3.10.. Desde el “Ucayali”
- José Carlos Mariátegui
1Al señor Tudela y Varela, conato de embajador criollo, no le ha gustado salir del Perú sin que su nombre sonara en un reportaje.
Los periodistas limeños, despreocupados y perezosos, no tuvieron la solicitud ni la zalamería de brindárselo. Creyeron probablemente que el señor Tudela y Varela no era capaz de malgastar una palabra. Se lo imaginaron hermético y misterioso. Y el señor Tudela y Varela habría dejado las aguas del Perú exento de todo homenaje de la curiosidad periodística, si los periodistas de Trujillo no hubieran sabido comportarse mejor que los periodistas limeños.
El reportaje, pues, no pudo ser en la ciudad, ni en el tranvía eléctrico, ni en el Callao, ni en la lancha automóvil, ni en la escala del barco. No pudo ser sino en Salaverry. Pero acaso así tuvo un sabor más interesante y original para el grave y trascendental viajero.
Demandado para el reportaje, el señor Tudela y Varela se irguió seguramente, con toda su majestad de futuro embajador.
Y sonrió, rebosante de contento, cuando llegó tímidamente a él la primera pregunta política. Era esa la pregunta que ansiaba. Era esa la pregunta destinada a proporcionarle la coyuntura indispensable para que los pueblos peruanos lo oyesen. Era esa la pregunta acertada, la pregunta eficaz, la pregunta pertinente, la pregunta oportuna.
Era esa la pregunta que apetecía para soltar una frase inofensiva e inocente:
—La situación es incierta. No existe un candidato unánime.
Y para soltar, luego, una frase expresiva:
—Todo depende de los constitucionales.
Y para soltar, a renglón seguido, una frase culminante y sensacional:
—Si se realizase la convención, sería viable la candidatura del señor Miró Quesada.
Y para soltar, batiéndose en retirada, una frase escurridiza:
—¿El viaje del señor Leguía? No sé nada del viaje del señor Leguía. No sé del señor Leguía, sino que su candidatura es la que produce más ruido.
Una frase de diplomático sagaz, cauto y discretísimo.
Pero las gentes, por supuesto, no se han detenido en esta frase. Las gentes se han ido al bulto. No le han hecho caso al engaño. Y para ellas el bulto ha sido este:
—Si se realizase la convención, sería viable la candidatura del señor Miró Quesada.
Han abundado los comentarios:
—¡Estos bloquistas no cambian! ¡Siguen siempre muy redomados y cazurros! ¡Miren ustedes cómo hablan!
¡Si se realizase la convención, sería viable la candidatura del señor Miró Quesada!¡Como quien no quiere la cosa sueltan en cancha la candidatura del señor Miró Quesada! ¡No se acuerdan del señor Aspíllaga! ¡No se acuerdan sino de la candidatura del señor Leguía!
¡Y eso porque es la que produce más ruido!
Y no hay quien no haya repetido cien veces, midiéndolos y pulsándolos, los términos del señor Tudela y Varela:
—¡Si se realizase la convención! ¡Sería viable!
Y toda la ciudad ha soltado la carcajada cuando el doctor Durand, caudillo y candidato de los liberales, los ha glosado resueltamente:
—¡Si se realizase la convención!… ¡Pero como no se realizará!
Los periodistas limeños, despreocupados y perezosos, no tuvieron la solicitud ni la zalamería de brindárselo. Creyeron probablemente que el señor Tudela y Varela no era capaz de malgastar una palabra. Se lo imaginaron hermético y misterioso. Y el señor Tudela y Varela habría dejado las aguas del Perú exento de todo homenaje de la curiosidad periodística, si los periodistas de Trujillo no hubieran sabido comportarse mejor que los periodistas limeños.
El reportaje, pues, no pudo ser en la ciudad, ni en el tranvía eléctrico, ni en el Callao, ni en la lancha automóvil, ni en la escala del barco. No pudo ser sino en Salaverry. Pero acaso así tuvo un sabor más interesante y original para el grave y trascendental viajero.
Demandado para el reportaje, el señor Tudela y Varela se irguió seguramente, con toda su majestad de futuro embajador.
Y sonrió, rebosante de contento, cuando llegó tímidamente a él la primera pregunta política. Era esa la pregunta que ansiaba. Era esa la pregunta destinada a proporcionarle la coyuntura indispensable para que los pueblos peruanos lo oyesen. Era esa la pregunta acertada, la pregunta eficaz, la pregunta pertinente, la pregunta oportuna.
Era esa la pregunta que apetecía para soltar una frase inofensiva e inocente:
—La situación es incierta. No existe un candidato unánime.
Y para soltar, luego, una frase expresiva:
—Todo depende de los constitucionales.
Y para soltar, a renglón seguido, una frase culminante y sensacional:
—Si se realizase la convención, sería viable la candidatura del señor Miró Quesada.
Y para soltar, batiéndose en retirada, una frase escurridiza:
—¿El viaje del señor Leguía? No sé nada del viaje del señor Leguía. No sé del señor Leguía, sino que su candidatura es la que produce más ruido.
Una frase de diplomático sagaz, cauto y discretísimo.
Pero las gentes, por supuesto, no se han detenido en esta frase. Las gentes se han ido al bulto. No le han hecho caso al engaño. Y para ellas el bulto ha sido este:
—Si se realizase la convención, sería viable la candidatura del señor Miró Quesada.
Han abundado los comentarios:
—¡Estos bloquistas no cambian! ¡Siguen siempre muy redomados y cazurros! ¡Miren ustedes cómo hablan!
¡Si se realizase la convención, sería viable la candidatura del señor Miró Quesada!¡Como quien no quiere la cosa sueltan en cancha la candidatura del señor Miró Quesada! ¡No se acuerdan del señor Aspíllaga! ¡No se acuerdan sino de la candidatura del señor Leguía!
¡Y eso porque es la que produce más ruido!
Y no hay quien no haya repetido cien veces, midiéndolos y pulsándolos, los términos del señor Tudela y Varela:
—¡Si se realizase la convención! ¡Sería viable!
Y toda la ciudad ha soltado la carcajada cuando el doctor Durand, caudillo y candidato de los liberales, los ha glosado resueltamente:
—¡Si se realizase la convención!… ¡Pero como no se realizará!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de diciembre de 1918. ↩︎