2.24. Ritmos de primavera
- José Carlos Mariátegui
1Salen del Palacio de Gobierno voces alborozadas. Dicen esas voces que el señor Pardo ha resucitado milagrosamente el proyecto de la convención. Dicen esas voces que cuatro partidos se hallan próximos a darle por fin candidato al gobierno. Dicen esas voces que esos cuatro partidos son el partido civil, el partido liberal, el partido nacional democrático y el partido demócrata. Y dicen esas voces que, por consiguiente, vamos a tener muy pronto un candidato de gesto sagaz, de orientación cordial y de programa conciliador.
Naturalmente la ciudad se sorprende.
Creía que el proyecto de la convención estaba muerto. Que era inútil pensar en revivirlo. Que ningún político y ninguna agrupación tenían la más pequeña fe en él.
Y exclama, moviendo desconfiadamente la cabeza:
—¡Todo no es sino un bluff! ¡Un bluff del gobierno!
Pero las voces de palacio se multiplican.
Insisten en que el señor Pardo ha arreglado eso de la convención que tan difícil parecía. Y nos presentan un porvenir muy claro y venturoso. Habrá convención. Asistirán a ella los civilistas, los liberales, los demócratas y los nacionales democráticos. No asistirán los constitucionales ni los leguiístas; pero el gobierno les concederá generosamente la noble merced de sus garantías electorales. Sucederá al gabinete del señor Tudela y Varela un gabinete de coordinación nacional. Vendrá luego la proclamación de un candidato nacional a la Presidencia de la República. Y todos seremos felices en el Perú. Todos menos el señor Leguía.
Un optimismo sin límites.
Y no hay para tanto. No hay, sino que el señor Pardo ha conseguido que el señor don Isaías de Piérola discuta en su despacho con los jefes de los partidos de la derecha el tema de la convención. Que lo discuta únicamente.
No ha conseguido, en cambio, que desaparezca uno solo de los intereses contrarios a su proyecto. No ha conseguido, por ejemplo, que el señor Aspíllaga se convenza de que su realización puede serle favorable y plácida. Ni ha conseguido que los liberales lo miren con amor y solidaridad. Ni ha conseguido que los nacionales democráticos abandonen su convencimiento de que los partidos de la convención deben ser cuatro, pero cuatro “por lo menos”.
La ciudad, perspicaz, cauta y avizora, lo comprende, lo sabe y lo siente muy bien. Y en consecuencia se sonríe del regocijo del gobierno. Está convencida de que el resultado de tanta agitación y de tanto trajín y de tanta tertulia no será, precisamente, la convención, sino una sonora reunión de los jefes de cuatro partidos en el gabinete del señor Pardo y una secuela de negociaciones ociosas y estériles, destinadas a proporcionarle motivo ameno, aunque transitorio a la travesura y al humorismo metropolitanos.
Y, por ende, nadie se alarma con la alegría del gobierno. Todos, absolutamente todos, convienen en que es una alegría infantil y candorosa. Una alegría de primavera. Y una coyuntura para una nueva pastoral del señor don José de la Riva Agüero. Si Dios no dispone otra cosa…
Naturalmente la ciudad se sorprende.
Creía que el proyecto de la convención estaba muerto. Que era inútil pensar en revivirlo. Que ningún político y ninguna agrupación tenían la más pequeña fe en él.
Y exclama, moviendo desconfiadamente la cabeza:
—¡Todo no es sino un bluff! ¡Un bluff del gobierno!
Pero las voces de palacio se multiplican.
Insisten en que el señor Pardo ha arreglado eso de la convención que tan difícil parecía. Y nos presentan un porvenir muy claro y venturoso. Habrá convención. Asistirán a ella los civilistas, los liberales, los demócratas y los nacionales democráticos. No asistirán los constitucionales ni los leguiístas; pero el gobierno les concederá generosamente la noble merced de sus garantías electorales. Sucederá al gabinete del señor Tudela y Varela un gabinete de coordinación nacional. Vendrá luego la proclamación de un candidato nacional a la Presidencia de la República. Y todos seremos felices en el Perú. Todos menos el señor Leguía.
Un optimismo sin límites.
Y no hay para tanto. No hay, sino que el señor Pardo ha conseguido que el señor don Isaías de Piérola discuta en su despacho con los jefes de los partidos de la derecha el tema de la convención. Que lo discuta únicamente.
No ha conseguido, en cambio, que desaparezca uno solo de los intereses contrarios a su proyecto. No ha conseguido, por ejemplo, que el señor Aspíllaga se convenza de que su realización puede serle favorable y plácida. Ni ha conseguido que los liberales lo miren con amor y solidaridad. Ni ha conseguido que los nacionales democráticos abandonen su convencimiento de que los partidos de la convención deben ser cuatro, pero cuatro “por lo menos”.
La ciudad, perspicaz, cauta y avizora, lo comprende, lo sabe y lo siente muy bien. Y en consecuencia se sonríe del regocijo del gobierno. Está convencida de que el resultado de tanta agitación y de tanto trajín y de tanta tertulia no será, precisamente, la convención, sino una sonora reunión de los jefes de cuatro partidos en el gabinete del señor Pardo y una secuela de negociaciones ociosas y estériles, destinadas a proporcionarle motivo ameno, aunque transitorio a la travesura y al humorismo metropolitanos.
Y, por ende, nadie se alarma con la alegría del gobierno. Todos, absolutamente todos, convienen en que es una alegría infantil y candorosa. Una alegría de primavera. Y una coyuntura para una nueva pastoral del señor don José de la Riva Agüero. Si Dios no dispone otra cosa…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de noviembre de 1918. ↩︎