará perennemente un puesto en las derechas. Y no volverá al Ministerio de Fomento más que para instalarse en la burocrática poltrona del ministro.
El señor Pérez Figuerola es una de esas personas que marchan en línea recta. Nada lo desvía. Nada lo hostiliza. Nada lo ataja. Por ejemplo, estas agitaciones políticas que actualmente nos turban y nos mueven a todos los peruanos, sin distinción de tamaño ni de filiación, al señor Pérez Figuerola apenas si lo inquietan de rato en rato. El señor Pérez Figuerola es aspillaguista. Pero no le atemoriza la posibilidad de que triunfe el señor Leguía. El señor Leguía estima en mucho su versación en obras públicas, caminos carreteros y caminos de herradura, pistas de automóviles, platos criollos, juego de bochas, yacimientos mineros y latas de petróleo.
Para obtener la diputación por Pisco no ha necesitado sino quererla. Y para quererla no ha necesitado sino fastidiarse de consumir sus energías entre expedientes de aguas y denuncios de minas.
La vida se le presenta al señor Pérez Figuerola plácida, sabrosa y regalada como una partida de “sapo”, como un revire de póker, como una pintoresca fuente de papas a la huancaína…
Referencias
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Publicado en la La Razón, Nº 40, Lima, 26 de junio de 1919. ↩︎