2.7. La crisis está allí
- José Carlos Mariátegui
1Todavía no han presentado su dimisión los ministros. Pero la crisis está allí, delante de todos los ojos, en el Palacio de Gobierno, reclamando una resolución del señor Pardo. Nada importa que los periódicos no hablen cotidianamente de ella. Nada importa que los partidos no la discutan en sus tertulias. La crisis está allí. Para verla no es necesario sino pasar por el Palacio de Gobierno.
El señor Tudela ha declarado que se va. Y, enseguida, los demás ministros han declarado que se van también. Que se van, aunque no sea a los Estados Unidos como el señor Tudela y Varela. Que se van, aunque el señor Pardo no los nombre embajadores como al señor Tudela y Varela. Que se van, que se van, que se van. Y han cogido sus sombreros.
El señor Pardo ha tenido que sujetarlos con las dos manos. Y ha tenido que encerrarlos en su despacho. Y ha tenido que echarles llave para que no se escapen.
Pero no ha remediado la crisis.
Cuenta el rumor callejero que el señor Pardo desea que el señor Maúrtua reorganice el gabinete. Y que no cambie a ningún ministro. Y que permanezca en el Ministerio de Hacienda. Y que no le busque sino un nuevo ministro de Relaciones Exteriores.
Se anuncia, en una palabra, que todo concluirá con un remiendo, con una refacción, con una compostura. Y que habremos asistido, en resumen, a una representación rápida, sencilla y barata. Primero, renuncia, despedida, telón corto, entreacto. Después, regreso del ministerio, cambio del señor Tudela y Varela, aplausos de la galería y telón final. Y, luego, el señor Maúrtua saliendo a agradecer la ovación.
Y, sin embargo, ni aun esto parece muy fácil.
Suenan preguntas ansiosas:
—¿Querrá el señor Maúrtua encargarse de la presidencia de un gabinete precario? ¿Querrá el señor Maúrtua organizar un gabinete de carácter transitorio? ¿Querrá el señor Maúrtua zurcir el gabinete a gusto del señor Pardo? ¿O querrá el señor Pardo que el señor Maúrtua renueve el gabinete, como se le ocurra, asegurando previamente su duración y su eficacia con la sagacidad y el talento que pone en todas sus empresas?
No suena una sola respuesta.
Pasa raudamente, en una limousine deslumbrante, aristocrática y muelle, el gran ministro bolchevique. Contesta un saludo con el sombrero. Contesta otro saludo con la mirada. Contesta otro saludo con la sonrisa. Y, de repente, se avienta del automóvil para meterse en el café.
Y nosotros pensamos entonces que es el instante de abordarlo. Pero sin contar con una cosa. Con que el gran ministro bolchevique, adivinándonos el pensamiento, nos abordaría antes que nosotros a él:
—¡Jóvenes aún y de virtud modelo! ¿Qué es de la vida de ustedes? ¿Por qué están ustedes tan perdidos? ¿Los ha atacado acaso la gripe?
Apenas si acertamos a responderle:
—No nos ha atacado la gripe.
Y le preguntamos en seguida:
—¿Qué hay de la crisis doctor? ¿Cómo va a reorganizarse el ministerio?
Pero es en vano. El señor Maúrtua se encoge de hombros. Se quita de encima la interrogación con un ademán displicente de la mano derecha. Nos sonríe con una sonrisa de desencanto, de fastidio, de aburrimiento, de fatiga y de escepticismo.
Y, después de un minuto, exclama:
—¡Qué sé yo!
Y este “qué sé yo”—habitual, expresivo y elocuente en él— es el primer “qué sé yo” del señor Maúrtua que nos deja en Babia.
El señor Tudela ha declarado que se va. Y, enseguida, los demás ministros han declarado que se van también. Que se van, aunque no sea a los Estados Unidos como el señor Tudela y Varela. Que se van, aunque el señor Pardo no los nombre embajadores como al señor Tudela y Varela. Que se van, que se van, que se van. Y han cogido sus sombreros.
El señor Pardo ha tenido que sujetarlos con las dos manos. Y ha tenido que encerrarlos en su despacho. Y ha tenido que echarles llave para que no se escapen.
Pero no ha remediado la crisis.
Cuenta el rumor callejero que el señor Pardo desea que el señor Maúrtua reorganice el gabinete. Y que no cambie a ningún ministro. Y que permanezca en el Ministerio de Hacienda. Y que no le busque sino un nuevo ministro de Relaciones Exteriores.
Se anuncia, en una palabra, que todo concluirá con un remiendo, con una refacción, con una compostura. Y que habremos asistido, en resumen, a una representación rápida, sencilla y barata. Primero, renuncia, despedida, telón corto, entreacto. Después, regreso del ministerio, cambio del señor Tudela y Varela, aplausos de la galería y telón final. Y, luego, el señor Maúrtua saliendo a agradecer la ovación.
Y, sin embargo, ni aun esto parece muy fácil.
Suenan preguntas ansiosas:
—¿Querrá el señor Maúrtua encargarse de la presidencia de un gabinete precario? ¿Querrá el señor Maúrtua organizar un gabinete de carácter transitorio? ¿Querrá el señor Maúrtua zurcir el gabinete a gusto del señor Pardo? ¿O querrá el señor Pardo que el señor Maúrtua renueve el gabinete, como se le ocurra, asegurando previamente su duración y su eficacia con la sagacidad y el talento que pone en todas sus empresas?
No suena una sola respuesta.
Pasa raudamente, en una limousine deslumbrante, aristocrática y muelle, el gran ministro bolchevique. Contesta un saludo con el sombrero. Contesta otro saludo con la mirada. Contesta otro saludo con la sonrisa. Y, de repente, se avienta del automóvil para meterse en el café.
Y nosotros pensamos entonces que es el instante de abordarlo. Pero sin contar con una cosa. Con que el gran ministro bolchevique, adivinándonos el pensamiento, nos abordaría antes que nosotros a él:
—¡Jóvenes aún y de virtud modelo! ¿Qué es de la vida de ustedes? ¿Por qué están ustedes tan perdidos? ¿Los ha atacado acaso la gripe?
Apenas si acertamos a responderle:
—No nos ha atacado la gripe.
Y le preguntamos en seguida:
—¿Qué hay de la crisis doctor? ¿Cómo va a reorganizarse el ministerio?
Pero es en vano. El señor Maúrtua se encoge de hombros. Se quita de encima la interrogación con un ademán displicente de la mano derecha. Nos sonríe con una sonrisa de desencanto, de fastidio, de aburrimiento, de fatiga y de escepticismo.
Y, después de un minuto, exclama:
—¡Qué sé yo!
Y este “qué sé yo”—habitual, expresivo y elocuente en él— es el primer “qué sé yo” del señor Maúrtua que nos deja en Babia.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de noviembre de 1918. ↩︎