3.23. El senador secretario

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor González, senador por el Cuzco y secretario del Senado, es casi el hombre del día. No en balde una esquela suya ha reunido, bajo la presidencia del señor Miró Quesada, sin convocatoria del señor Pardo, a la Cámara de Senadores. No en balde una esquela suya ha originado una ruptura de relaciones diplomáticas entre el señor Miró Quesada y el ministro de Relaciones Exteriores señor García. No en balde una esquela suya ha ocasionado un debate parlamentario clandestino y tremendo. No en balde una es que la suya ha colocado en un amargo y hosco trance al gabinete del señor Arenas. No en balde, en fin, una esquela suya ha sacudido y conflagrado de improviso la actualidad política.
         Aunque el señor González es cusqueño, el público metropolitano no necesita que se lo presentemos con elogios a frase y amistoso gesto. Ni necesita que publiquemos su retrato. Y es que el señor González ha sabido convertirse rápidamente en un personaje familiar e íntimo para el público metropolitano. Es que el nombre del señor González no ha dejado de sonar en ningún debate, en ninguna confabulación, en ningún suceso parlamentario desde el día en que el señor González llegó a la ciudad con la nostalgia de las sierras, de sus picos ásperos y de sus llamas acuciosas en sus perspicaces ojos de quechua redomado.
         El señor González posee, por supuesto, muchas condiciones de político. Su espíritu es un espíritu simpático y zalamero. Su palabra es una palabra comedida y solícita. Su porte es un porte caballeresco y agradable. Y, además, el señor González es dueño de una vivacidad de chinchilla, de un entusiasmo de colegial, de una tesonería de filatélico y de una actividad de “santarrosita”.
         Pertenece a esa jerarquía de peruanos que se meten por el ojo de una aguja. No reposa. No se duerme. No descansa siquiera. No tiene mucha facundia ni mucha retórica ni mucho donaire; pero habla largamente sobre cualquier tema. Baraja cualquiera situación. Refuta cualquier argumento. Contesta cualquiera lisura. Les pasa la mano a los periodistas. Les proporciona un dato y les oculta veinte. Les suministra chismes para sus misceláneas cotidianas. Es, en una palabra, lo que los criollos llamamos “una bala”. Dicho sea, con perdón suyo y del público.
         Ocupa el señor González puesto principalísimo en la oposición. Se sienta en un escaño de la extrema izquierda. Y, por añadidura es leguiísta conspicuo. Pero, aunque su filiación es muy definida y su oposicionismo muy acérrimo, se distingue siempre por su cordialidad con todos los políticos. Es un leguiísta convencido, un leguiísta intenso, un leguiísta terrible; pero es un leguiísta que fraterniza con el señor Miró Quesada, que se colude con el señor Osores, que estima al señor Durand, que estrecha la mano del señor Aspíllaga, que coquetea con el señor de Piérola y que admira, con la admiración de todos los peruanos, los dones espirituales y mentales del señor Prado.
         Debido a todas estas excelencias, pese a su antigobierno, es secretario de la Cámara de Senadores. Y debido a todas estas excelencias será próximamente senador propietario y perdurable por el departamento del Cuzco. Estamos convencidos de que alcanzará lo que se proponga alcanzar. Así sea el arzobispado.
         Y lo mismo que nosotros opinan sus compañeros de la minoría, de la oposición y del leguiísmo, traviesos, malévolos y alegres basiliscos que para “empavarlo” le recuerdan una exclamación suya épica y famosa, que constará seguramente en su biografía:
         —¡Chaqui champi!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de diciembre de 1918. ↩︎