3.11. Perfectos secretarios

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Los dos novísimos secretarios del partido liberal, el doctor Curletti y el doctor Lorente y Patrón, tienen ya relieve sobresaliente en el gobierno de esa agrupación. Sus correligionarios miran en ellos a dos facultativos eminentes, talentosos y cultos. Conocen y comparten el afecto que la ciudad les profesa. Y admiran las cualidades de su espíritu moderno.
         Pero solo en el doctor Curletti encuentran tipo de secretario.
         El doctor Lorente y Patrón es una persona sin gravedad, sin solemnidad y sin reserva. Es, por el contrario, enemigo de toda gravedad, de toda solemnidad y de toda reserva. No se compadece con sus modalidades psicológicas ni con sus tendencias doctrinarias la política secreta. Y, además, su calidad orgánica de alienista, no le permite tratar a una persona sin observar y diagnosticar su condición mental.
         El doctor Curletti, en cambio, es un varón provisto, además de muchas preciosas excelencias, de la seriedad y circunspección indispensables para captarse el respeto de los hijos del país. No es que el doctor Curletti no sonría, no es que el doctor Curletti no bromee, no es que el doctor Curletti no haga chistes. Es que cuando el doctor Curletti sonríe, bromea o hace un chiste no se excede en su tono, medida y prudencia. Parece que cumpliera una función facultativa. Parece que expidiera una receta.
         Los liberales están seguros de que el doctor Curletti se cubrirá de gloria en la secretaría del partido. Y no se equivocan. El doctor Curletti es un dechado pluscuamperfecto de secretarios expertos y sagaces. Es, sobre todo, el secretario que al partido liberal le hacía falta. No porque el partido liberal carezca de hombres hábiles y cautos, sino porque los hombres del partido liberal no se han asimilado todavía los hábitos y aptitudes de los políticos profesionales. Son, generalmente, hombres demasiado francos y espontáneos. No han envidiado nunca las prestancias de los civilistas y, por consiguiente, no se han dado nunca maña para adquirirlas. No provienen de una escuela de sutiles confabulaciones cortesanas. Provienen de una escuela de tremendas aventuras revolucionarias.
         Un partido de esta estructura estaba expuesto, indudablemente, a las asechanzas de los políticos duchos y redomados. Necesitaba por esto un secretario de vista perspicaz y aguda. Un secretario que dominara, por mera especulación experimental, la estrategia especiosa y cazurra de la política. No para fines de ofensiva, totalmente contrarios a sus honestas orientaciones, sino para fines de defensiva. El partido liberal no debe fraguar una intriga ni un ardid maquiavélicos; pero debe saber defenderse de cualquier intriga y de cualquier ardid. Y esta es la misión del doctor Curletti.
         El doctor Curletti es, para el caso, una persona cordial. Es, por añadidura, una persona persuasiva, comedida e insinuante. Jamás corre el riesgo de que una actitud suya suscite un error, encienda una cólera o provoque una violencia. Sugestiona y convence a sus interlocutores sin que sus interlocutores lo perciban. Y, luego, tiene mucho ojo clínico para analizar con una simple mirada de soslayo un problema, una intención o una perspectiva políticas.
         Ahora, por ejemplo, no nos es preciso sino fijarnos en un movimiento, en un ademán, en un gesto del partido liberal, para comprender que el doctor Curletti comienza a dejarse sentir en él. Y para saber que el doctor Durand, leader, caudillo y candidato de los liberales cuenta con un secretario que brilla mucho en los anales y en los fastos de su famosa legión jacobina.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de diciembre de 1918. ↩︎