4.2. Los liberales dirán

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Esas negociaciones entre el partido civil y el partido liberal no prosperan. Y no se crea que es por culpa de los delegados liberales. No se crea tal cosa.
         Los delegados liberales no le ponen, naturalmente, muy buena cara a la candidatura civilista del señor Aspíllaga; pero tampoco quieren portarse con ella descortésmente. La culpa es de los delegados civilistas. Es de ellos principalmente. Los delegados civilistas hablan en el nombre del señor Aspíllaga; pero no parece, en verdad, que trabajaran de veras en su servicio y obsequio. No parece. No parece, sobre todo, que supieran, como saben, que esas negociaciones tienen con el alma en un hilo al hidalgo y gentil candidato de la calle San Pedro.
         Los delegados civilistas están convencidos de que el partido liberal no desea solidarizarse con el señor Aspíllaga, pero no desea, asimismo, negarle su solidaridad. Y, sin embargo, se conducen como si no lo advirtieran. En vez de envolver y acorralar a los delegados liberales para sacarles una declaración rápida, les permiten escurrirse, escabullirse, callarse. Más aún: se lo facilitan.
         Y, por eso, vemos hasta ahora a los delegados liberales contentos, sonrientes y ufanos. Por eso los vemos decirle furtivamente al señor Aspíllaga con un guiño, con una sonrisa o con un ademán:
         —Mire usted, señor Aspíllaga, que no somos nosotros los que conspiramos contra su candidatura. Mire que son los delegados del partido civil. Mire que son los delegados que usted nos ha mandado. Mire que son los delegados que nos hablan en su nombre.
         No andan escasos de razón.
         Efectivamente, los delegados civilistas no actúan con la diligencia ni la habilidad del caso. Todo lo contrario. Se dirigen a los delegados liberales en la forma menos diplomática, menos discreta, menos experta. Como si procuraran su negativa.
         Sus palabras, sus modos y sus miradas les declaran a los liberales, más o menos, esto:
         —Suponemos que ustedes se habrán dado cuenta de que deben cooperar incondicionalmente al triunfo de un candidato del partido civil. Así se lo exige a ustedes su lealtad. Así se lo exige a ustedes su patriotismo. Ustedes comprenden que no puede surgir un candidato suyo. Y comprenden, mejor todavía, que no puede surgir apoyado por el partido civil.
         Y, claro, los liberales contestarán:
         —Ciertamente. Estamos dispuestos a sacrificarnos.
         Se oye entonces una notificación agresiva de los civilistas.
         —Bueno. Y no solo va a ser para nosotros la presidencia. Van a ser para nosotros también las vicepresidencias.
         Y los liberales se sonríen:
         —Muy bien. Precisamente nosotros habíamos decidido no pedir ni aceptar ninguna vicepresidencia. Que la presidencia y las vicepresidencias sean para el partido civil. No solicitamos nada para nosotros. Somos capaces de la mayor abnegación y del mayor desinterés.
         Y, luego, los civilistas y los liberales se quedan mirándose las caras. Los civilistas se levantan a continuación, y se despiden. Ni más ni menos que si se hubieran puesto de acuerdo con los liberales. Y los liberales vuelven a sonreírse.
         Después, un gran silencio.
         Y, cuando el señor Aspíllaga los interrumpe para preguntar qué hay de nuevo, los civilistas se encogen de hombros y exclaman:
         —Los liberales dirán…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de enero de 1919. ↩︎