2.26. Otro fracaso
- José Carlos Mariátegui
1Teníamos razón para recibir con incredulidad las afirmaciones optimistas de que la convención estaba, por fin, en camino. Teníamos razón. Otra vez comienzan a palpar los hombres del gobierno la imposibilidad de que haya convención. Así no sea, por supuesto, una convención universal. Así sea tan solo una convención de cuatro partidos. O de tres.
El señor Pardo acaba de tropezar tres veces con un obstáculo grande: la negativa del partido demócrata a nombrar los delegados que deben concurrir en su representación al debate de las bases de la asamblea proyectada. Tres veces le ha pedido el señor Pardo al partido demócrata este nombramiento. Y tres veces se lo ha negado el partido demócrata. Lo cual demuestra un ánimo muy porfiado y tesonero en el señor Pardo y una firmeza muy sólida y maciza en el partido demócrata.
Cuando el partido demócrata resolvió subordinar la designación de sus delegados a los resultados de la conferencia de los jefes de los partidos en el despacho presidencial, el señor Pardo creyó que se trataba de una coquetería, de una aprensión o de una puerilidad cualquiera.
Y llamó al señor Piérola para rogarle:
—Están bien todos los acuerdos de los demócratas. Pero yo le pido a usted que modifiquen uno. Uno solo. El que se refiere a la designación de los delegados. Es necesario que esa designación sea inmediata.
Pero el señor Piérola no pudo complacer al señor Pardo. Se limitó a recordarle que era el jefe de un partido demócrata. Y que el jefe de un partido demócrata tenía que sujetarse a la opinión y al dictamen de la mayoría de sus correligionarios.
Persistió el partido demócrata en su decisión y persistió el señor Pardo en su demanda. Y persistió nuevamente el partido demócrata. Y acaso el señor Pardo, con la tercera declaración de los demócratas sobre su escritorio, tuvo un instante en que quiso persistir otra vez.
Ustedes pensarán, quién sabe, que esto no reviste una importancia sustantiva. Ustedes se preguntarán, tal vez, si esto no constituye, exclusivamente, un capricho trivial del señor Pardo frente a un capricho trivial del partido demócrata. Nosotros no nos oponemos a que ustedes se pregunten esto y piensen aquello.
Pero ustedes convendrán con nosotros en que el señor Pardo es, en todo caso, el responsable de que el público se imagine que su empeño de que el partido demócrata no reserve ni condicione la designación de sus delegados es un empeño de mucha entraña. Y de que se lo imagina, al mismo tiempo, el partido demócrata.
Y ustedes convendrán con nosotros, además, en que la gestión del señor Pardo ha empezado con muy mala estrella, en que el señor Pardo no ha conseguido, como se aseveraba, la adhesión definitiva del partido demócrata a su proyecto y en que es inevitable el fracaso final de la tentativa.
Absolutamente inevitable.
El señor Pardo acaba de tropezar tres veces con un obstáculo grande: la negativa del partido demócrata a nombrar los delegados que deben concurrir en su representación al debate de las bases de la asamblea proyectada. Tres veces le ha pedido el señor Pardo al partido demócrata este nombramiento. Y tres veces se lo ha negado el partido demócrata. Lo cual demuestra un ánimo muy porfiado y tesonero en el señor Pardo y una firmeza muy sólida y maciza en el partido demócrata.
Cuando el partido demócrata resolvió subordinar la designación de sus delegados a los resultados de la conferencia de los jefes de los partidos en el despacho presidencial, el señor Pardo creyó que se trataba de una coquetería, de una aprensión o de una puerilidad cualquiera.
Y llamó al señor Piérola para rogarle:
—Están bien todos los acuerdos de los demócratas. Pero yo le pido a usted que modifiquen uno. Uno solo. El que se refiere a la designación de los delegados. Es necesario que esa designación sea inmediata.
Pero el señor Piérola no pudo complacer al señor Pardo. Se limitó a recordarle que era el jefe de un partido demócrata. Y que el jefe de un partido demócrata tenía que sujetarse a la opinión y al dictamen de la mayoría de sus correligionarios.
Persistió el partido demócrata en su decisión y persistió el señor Pardo en su demanda. Y persistió nuevamente el partido demócrata. Y acaso el señor Pardo, con la tercera declaración de los demócratas sobre su escritorio, tuvo un instante en que quiso persistir otra vez.
Ustedes pensarán, quién sabe, que esto no reviste una importancia sustantiva. Ustedes se preguntarán, tal vez, si esto no constituye, exclusivamente, un capricho trivial del señor Pardo frente a un capricho trivial del partido demócrata. Nosotros no nos oponemos a que ustedes se pregunten esto y piensen aquello.
Pero ustedes convendrán con nosotros en que el señor Pardo es, en todo caso, el responsable de que el público se imagine que su empeño de que el partido demócrata no reserve ni condicione la designación de sus delegados es un empeño de mucha entraña. Y de que se lo imagina, al mismo tiempo, el partido demócrata.
Y ustedes convendrán con nosotros, además, en que la gestión del señor Pardo ha empezado con muy mala estrella, en que el señor Pardo no ha conseguido, como se aseveraba, la adhesión definitiva del partido demócrata a su proyecto y en que es inevitable el fracaso final de la tentativa.
Absolutamente inevitable.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de noviembre de 1918. ↩︎