4.1. Año nuevo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Nuestro ilustre camarada Abraham Valdelomar, escritor de la más noble prosapia, humorista de la más pura cepa y “palomilla” del más insigne linaje cuyas prosas, versos y mataperradas enaltecen y adornan la incipiente y pálida literatura nacional, dijo una vez en un artículo escrito para esta misma fecha, que la celebración del año nuevo era una insensatez de los hombres. Cada Año Nuevo —sostuvo— nos aproxima más a la muerte. Y con muy donosas razones probó el acierto de su teoría.
         Sin embargo, no halló ella más prosélitos que nosotros que ya teníamos del “cumpleaños” —coyuntura propicia para los mayores desenfrenos criollos— juicio parecido al que Valdelomar tenía del “año nuevo”.
         No recordamos si, por ende, se le ocurrió a Valdelomar, en uno de esos geniales arranques de su donaire, quejarse de que el mundo no hubiera hecho caso de su reflexión y de su palabra. Aunque creemos de toda suerte que por lo menos estuvo tentado de acometer verbalmente con alguna diatriba de las suyas a las gentes de esta tierra que ni siquiera por ser sus paisanas habían sabido atenderle con solicitud y estimación.
         —Zambos bellacos y cholos deshonestos —le habría gustado seguramente gritarles—, ¿cómo es posible que después de un artículo tan sustancioso y convincente como el mío no hayan suspendido ustedes su holgorio, refocilamiento, aspaviento y algazara? ¿Cómo es posible que hayan persistido ustedes en devorar tamales, en beber chicha “cabeceada”, en quemar cohetes y bengalas y en otras sandeces del mismo linaje majadero? ¿Cómo es posible que se hayan empeñado en buscar siempre contentamiento y alegría en la gula, la borrachera, la concupiscencia y la holganza?
         Mas, sino estamos seguros de que a Valdelomar le causara sorpresa, real o fingida, la indiferencia con que el público recibió su doctrina, estamos seguros totalmente de que no valió esta para que cambiara en lo más mínimo el criterio de la república sobre el año nuevo.
         En aquel año nuevo, por ejemplo, el señor don Manuel Bernardino Pérez estrenó una camisa de motitas, un chicago de paja y una corbata color lúcuma; el conspicuo parlamentario huanuqueño señor Pinzás se aprovisionó pública y copiosamente de panetones, sonajas y globos con pito; el obeso funcionario señor don Arturo Pérez Figuerola guisó con sus golosas manos de cocinero ocasional un notable “arroz con pato” que marcó época para los gastrónomos de su intimidad; el esclarecido diputado por Aymaraes y juez de paz de cualquiera de los distritos urbanos, señor Luis A. Carrillo, “cambió aros”, por duodécima vez en su historia, con una arcangélica dama del Chirimoyo; el señor Salazar y Oyarzábal agasajó con una champañada a un grupo de leguiístas acendrados admiradores de su talento, de sus achaques y de su fama; el señor J.A. de Izcue publicó diecisiete sonetos en el decano y se puso en el ojal su condecoración francesa; y otros muchos mortales dieron análogas o distintas muestras de alborozado acatamiento a la fecha.
         Hoy, tres años después de aquel “año nuevo”, la obligación de escribir un artículo más o menos adecuado y más o menos “huachafo” para la voluminosa edición de gala de este diario nos hace pensar en el olvidado artículo del Conde de Lemos. Y es que probablemente el Conde de Lemos se hallaba en el mismo estado de ánimo en que nosotros nos hallamos ahora cuando se le ocurrió denostar en él al “año nuevo”. Es que, probablemente, también apremiaba en ese instante al Conde de Lemos la necesidad de elegir un tema relacionado con la fiesta que saca hoy de quicio a las gentes. Es que, probablemente, gobernaba de igual manera al Conde de Lemos el deseo de llenar a prisa las cuartillas para marcharse a la calle y asociarse al ingenuo, absurdo y estruendoso regocijo de la muchedumbre.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de enero de 1919. ↩︎