1.8. Porfiado siempre

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor Pinzás no se rinde. Su germanofilia es de acero templado. No la reduce nadie ni la amengua nada. Desafía a todo el mundo.
         Veremos rendirse al Káiser. Veremos rendirse a Hindenburg. Veremos rendirse a Ludendorff. Veremos rendirse a la guardia imperial. Veremos rendirse al último húsar de la muerte. Pero no veremos rendirse al señor Pinzás. El señor Pinzás permanecerá irreductible en su puesto de diputado germanófilo.
         No le importa al señor Pinzás que la propia Alemania acate la autoridad de Wilson. Él no quiere acatarla por ningún motivo. Él se resiste a reconocer en Wilson al apóstol de la humanidad. Él no transige con Wilson en lo más mínimo. Está resuelto a quedarse solo en el mundo echándoles bala a los aliados.
         Todos los deberes del Perú ante la guerra han tenido en el señor Pinzás a un enemigo sañudo y recalcitrante. El Sr. Pinzás se opuso a que nos quejásemos duramente del hundimiento de la “Lorton”. El señor Pinzás se opuso más tarde a que nos solidarizásemos con los Estados Unidos. El señor Pinzás se opuso luego a que rompiésemos las relaciones con Alemania. El señor Pinzás se opuso igualmente a que nos incautásemos de los barcos alemanes. Y cuando el señor Ruiz Bravo pidió que le declarásemos de una vez la guerra a los alemanes, el señor Pinzás estuvo a punto de volverse loco.
         No ha habido en los dos años últimos ningún debate internacional que no haya encontrado al señor Pinzás listo a sacar la cara por Alemania. Y que no lo haya colocado fuera de quicio siempre. Y que no lo haya hecho ponerse de pie para asegurar, con las manos en los bolsillos del pantalón, que Alemania era el pueblo más grande de la tierra.
         Hasta hace muy poco tiempo estaba poseído el señor Pinzás por una fe religiosa en el triunfo de Alemania.
         —¡Alemania vence! —nos afirmaba todos los días con su jadeo de costumbre. —Alemania vence porque Alemania es un pueblo virtuoso. Alemania vence porque está escrito que venza.
         Nosotros tratábamos de aburrirle invariablemente:
         —¿Dónde está escrito eso señor Pinzás? ¿En algún periódico acaso? No lo crea usted entonces. Los periódicos son muy mentirosos. Se lo declaramos a usted bajo nuestra palabra de periodistas.
         Y el señor Pinzás seguía en sus trece:
         —¡Alemania vence!
         Y no le arredraba siquiera el humorismo travieso con que el señor Maúrtua le preguntaba a veces palmeándole un hombro:
         —¿De dónde ha sacado usted ese embeleco? ¿De dónde diablos, gordito?
         Ahora que ni al Káiser se le ocurre que Alemania puede vencer, el señor Pinzás tampoco es capaz de decirlo, por supuesto.
         Pero continúa de enemigo de los aliados. Y continúa enfurecido contra el presidente Wilson. Y continúa hablando en nombre de Nietzsche y de Von Bernhardi.
         El señor Maúrtua, grande y buen amigo suyo que tiene abiertos para él en todo instante sus brazos de maestro, le dice:
         —¡Qué tal gordito! ¡Es usted un junker! ¡Qué digo un junker! ¡Es usted un submarino! ¡Si hasta parece siempre que acabara usted de salir de bajo del agua!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de octubre de 1918. ↩︎