1.20.. Gripe gubernamental
- José Carlos Mariátegui
1El ministro de Hacienda señor Maúrtua está con la gripe. Desde el lunes se han ausentado del Palacio de Gobierno su magna estatura, su risueña frase y su maximalista pensamiento. Y desde el lunes ha sentido la Cámara de Diputados la nostalgia de su dialéctica británica y sustanciosa.
La gripe, pues, no se mete tan solo con las gentes que no gobiernan sino también con las gentes que gobiernan. Para la gripe no valen nada la autoridad ni el poder. Para la gripe todos los hombres son iguales. Para la gripe no existen jerarquías. Es una enfermedad democráticamente cristiana que mide con la misma vara a todos los ciudadanos de la república.
Primero atacó y tundió la gripe al señor Pardo. Por culpa de ella el señor Pardo hubo de guardar cama, abrigo y encierro en su casa de Miraflores. Ahora maltrata y hostiliza con idéntica crueldad al señor Maúrtua. Acaso mañana —Dios no lo permita— se apoderará del señor Tudela y Varela. Y así tal vez, irá sustrayendo, uno tras otro, a la actividad administrativa a los más encumbrados funcionarios.
Y como, al mismo tiempo que estos fastidiosos embarazos, asaltan al gobierno los acérrimos embarazos de la política, puede asegurarse que el gobierno sufre en estos momentos un ataque moral y físico de gripe. Gripe integral diría tal vez el gran ministro bolchevique.
Naturalmente, la ciudad se regocija con la gripe del gobierno. La comenta con travesura. La comenta con malevolencia. Únicamente le consterna la gripe del señor Maúrtua. Y, más que por amor a la persona del señor Maúrtua, por amor a los discursos ya los ademanes del señor Maúrtua que tan sugestivamente amenizan, aderezan y sazonan el diario de los debates.
Y se asombra la ciudad de que la gripe haya ofendido al señor Maúrtua cuando recuerda el último gesto del ministro bolchevique: su presencia en la procesión del lunes veintiocho. Que no fue, por supuesto, la presencia del gobierno, ni la presencia del leader del socialismo peruano sino la presencia del diputado por Ica. La buena provincia agraria devota del Señor de Luren y enlutada por la destrucción de su milagrosa imagen.
Recuerda la ciudad que el lunes veintiocho el paso de la procesión del Señor de los Milagros tuvo en una esquina, en otra esquina y en otra esquina más, como su más eminente espectador, al señor Maúrtua. Recuerda la ciudad que el señor Maúrtua se descubrió ante las andas del Señor de los Milagros con emoción y cortesía. Recuerda la ciudad que el señor Maúrtua era en ese instante el mismo ministro de Hacienda que asombra a las gentes ceremoniosas yendo al café, a la librería y a la universidad sencilla y habitualmente. El mismo ministro de Hacienda enemigo sistemático de la solemnidad, de la majestad y de las demás huachaferías nacionales.
Y, recordando estas cosas, recuerda también la ciudad que es una ciudad creyente, y se pregunta cómo es posible que el Señor de los Milagros no haya librado de la gripe al ministro que tan solícitamente supo asistir al desfile de su procesión.
Sin embargo, la ciudad se sonríe a hurtadillas cuando osado y mataperro exclama el periodista Félix del Valle, uno de los fidelísimos amigos y panegiristas que tiene el señor Maúrtua entre la intelectualidad joven:
—¡Pero si el señor Maúrtua piensa precisamente que ha adquirido la gripe en la procesión! Una procesión no es para un hombre de ciencia sino una muchedumbre en marcha, y según la higiene para precaverse de la gripe hay que apartarse de las aglomeraciones y de las multitudes.
El sentimiento católico de la ciudad rechaza la aseveración con todo su énfasis y toda su convicción:
—¡Eso es una herejía!
Mas, redomado y avieso, Félix del Valle rectifica su concepto inmediatamente:
—¡El Señor de los Milagros ha castigado al señor Maúrtua porque no ha pagado todavía los reintegros!
Y entonces los cesantes de la administración pública asienten ruidosamente.
Quién sabe el señor Maúrtua, envuelto en una bata de lana y mejorado pronta y felizmente, matizará hoy su convalecencia con una frase juguetona:
—¡El Señor de los Milagros es de la oposición probablemente!
La gripe, pues, no se mete tan solo con las gentes que no gobiernan sino también con las gentes que gobiernan. Para la gripe no valen nada la autoridad ni el poder. Para la gripe todos los hombres son iguales. Para la gripe no existen jerarquías. Es una enfermedad democráticamente cristiana que mide con la misma vara a todos los ciudadanos de la república.
Primero atacó y tundió la gripe al señor Pardo. Por culpa de ella el señor Pardo hubo de guardar cama, abrigo y encierro en su casa de Miraflores. Ahora maltrata y hostiliza con idéntica crueldad al señor Maúrtua. Acaso mañana —Dios no lo permita— se apoderará del señor Tudela y Varela. Y así tal vez, irá sustrayendo, uno tras otro, a la actividad administrativa a los más encumbrados funcionarios.
Y como, al mismo tiempo que estos fastidiosos embarazos, asaltan al gobierno los acérrimos embarazos de la política, puede asegurarse que el gobierno sufre en estos momentos un ataque moral y físico de gripe. Gripe integral diría tal vez el gran ministro bolchevique.
Naturalmente, la ciudad se regocija con la gripe del gobierno. La comenta con travesura. La comenta con malevolencia. Únicamente le consterna la gripe del señor Maúrtua. Y, más que por amor a la persona del señor Maúrtua, por amor a los discursos ya los ademanes del señor Maúrtua que tan sugestivamente amenizan, aderezan y sazonan el diario de los debates.
Y se asombra la ciudad de que la gripe haya ofendido al señor Maúrtua cuando recuerda el último gesto del ministro bolchevique: su presencia en la procesión del lunes veintiocho. Que no fue, por supuesto, la presencia del gobierno, ni la presencia del leader del socialismo peruano sino la presencia del diputado por Ica. La buena provincia agraria devota del Señor de Luren y enlutada por la destrucción de su milagrosa imagen.
Recuerda la ciudad que el lunes veintiocho el paso de la procesión del Señor de los Milagros tuvo en una esquina, en otra esquina y en otra esquina más, como su más eminente espectador, al señor Maúrtua. Recuerda la ciudad que el señor Maúrtua se descubrió ante las andas del Señor de los Milagros con emoción y cortesía. Recuerda la ciudad que el señor Maúrtua era en ese instante el mismo ministro de Hacienda que asombra a las gentes ceremoniosas yendo al café, a la librería y a la universidad sencilla y habitualmente. El mismo ministro de Hacienda enemigo sistemático de la solemnidad, de la majestad y de las demás huachaferías nacionales.
Y, recordando estas cosas, recuerda también la ciudad que es una ciudad creyente, y se pregunta cómo es posible que el Señor de los Milagros no haya librado de la gripe al ministro que tan solícitamente supo asistir al desfile de su procesión.
Sin embargo, la ciudad se sonríe a hurtadillas cuando osado y mataperro exclama el periodista Félix del Valle, uno de los fidelísimos amigos y panegiristas que tiene el señor Maúrtua entre la intelectualidad joven:
—¡Pero si el señor Maúrtua piensa precisamente que ha adquirido la gripe en la procesión! Una procesión no es para un hombre de ciencia sino una muchedumbre en marcha, y según la higiene para precaverse de la gripe hay que apartarse de las aglomeraciones y de las multitudes.
El sentimiento católico de la ciudad rechaza la aseveración con todo su énfasis y toda su convicción:
—¡Eso es una herejía!
Mas, redomado y avieso, Félix del Valle rectifica su concepto inmediatamente:
—¡El Señor de los Milagros ha castigado al señor Maúrtua porque no ha pagado todavía los reintegros!
Y entonces los cesantes de la administración pública asienten ruidosamente.
Quién sabe el señor Maúrtua, envuelto en una bata de lana y mejorado pronta y felizmente, matizará hoy su convalecencia con una frase juguetona:
—¡El Señor de los Milagros es de la oposición probablemente!
Referencias
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Publicado en El Tiempo, Lima, 31 de octubre de 1918. ↩︎