1.18. Ciudadano demócrata

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Súbitamente ha reaparecido en política el señor don Juan Manuel Torres Balcázar. No ha reaparecido otra vez como candidato a una diputación por Lima. Pero ha reaparecido siempre con una calidad interesante. Ha reaparecido como miembro del comité directivo del partido demócrata.
         El señor Torres Balcázar, por supuesto… no se había apartado de la política. No figuraba oficialmente en ella. Pero no renunciaba a la más mínima de las concomitancias que a ella lo han tenido vinculado en todo momento. Cuando la política se conflagraba el señor Torres Balcázar solía echarle leña a hurtadillas. Su teléfono estaba en contacto permanente con las intimidades y los secretos de la actualidad. Su oficina era el hogar de una tertulia amena y sustanciosa donde sonaba unas veces la risa feliz del señor don Jorge Prado y sonaba otras veces la palabra acérrima del señor don Miguel Grau. Su umbral era un confesionario desde el cual placía al señor Torres Balcázar, ora en mangas de camisa, ora con polca japonesa, pulsar el sentimiento metropolitano.
         Solo que el señor Torres Balcázar, socarrón y redomado como nadie, trataba de vez en cuando de desorientar a las gentes asegurándoles que vivía entregado a la labor tipográfica y desconectado transitoriamente de la política.
         Hasta a nosotros nos decía:
         —Actualmente yo no soy un político. No soy sino un tipógrafo. No soy sino un obrero. No soy sino un hombre con reumatismo y otros achaques.
         Pero las gentes no se dejaban engañar.
         Estaban demasiado convencidos de que el señor Torres Balcázar no necesitaba ocupar un escaño en la Cámara de Diputados para intervenir en la política. Nada importaba a su juicio que el señor Torres Balcázar hubiese dejado de ser diputado por Bolognesi. El señor Torres Balcázar era lo que el señor Maúrtua, perennemente original en el calificativo, habría llamado un político orgánico. No era únicamente un parlamentario oposicionista. Era fundamentalmente un ciudadano oposicionista. Por eso lo denominaban sus camaradas de la minoría “el gran ciudadano”.
         La reaparición del señor Torres Balcázar en la política notoria tenía que producirse, pues, de un momento a otro. El nombre del señor Torres Balcázar tenía que salir de nuevo a la calle en las secciones políticas de la prensa. La personalidad del señor Torres Balcázar, redonda como un ball de cricket, tenía que restituirse otra vez a la murmuración callejera y a la miscelánea festiva.
         No cabía un jerónimo de duda según el comentario criollo.
         Y no hemos tenido que esperar mucho el acontecimiento. El señor Torres Balcázar nos ha saludado en la mañana de ayer desde el balcón del partido demócrata. Y nosotros le hemos contestado el saludo con un “viva” entusiasta. Porque nos parece muy bien que el señor Torres Balcázar forme parte del partido demócrata.
         En el señor Torres Balcázar no hay tradición, fisonomía, espíritu ni continente de civilista. Ni de nacional democrático. Ni de constitucional. Ni de liberal siquiera. El señor Torres Balcázar es típicamente demócrata. Es demócrata por antonomasia. Está hecho a imagen y semejanza de los demócratas de más pura cepa. Tiene pensamiento e ímpetu de coalicionista, entonación de político tumultuario y virtualidad de conductor de muchedumbres y de director de jornadas cívicas. Resulta demócrata por donde se lo mire y por donde se lo coja.
         Y, por estas razones, decir que está en el partido demócrata es decir que está en su partido.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de octubre de 1918. ↩︎