1.13. Una maniobra
- José Carlos Mariátegui
1La sesión terminal de las legislaturas extraordinarias ha sido siempre propicia a las sorpresas. Las mayorías lo recuerdan. Y las minorías también. Entre gallos y media noche, bajo los apremios del cansancio y con la nerviosidad de la vigilia, es muy fácil que se produzcan votaciones imprevistas y desconcertantes.
Para hoy, al auspicio de estos antecedentes, se organiza, según se nos cuenta, una sorpresa grande. Una sorpresa destinada a sacar de quicio a la ciudad y a la república entera.
Se quiere nada menos que declarar vacantes las diputaciones por Lima ganadas en las mesas receptoras de sufragios por el señor don Luis Miró Quesada y por el señor don Jorge Prado. Es decir, por dos personajes de figuración sustantiva en la actualidad peruana, por dos personajes de apellidos influyentes y esclarecidos, por dos personajes de vinculaciones abundantes y magnas, por dos personajes estimados, bienamados y conocidos por todo Lima. Por dos personajes, en una palabra, a quienes no se puede echar por la borda sin que haya escándalo, bulla y trocatintas.
Un plan de mucho aliento indudablemente. Un plan que no habría podido bosquejarse si no hubieran asumido la responsabilidad de su dirección dos diputados de la trascendencia del señor Barreda y Laos y del señor Pinzás. Un plan que no habría llegado a aparecer siquiera si no fuera un plan construido sobre la base de la voluntad del gobierno.
Por estas razones las perspectivas de la sesión son lo más interesantes.
Todos creíamos que el proceso electoral de Lima no volvería a ser tocado sino para ser resuelto. Resuelto, naturalmente, en un sentido favorable a los señores Miró Quesada y Prado. Y todos creíamos, por esto mismo, que no volvería a ser atacado hasta el año próximo. O sea, hasta después de que el señor Pardo, irreductible adversario de la incorporación del señor don Jorge Prado, dejase el gobierno.
Los señores Miró Quesada y Prado, a juicio de la ciudad, son dos diputados incuestionables. Para que se les abra las puertas de su Cámara no les falta, sino una credencial que tiene que serles puesta en las manos tarde o temprano. Por la Corte Suprema, por la Junta Escrutadora o por la Cámara misma. No es sino cuestión de tiempo.
Natural es entonces que nos asombremos de que de la noche a la mañana nos anuncien que el gobierno quiere tirar a un lado el proceso y declarar vacantes las diputaciones de los señores Prado y Miró Quesada.
Tenemos que poner el grito en el cielo. Tenemos que cogernos la cabeza con las dos manos. Y tenemos que preguntarles a los diputados que encabezan la confabulación:
—¡Cómo van ustedes a hacer eso! ¡Cómo van ustedes a anular con un carpetazo las elecciones más emocionantes y ardorosas que Lima ha presenciado en los tiempos modernos! ¡Cómo van ustedes a decirnos que el señor Prado y el señor Miró Quesada no son dos diputados perfectos y auténticos! ¡Cómo van ustedes a atreverse a tanto!
La cosa no es para menos.
Para hoy, al auspicio de estos antecedentes, se organiza, según se nos cuenta, una sorpresa grande. Una sorpresa destinada a sacar de quicio a la ciudad y a la república entera.
Se quiere nada menos que declarar vacantes las diputaciones por Lima ganadas en las mesas receptoras de sufragios por el señor don Luis Miró Quesada y por el señor don Jorge Prado. Es decir, por dos personajes de figuración sustantiva en la actualidad peruana, por dos personajes de apellidos influyentes y esclarecidos, por dos personajes de vinculaciones abundantes y magnas, por dos personajes estimados, bienamados y conocidos por todo Lima. Por dos personajes, en una palabra, a quienes no se puede echar por la borda sin que haya escándalo, bulla y trocatintas.
Un plan de mucho aliento indudablemente. Un plan que no habría podido bosquejarse si no hubieran asumido la responsabilidad de su dirección dos diputados de la trascendencia del señor Barreda y Laos y del señor Pinzás. Un plan que no habría llegado a aparecer siquiera si no fuera un plan construido sobre la base de la voluntad del gobierno.
Por estas razones las perspectivas de la sesión son lo más interesantes.
Todos creíamos que el proceso electoral de Lima no volvería a ser tocado sino para ser resuelto. Resuelto, naturalmente, en un sentido favorable a los señores Miró Quesada y Prado. Y todos creíamos, por esto mismo, que no volvería a ser atacado hasta el año próximo. O sea, hasta después de que el señor Pardo, irreductible adversario de la incorporación del señor don Jorge Prado, dejase el gobierno.
Los señores Miró Quesada y Prado, a juicio de la ciudad, son dos diputados incuestionables. Para que se les abra las puertas de su Cámara no les falta, sino una credencial que tiene que serles puesta en las manos tarde o temprano. Por la Corte Suprema, por la Junta Escrutadora o por la Cámara misma. No es sino cuestión de tiempo.
Natural es entonces que nos asombremos de que de la noche a la mañana nos anuncien que el gobierno quiere tirar a un lado el proceso y declarar vacantes las diputaciones de los señores Prado y Miró Quesada.
Tenemos que poner el grito en el cielo. Tenemos que cogernos la cabeza con las dos manos. Y tenemos que preguntarles a los diputados que encabezan la confabulación:
—¡Cómo van ustedes a hacer eso! ¡Cómo van ustedes a anular con un carpetazo las elecciones más emocionantes y ardorosas que Lima ha presenciado en los tiempos modernos! ¡Cómo van ustedes a decirnos que el señor Prado y el señor Miró Quesada no son dos diputados perfectos y auténticos! ¡Cómo van ustedes a atreverse a tanto!
La cosa no es para menos.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de octubre de 1918. ↩︎