4.11. El maximalismo cunde

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El instante es de ansiedad, de agitación y de desasosiego para los bolcheviques. Llegan de Buenos Aires los ecos de una formidable y truculenta huelga revolucionaria. Nos avisan de Santiago que han aparecido allá los primeros síntomas del contagio. Y asistimos en Lima y en el Callao a una gran conflagración obrera. Se hallan en huelga los tejedores y los panaderos. Nos amenazan muchas huelgas más. Y se prepara, finalmente, un paro general. Un paro general que comenzará mañana mismo.
         —¡El maximalismo prende en Sudamérica! —exclaman soliviantados los bolcheviques.
         Y hasta el señor Curletti, socialista moderado y prudentísimo, se sale de sus casillas, se colude con el comité bolchevique, se mezcla con los huelguistas y les habla de esta guisa:
         —Hijitos míos, los capitalistas son aquí más desmandados y concupiscentes que en parte alguna. Esquilman, maltratan y oprimen a sus trabajadores. Los tratan con palabras descomedidas y gestos procaces. No cuidan de su salud, ni de su higiene ni de su recreo. No los miran como a hombres libres y dignos. ¡Qué lisura, hijitos míos! Ustedes deben, por eso, organizarse. Y yo debo, por eso, aconsejarlos.
         Los demás socialistas andan preocupados y frenéticos. El señor Luis Ernesto Denegri, uno de los conductores de la huelga, vive en permanente atrenzo de conferencia doctrinaria. El señor Sebastián Lorente y Patrón irrumpe constantemente en nuestra oficina para recordarnos con justicia que fue él uno de los iniciadores del comité de propaganda socialista. El señor Alberto Secada, ciudadano ilustre y ácrata orgánico, considera llegada la hora de la revolución social. Y el señor Luis Ulloa se apresta para encabezar a las muchedumbres tumultuarias.
         Suena constantemente el timbre de nuestro teléfono para que algún bolchevique nos pregunte:
         —¿Qué se sabe de los maximalistas argentinos? ¿Ya se adueñaron totalmente de Buenos Aires? ¿Ya constituyeron el gobierno del pueblo? ¿Ya amarraron al general Dellepiane? ¿Ya dominaron? ¿Ya vencieron?
         Y no conseguimos ni una noticia sobre la política doméstica. Las gentes no se ocupan sino del maximalismo. Y de las huelgas argentinas. Y de las huelgas chilenas. Y del paro inminente. Y del enseñoramiento del socialismo.
         Atajamos por ejemplo al señor Balbuena para reportearlo sobre la ruptura de las negociaciones entre civilistas y liberales.
         Y el señor Balbuena se defiende de nosotros con las manos:
         —¿Qué es eso de los civilistas y los liberales? ¿Qué es eso de las negociaciones? ¿Qué es eso de la ruptura? ¿Qué es eso, periodistas y amigos amados? ¡Hoy no se debe hablar sino de las reivindicaciones sociales! ¡No se debe hablar sino de la huelga maximalista de Buenos Aires! ¡No se debe hablar sino del próximo congreso socialista americano!
         Y en todas partes nos encontramos con las mismas frases, con los mismos sentimientos, con los mismos fervores.
         El señor Maúrtua, líder por antonomasia del socialismo peruano, se dirige a nosotros consternado:
         —¡Jóvenes amigos! ¡Yo no tengo más remedio que marcharme a Europa! ¡No puedo negarle a mi país los servicios que me pide! ¡Estoy obligado a defender su causa y a interpretar su sentimiento en el congreso de la paz! ¡Pero yo, jóvenes amigos, no quisiera marcharme! ¡Yo siento la necesidad de tremolar una bandera roja!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de enero de 1919. ↩︎